sábado, 25 de abril de 2015

Curso Acelerado De Creatividad: Sed Creativos. Alejandro Jodorowsky

Si alguien quiere ser creativo, debe tratar de practicar el si­guiente ejercicio: uno se debe colocar sobre una superficie ab­sorbente, beber un litro o dos de agua, y después debe tratar de orinar haciendo un dibujo y que el agua deje una traza. Sea como sea, debemos tener en cuenta que para ser creativo el ni­ño sucio debe existir en nosotros. En la excreción no puede haber límites. Fui muy amigo de la pintora surrealista Leono­ra Carrington, que había sido compañera de Max Ernst. La co­nocí en México. Me contó que había sido también amante de Buñuel pero que, de repente, la abandonó. Entonces ella, el día que tenía la menstruación, puso sus manos en la sangre, y las imprimió por todo su apartamento. Fue su reacción creati­va, un acto de psicomagia en el que se utiliza la menstruación como un elemento de transformación. Yo he dado muchos ac­tos de psicomagia como ése. En la magia amorosa la sangre menstrual es muy utilizada. Las excreciones, en general, son usadas para toda clase de encantamientos. La magia muchas veces funciona a base de excreciones: las babas del sapo, de la serpiente, de las arañas... Todo lo que nos parece personal, co­mo la excreción, es utilizado creativamente.

Si se quiere ser generador no se debe tener ningún límite sexual, como ocurrió con el primer gran pionero de esto, el marqués de Sade. Por eso el surrealismo le adoptó: porque imaginó todo tipo de relaciones sexuales. Al leer Los 120 días de Sodoma, Sade se revela como un científico que investigaba todas las posibilidades del sexo sin límites. Puede ir de la an­tropofagia al crimen sádico, al incesto, llegar a todo. Para po­der despertar la creatividad, hay que tener una imaginación sexual libre de toda moral, libre de toda imagen religiosa. Hay que liberarse. Un artista tiene necesidad de imaginar las más grandes aberraciones. Tenemos necesidad de desarrollar en nuestra mente todas las posibilidades.

Cuando alguien tiene imaginación, pero está desequilibra­do, puede asesinar a millones de judíos, como ocurrió con Hitler, o hacer que explote una bomba atómica. En ambos casos, se desarrolló el lado oscuro que habita en nosotros.

Uno de los más grandes guardianes que nos vigilan es el superego, que moldeado por nuestros padres, permanentemen­te nos dice: «Eso se hace, eso no se hace, eso está prohibido». Al superego hay que incorporarlo, dominarlo, pulverizarlo.

Un ser creativo tampoco tiene límites emocionales. Esto quiere decir que tenemos que ser conscientes de que uno pue­de matar, traicionar, ser goloso, vanidoso, avaro, colérico... Emocionalmente puedo y debo imaginar todo en mí. Puedo ser un santo, puedo ser quizá el mayor benefactor de la hu­manidad, y al mismo tiempo puedo ser un tipo que envenena las aguas para eliminar la vida. En mi imaginario emocional debo romper todos los límites, vencerlos.

Veamos ahora aspectos que se refieren a la creatividad y a lo mental. La primera cosa que debo vencer es el imperio de las palabras. Si estoy ahogado en las palabras no puedo ser creativo. Esto es lo que yo he hecho en mi interior: he visuali­zado todas las degeneraciones del mundo. Yo no soy un de­pravado, pero en el momento en que debo crear algo, tengo todos los elementos a mi disposición. Cuando veo a una per­sona, prescindo, como sabéis, de los límites. Por tanto, la persona puede decirme lo que le pasa: a mí no me va a sorpren­der. Una de las grandes barreras en la creatividad terapéutica es la sorpresa. Un terapeuta no puede sorprenderse, debe es­tar preparado para escucharlo todo, nada le sorprenderá ja­más porque él lo ha imaginado todo. Ahora bien, la extrañeza maravillosa es algo muy distinto a la sorpresa.

Decía que las palabras son la primera barrera -la más esen­cial- en la que estamos presos. Y eso sucede porque, general­mente, en nuestra civilización se relaciona a la persona con to­do lo que dice: «Yo soy lo que digo». Esta idea aún persiste, a pesar de que con el surrealismo, Freud, Lacan y otros, se rom­pió la idea de que se es lo que se dice. Y, sin embargo, pasamos todo el día contándonos cosas. La amistad «imbécil» es en­contrarse para decir cosas, no para hacer cosas. Nos decimos cosas cacareando como en un gallinero. Nos educamos ha­blando, no haciendo cosas. Por eso el refrán «Del dicho al he­cho hay mucho trecho». Nos pasamos la vida diciendo «Tú me has dicho eso», «Retira inmediatamente lo que has dicho». Es muy infantil, es el infantilismo de una educación verbal, don­de sólo las palabras significan algo. Y la creatividad en este es­tado es nula. Un mundo donde solamente hay palabras es un universo donde no hay creatividad. Las palabras resultan his­téricas cuando son tomadas como un lenguaje donde el obje­tivo son las mismas palabras. La creatividad se da fuera de las palabras. Cuando el poeta trabaja esencialmente con palabras, entonces éstas explotan.

Alejandro Jodorowsky
Foto: Dan Escobar

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