viernes, 3 de julio de 2015

El Ruido Del Silencio: Anarquía Avant-Garde Del Siglo XXI


Por Gabriel Feijóo (*)

CHICAGO– A través de la corriente académica británica de los estudios culturales, analistas como Jon Savage y Simon Reynolds (entre tantos otros) le han dado vuelo a la hilacha analizando y deconstruyendo un par de fenómenos del siglo XX producto de la posguerra: la creación de la cultura adolescente y su mayor exponente, la música rock y sus derivados sónicos espiritistas (la psicodélia, la música cósmica electrónica, el punk y el post-punk, el synth pop, la música disco, el glam, el hip-hop y un eterno etcétera etcétera).

Se ubica al rock como un invento gringo, robado a la comunidad afroamericana (para variar) y perfeccionado por los británicos (por ejemplo, Los Beatles, el grupo arquetípico por excelencia), para reconquistar no sólo a los EEUU sino al mundo entero.

Fue durante la Guerra Fría, que se entendió la importancia del rock y el  arte pop como vehículos para difundir el “American Way of Life”, el  capitalismo hardcore del que hace alarde este país, y por eso se apoyaron estos vehículos de expresión.

El enemigo era el “comunismo”, los “rojillos” y sus múltiples derivados, las expresiones culturales y artísticas de “los otros”, la “resistencia”, los disidentes del underground.

Es por eso que el rock proveniente de España y  países latinoamericanos como México, Colombia, Argentina, Brasil y Chile, -la fuente de la juventud del Avant Garde- es tan importante, ya que su contenido y herencia cultural son subversivos y explosivos por naturaleza.

Habrá que recordar que en las dictaduras de estos países, los movimientos juveniles eran considerados una gran amenaza -el rock ubicándose como delincuencia-.

Dentro de los cánones contraculturales occidentales, se considera que Bob Dylan era un artista revolucionario porque estaba invocando al poeta  adolescente protosurrealista Arthur Rimbaud (como ha dicho Patti Smith, la madrina del punk: “El brazo por el que todos escribimos es de Rimbaud”).

Entonces imagínense nomás nuestro legado, producto no sólo de nuestra riqueza artística y cultural sino cocinado bajo alta presión en nuestros ámbitos de guerra y opresión.

Artistas y poetas como Sor Juana Inés de la Cruz, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca, Frida Kahlo, Octavio Paz, Alejandro Jodorowsky, Jorge Luis Borges, Pedro Friedberg, Gabriela Mistral y Nicanor Parra, etc. etc. -todos compartiendo las mismas raíces artísticas con las que jugaban Rimbaud, el Marqués de Sade y tantos más-, consideraban que el deber del artista, del poeta, era expresar otras formas de vida, de imaginación, de libertad.

No se deseaba ser parte del sistema patriarcal conservador burgués. El potencial humano se percibía como mucho más grande.

La obsesión de la vanguardia europea y estadounidense por Latinoamérica siempre ha estado vigente. Grupos como los surrealistas, los dadaístas, los beats y los existencialistas, reconocían el vasto territorio americano al sur del gran Imperio como una zona en la que múltiples dimensiones y corrientes energéticas se entrecruzaban en el tiempo y el espacio, entre lo moderno y lo milenario -no hay que olvidar que las fórmulas psicodélicas por excelencia del Dr. Albert Hoffman trataban de emular a los hongos utilizados en rituales de maestras como María Sabina-.

Se considera que la relación con la vida y la muerte, la naturaleza y el  cosmos, es totalmente diferente en este tipo de lugares.

Se vive de otra forma, se tiene acceso a otras dimensiones cuando se vive cada segundo como si fuese el último, consciente de que quizá no se  sobreviva a la noche.
Latinoamérica es un paraíso en guerra, y la sed de batalla corre por las venas de sus habitantes, sus descendientes. Los seres creativos de hoy trabajando en este tipo de ámbitos culturales naturalmente van a producir algo diferente, algo poderoso, multidimensional.
El cartel del Ruido Fest es una clara muestra de esto. Hay grupos que  juegan con una propuesta psicomágica neo-psicodélica pop como Zoé,  Astro, Banda de Turistas, Benito Cerati y Porter.

Otros que exploran con técnicas “Cut and Paste” emergentes de la musique concrète y el hip hop entremezcladas con el folk tropical (COMPASS, Mariel Mariel, María y José, Nortec, Los Rakas), y otras que llevan las fórmulas del post-punk británico, amante de las máquinas de ritmo y  sintetizadores, para sonorizar narrativas llenas de “Amor Loco” y  violencia Bretoniana (Dënver) o existencialismo feminista (María Daniela y su Sonido Lasser).

Hay artistas conceptuales como Julián Lede y su alter-ego Silverio, jugando con el teatro de la crueldad Artaudiano, el burlesque y el teatro de carpa mexicano y personificando una especie de híbrido entre G.G. Allen, Mauricio Garcés y Throbbing Gristle.

Hay otros, como Café Tacvba (de las mejores bandas de artistas conceptuales de la época), que entremezclan todo un legado cultural tan complejo como el de México (literario, artístico, social y metafísico) y lo plasman en historias, sonidos y moda muy al nivel de iconos internacionales del siglo XX como los alemanes Kraftwerk.

Y bueno, eso es tan sólo “la puntita”. Cada banda presentándose en Ruido Fest resulta ser parte de un extraordinario rompecabezas que  estará haciendo historia en Chicago, ombligo del rock y de la electrónica global, y ahora, del rock latino en los EEUU.

Estos ruidos cuentan nuestras historias, formando la banda sonora del siglo XXI. Para disfrutarla al máximo, hay que asumir el legado subversivo del renacimiento del siglo XX y sus ansias utópicas.

Como decía Octavio Paz, una posible fórmula para crear un mundo mejor  pudiese ser a través del anarquismo zen, el surrealismo, y el erotismo.

¿Y qué mejor vehículo para eso que nuestra música? Como dijo el Café  Tacvba, “hoy quitaré el miedo a sentirme en la vanguardia... y bailando caballito con la banda cafecitos, ¿cómo no lo va a lograr?”.

(*) Gabriel Feijóo es escritor y artista audiovisual, colaborador del Rock Sin Anestesia.

Imagen: Café Tacvba durante el festival SXSW en 2013. MARK DAVIS/GETTY

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