miércoles, 22 de julio de 2015

El Perverso Narcisista Y La Agresion Materna (Segunda Parte)


El perverso no practica la comunicación directa porque «con los objetos no se habla».
Cuando a un perverso se le pregunta algo directamente, elude la comunicación. Como no habla, impone una imagen de grandeza o de sabiduría. Penetramos así en un mundo en el que la comunicación verbal es escasa y en el que tan sólo se nos llama la atención con pequeños toques desestabilizadores. El perverso no nombra nada, pero lo insinúa todo. Le basta con encogerse de hombros, o con suspirar. La víctima, por su parte, intenta comprender: «¿Qué le habré hecho? ¿Qué tendrá que reprocharme?». Como nada se habla claramente, lo reprochado puede ser cualquier cosa.
El agresor niega la existencia del reproche y la existencia del conflicto. Con ello, paraliza a la víctima, pues sería absurdo que ésta se defendiera de algo que no existe. El mismo hecho de negarse a nombrar lo que ocurre, a discutir, a encontrar conjuntamente soluciones, es lo que perpetra la agresión. Si hubiera un conflicto abierto, cabría la posibilidad de discutir y de encontrar una solución. Pero, en el registro de la comunicación perversa, por encima de todo hay que impedir que el otro piense, comprenda o reaccione. Rechazar el diálogo es una hábil manera de agravar el conflicto haciéndolo recaer completamente en el otro. A la víctima se le niega el derecho a ser oída. Al perverso no le interesa su versión de los hechos, y se niega a escucharla.
El que rechaza el diálogo viene a decir, sin decirlo directamente con palabras, que el otro no le interesa, o incluso que no existe. Habitualmente, cuando no comprendemos a un interlocutor, siempre podemos preguntar. Con los perversos, el discurso es tortuoso, sin explicaciones, y conduce a una alienación mutua. Nos vemos obligados a interpretar.
Como la comunicación verbal directa se niega, la víctima recurre con frecuencia a manifestarse por escrito. Escribe cartas donde pide explicaciones sobre la repulsa que percibe, pero, como no suele obtener respuesta, vuelve a escribir, esta vez preguntándose qué aspectos de su comportamiento son los que podrían justificar la actitud que percibe. Con objeto de justificar el comportamiento de su agresor, la víctima puede llegar a pedir excusas por lo que haya podido hacer consciente o inconscientemente.
A veces el agresor utiliza estos escritos que no reciben respuesta para atacar de nuevo a su víctima. He aquí un ejemplo: tras una escena violenta en que una mujer le reprocha a su marido su infidelidad y sus mentiras, ella le escribe una carta pidiéndole excusas. La mujer se queda estupefacta cuando comprueba que su marido ha presentado la carta en comisaría como una prueba de su violencia conyugal: «¡Aquí lo tienen: ella misma reconoce su violencia!».

Cuando los perversos hablan con su víctima, suelen adoptar una voz fría, insulsa y monocorde. Es una voz sin tonalidad afectiva, que hiela e inquieta, y por la que se asoman, a través de las palabras más anodinas, el desprecio y la burla. Incluso los observadores neutros pueden percibir las insinuaciones, reproches o amenazas que se ocultan en la misma tonalidad.
Quien haya sido víctima de un perverso reconoce inmediatamente esa tonalidad fría que desencadena el miedo y que lo pone a uno en vilo. Las palabras no tienen ninguna importancia; sólo importa el tono.

Con frecuencia, el perverso no se toma la molestia de articular. Esto conduce al otro a adoptar la posición del que pregunta y obliga a repetir las cosas. El perverso también suele refunfuñar cuando el otro está en otra habitación, lo que obliga a este último a desplazarse para entender lo que dice. En ambos casos, resulta fácil reprocharle a la víctima el hecho de que no escucha.
El mensaje de un perverso es voluntariamente vago e impreciso y genera confusión. Luego, elude cualquier reproche diciendo simplemente: «Yo nunca he dicho esto». Al utilizar alusiones, transmite mensajes sin comprometerse.
Como sus declaraciones no responden a una relación lógica, puede sostener a la vez varios discursos contradictorios.
También se abstiene de terminar sus frases. Los puntos suspensivos son una puerta abierta a todas las interpretaciones y a todo tipo de malentendidos. Envía asimismo mensajes oscuros que luego se niega a esclarecer. Una conversación tipo se podría desarrollar del siguiente modo. Una suegra le pide una ayuda anodina a su yerno (perverso), que contesta:

—¡Imposible!
—¿Por qué?
—¡Ya debería usted saberlo!
—¡Pues no, no entiendo por qué!
—¡Pues piense!

Estas palabras son agresivas pero se dicen en un tono «normal», tranquilo, casi sosegado. El interlocutor, cuya respuesta agresiva es neutralizada, tiene la impresión de que su reacción está fuera de lugar. Ante semejantes insinuaciones, es lógico que uno intente saber qué es lo que ha dicho o hecho mal, y que uno se sienta culpable, a menos que se enfade y que provoque el conflicto. Sin embargo, esta última estrategia no se suele adoptar, pues no libra de la culpabilización, a no ser que uno mismo sea también perverso.

Mentir. En lugar de mentir directamente, el perverso prefiere utilizar un conjunto de insinuaciones y de silencios a fin de crear un malentendido que luego podrá explotar en beneficio propio. Los mensajes incompletos o paradójicos son una prueba del miedo a la reacción del otro. Las cosas se dicen sin decirlas, esperando que el otro comprenda el mensaje sin tener que nombrarlo. Lo más frecuente es que estos mensajes sólo se puedan descifrar posteriormente.
Decir sin decir es una hábil manera de afrontar cualquier situación.
La mentira también puede agarrarse a los detalles. A una mujer que le reprocha a su marido el hecho de haber pasado ocho días en el campo con una muchacha, se le responde: «¡La mentirosa eres tú: en primer lugar, no fueron ocho días, sino nueve, y, por otra parte, no era una muchacha, sino una mujer!».
Dígase lo que se diga, los perversos siempre encuentran la manera de tener razón, y esto les resulta más fácil cuando ya han logrado desestabilizar a su víctima y ésta, contrariamente a su agresor, ya no disfruta con la polémica. El trastorno que se provoca en la víctima es una consecuencia de la confusión permanente entre la verdad y la mentira.
La mentira de los perversos narcisistas sólo se vuelve directa durante la fase de destrucción. En ese momento, la mentira desprecia cualquier evidencia. Y lo que, sobre todo y ante todo, permite convencer a la víctima es que esa mentira es una mentira convencida. Sea cual fuere el tamaño de la mentira, el perverso se agarra a ella y termina por convencer a su interlocutor.
A los perversos les importa muy poco qué cosas son verdad y cuáles son mentira: lo único verdadero es lo que dicen en el instante presente. La mentira del perverso responde simplemente a una necesidad de ignorar lo que va en contra de su interés narcisista.

Continuará...

Fuente de Información: El acoso moral, el maltrato psicológico

No hay comentarios:

Publicar un comentario