miércoles, 29 de julio de 2015

La Escuela Que Sana


Alejandro Jodorowsky afirma que el arte solo es arte si sirve para sanar. Lo mismo puede afirmarse de la escuela. Cualquier propuesta pedagógica debe ser salutogénica lo que, por ende, la revestirá de arte y creatividad.

Ya hemos hablado en anteriores artículos de las nefastas consecuencias de una actividad académica prematura o de la agresión silenciosa que los estudiantes deben afrontar como parte de un sistema educativo que muestra cada vez más signos de degeneración. Lejos de educar para la comprensión, el análisis crítico de la realidad, el pensamiento socrático y el desarrollo de las capacidades individuales que forman parte de nuestra individualidad, hemos creado un sistema orientado al logro en el que la premisa principal es crear “unidades económicamente operativas” que sirvan al sistema neoliberal. No nos cansaremos de insistir en lo erróneo de este planteamiento: individuos apáticos, aburridos, carentes de espontaneidad e interés por el aprendizaje y sin capacidad de innovar son individuos enfermos a los que se les ha negado su verdadera naturaleza, por lo que no podrán en ningún caso sentar las bases de una sociedad saludable.

La neurociencia nos muestra que la cooperación, la solidaridad y la emoción son vitales en el desarrollo del cerebro humano desde la infancia. Dicho de otro modo, estamos hechos para la armonía, la alegría y la bondad. Estamos hechos para el arte, que es salud. Es la sociedad la que ha degenerado esta predisposición natural convirtiendo la escuela en un “todos contra todos”, propiciando que las sociedades de las que esos individuos participarán sean cada vez más competitivas, agresivas, infames y carentes de humanidad.

En los primeros años de vida el niño está especialmente unido a lo sensorio. Lo que penetra por sus sentidos nutre su biología y enriquece su apertura anímica al mundo. Es vital que esos pequeños se vean rodeados de arte, de belleza y de bondad. Estas cualidades crearán conexiones sinápticas saludables, y esas constelaciones de neuronas implicadas en su desarrollo temprano poseen memoria del mismo modo que los músculos tienen la suya propia. Una escuela que revista todas sus actividades de lo puro, lo artístico y lo bello será por sí misma generadora de salud individual y social. Eso es salutogénesis: vamos sentando las bases de la salud a medida que educamos.

La escuela, cualquier escuela, tiene la responsabilidad de transmitir experiencias, sensaciones, conocimientos, valores e ideales de forma amorosa. Debe también hacerlo respetando los ritmos físicos, emocionales y biológicos. Además de bella, esta forma de obrar es generadora de salud. Hacerlo de otro modo provoca enfermedad, ya que las sinapsis asociadas a entornos turbulentos y no armónicos también se memorizarán y serán recuperadas cíclicamente durante el resto de nuestra vida. Está pues en nuestras manos sembrar traumas o sembrar belleza, y las semillas que hoy plantamos serán los árboles del mañana.

“El arte solo me interesa si sirve para sanar”, decía Jodorowsky. Lo mismo me pasa con la escuela.

Autor: Jorge Benito
Ilustración: Melinda Beck

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