viernes, 31 de julio de 2015

Cuento “El Sable Fugaz, Al Filo Del Viento” (Segunda Parte)


Al día siguiente tuvo lugar la tan esperada fiesta de Jodorowsky. Adornó él su espaciosa casa de veraneo en Tepoztlán con motivos indígenas y muchas obras de Op-art; el calendario azteca, Chac-mol y los danzantes zapotecas de Monte Albán se conciliaban insólitamente con las dimensiones de movimiento vertiginoso de Bridget Riley y de Vasarely. Jodorowsky llenó su alberca de champaña, flores de cempazúchitl y margaritas. Una orquesta de gaitas escocesas armonizó el convite con música de los Beatles y de Ravel. Se proyectaron cintas de Fellini, Bergman, Buñuel y del propio Alejandro. Entre elevadas charlas, risas, cantos, bailes y psicomagia, la reunión fue todo un éxito. Los artistas y las celebridades invitadas comenzaron a retirarse muy satisfechos. Al final sólo quedaron los más entendidos en los aquelarres del gran Jodorowsky. Dick entre ellos.
Organizaron una pequeña verbena para ir ascendiendo por el cerro del Tepozteco, en plena noche, rumbo al templo prehispánico. Comenzaron a circular charolas con pastillas de colores, hongos y jeringas.
Justo antes de partir, arribó un grupo de fenómenos circenses que Jodorowsky hizo venir con toda la intención de crear un ambiente ideal para su deseada excursión.
Comenzó pues la peregrinación singular. Era como un agitado torrente de antorchas y linternas. Iban danzando, y también avanzaban por la pedregosa vereda, entonando himnos, poemas, maldiciones y consignas. Cerca de la mitad del camino hacia la cima decidieron hacer una parada. Encendieron una fogata y, tomados de la mano, los celebrantes eufóricos giraron frenéticamente al compás de sonajas, teponaztles, maracas y quenas. Dick participaba de la ceremonia febril, con agrado y deleite. A cada vuelta se detenía un momento a tomar un puñado de pastillas, y así lograba sentirse con la misma fuerza vital que los danzantes de Mattise. Pronto se calentaron los ánimos, se acrecentaron las pasiones; las parejas y los tríos comenzaron a reunirse en amorosos coloquios de caricias ansiosas. Dick reconoció a Juan José Arreola, feliz con un sombrero de copa, y lo vio desaparecer presto detrás unos arbustos con dos lindas contorsionistas orientales; mientras Guadalupe “Pita” Amor se lanzaba a los brazos de un enorme forzudo con síndrome de Down, y Phil también descubrió al mismísimo Santo, el enmascarado de plata, huir hacia una gruta cercana con una esbelta mujer africana con decenas de anillos deformándole el cuello y llevando correa en mano a dos mandriles de enorme e irritado trasero carmesí.
Philip K. Dick, por su parte, se apresuró a levantar con sus robustos brazos a una enana de largo y negro cabello lacio y rostro bellísimo, y se ocultó para poseerla en un refugio de troncos encontrados.
Luego sólo quedó el canto de los grillos, enardecido por las estrellas y la noche.

Continuará...

Texto: Jesús Ademir Morales Rojas
Ilustración: Del cuento EL SABLE FUGAZ, AL FILO DEL VIENTO
© 2008, Pedro Belushi

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