Como un carpintero enfurecido,
inmerso en el bólido del estupor,
o un chacal sometiendo a su tempestad,
¡Canto la hemorragia universal!
Desciendo sin mis muletas negras hacia vientre del palomar,
Y asimétrico, desplegado,
clamando en la palmada del alud,
¡Brinco perforando al mundo hasta su miel!
¡Que el ángel reviente en su primer comunión!
¡Que le absorban el cerrojo al sollozo virtual!
Que las muchedumbres saliven rascacielos hasta desflorarle la vela al sol;
Y que en la cuenca del corazón, las legendarias báquiras conviertan a sus caparazones en llantos que protejan a la humanidad.
¡Despierten! ¡Despierten! ¡Despierten!
Que los guantes petrológicos se arriman al hogar;
Que las fauces rectangulares de la ansiedad nos quieren apalear la primer visión.
¡Coraje hermanos del columpio!
Que el alma está desperdiciando aves,
y el néctar oscuro de la lumbre rebota ya en la beatitud.
¡verdugos saxofonistas! Asomémonos a la floresta,
¡que se nos arriman al atanor!
¡Desterremos a todos las cumbres escondidas en la alacena!
Sí, despidamos a las naciones de sus muertes ya,
Y Abaniquémonos, abaniquémonos,
que nuestra madres milenarias se esfuman en la sal intacta de la falsedad...
¡Vamos verduleros! Husmeemos en los cementerios con anteojos de ampliación.
¡Albañiles extraterrestres! no dependamos de nuestros clavos;
Abramos los puertos a la múltiple faz del preexistir
sin defender una ilusa extinción;
¡Tatuemos nuestro lavabos con cantos de esquimal!
¡Vamos! Que siempre los recuerdos se evaporen en el imán del porvenir.
Que se nos desbaraten las manos cuando Lázaro con grito hambriento nos atraviese la inundación.
Cuando detrás del maquillaje la videncia florezca;
Y que la voz verdadera, al fin resuene plateada en nuestro invisible almacén.
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