martes, 21 de julio de 2015

Amor Vaciante Y Reciprocidad


Amar no es vaciarse. Digámoslo de otro modo: hay mucha buena gente que queda amargada, destruida, esquilmada, sin más ganas de dar... porque procuró poner en práctica eso cuyo concepto tan usualmente se malinterpreta: el supuesto “amor incondicional”; dar sin esperar a cambio, entregarse por completo, no medir lo que se brinda... Suena bonito. Pero... plantemos aquí un cartel en letras rojas: “¡CUIDADO!”. Todo terapeuta ha visto la devastación emocional que se produce cuando alguien da hasta vaciarse, sin cuidar de sí mismo. Eso podría llamarse “amor vaciante”. El Amor Incondicional verdadero es excepcional: brindarse sin esperar retorno porque el otro no está en condiciones de responder (por ser un niño, porque está en emergencia, porque verdaderamente no puede). En lo más cotidiano, es indispensable que circule por las venas del vínculo el único antídoto para el amor vaciante: la RECIPROCIDAD. La reciprocidad dignifica, previniendo esa peste silenciosa que convierte el pecho de la buena gente en zona de catástrofe. Un gesto, una palabra, una nota, un “gracias”...

Konrad Lorenz, que estudiaba la conducta de los animales, filmó un video cuyas imágenes queremos describir, aunque sean cruentas: una madre pelícana alimentando a sus pichones, llevándoles peces cautivos en el amplio buche de su pico. Una vez, dos, treinta. Un día, dos, treinta. Hasta que algo falla en el sistema de esa relación: los pichones ya están demasiado grandes, y casi ni caben en el nido. La pelícana viene, y les ofrece el contenido de su buche. Pero, claro: no alcanza para semejantes pajarones. ¿Entonces? Entonces cuando se acaban los peces siguen comiendo... ¡las vísceras de su madre! Disculpen, realmente es muy feo. Pero inolvidable, si uno la necesita esta metáfora para precaverse del ejercicio insensato del “amor vaciante”.

Es común ver en el campo, o en zonas de pobreza, la buena gente que le lleva al maestro rural abnegado, o al médico de pueblo, aunque sea una manzana de su árbol, una bufanda precariamente tejida, una mermelada hecha en casa... Allí tenemos una escena luminosa: el amor con pasaje de ida y vuelta. De modo que puede ser muy saludable revisar los propios vínculos y ver si, bajo la bandera del “amor incondicional”, hemos dado de baja el concepto de reciprocidad. Y si al hacerlo estamos criando pájaros devoradores que sólo piensan en sí mismos, a costa de las vísceras ajenas. O si aun nosotros, sin darnos cuenta, nos hemos vuelto demandantes de lo que no sabemos retornar. Nadie es tan pobre que no tenga algo para dar (aunque más no sea una actitud). El resto son cómodos y abusadores... en los vínculos grandes como en los pequeños. Para compensar esa imagen dramática de la pelícana aquí les regalamos un antiguo cuento sufi recopilado por Idries Shah:

“Nasrudin fue a una casa de baños turcos, y como estaba pobremente vestido los encargados le brindaron escasa atención, dándole sólo un trocito de jabón y una toalla vieja. Al salir, él les entregó como propina una reluciente moneda de oro a cada uno, lo cual les dejó estupefactos, preguntándose si de haberle tratado mejor les habría dejado mayor propina.

A la semana siguiente volvió Nasrudin a la misma casa, y esta vez, por supuesto, fue atendido como un rey. Después de que lo hubieran masajeado, perfumado y tratado con la mayor deferencia, al irse le entregó a cada empleado la más ínfima moneda de cobre. Una vez más, y por razón bien diferente, ¡ambos se quedaron alelados!

- Esto, -les dijo Nasrudin-, es por la vez pasada. Aquellas monedas de oro fueron por lo de hoy”.

Fuente: Red de Pensamiento Sensible
Ilustración: Love great to innocent pelican by Viktor Miller-Gausa

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