Carta de Moebius, en “Psicomagia”
“Conocí a Alejandro a mediados de los años setenta. Trabajábamos en la película Dune. Hacia dos meses que cada día me daba una sorpresa sobre su manera totalmente surrealista de proponer, no ya la creación de una obra, sino también cualquier pensamiento o situación... En esos días, uno de los problemas que más me agobiaba era el del cigarrillo... ¿Cómo pasar largas horas con aquella persona apasionante sin puntuar mis grandes reflexiones de grandes bocanadas de humo azul? Imposible cualquier transgresión: Alejandro, invocando supuestas crisis de asma mortal, había hecho del cigarrillo un tabú en el plató, y yo tenía que aislarme, como un colegial culpable, en el patio que colindaba con nuestro edificio.Un día, conversando alegremente con varios compañeros del equipo de producción, mientras tomábamos un refresco en la terraza de un café, interpelé a Alejandro en tono festivo, pensando tal vez en ponerle en un aprieto, o sin pensar, sólo por hablar: “Alejandro, tú que has tratado a tantos magos y tú mismo te las das de mago -en aquel entonces, yo tenía de la magia ideas confusas que aderezaba con ironía- ¿no podrías, con un encantamiento o sortilegio, ayudarme a dejar el tabaco?”
¿Qué esperaba? Una respuesta-pirueta que provocara la risa y consignara mi pregunta a las brumas del olvido... Pero, para mi completo desconcierto, Alejandro, en lugar de evadirse, me contestó que sí; conocía una magia poderosa, infalible, que me demostraría en aquel mismo momento, si yo quería. Pero antes tenía que estar seguro de que mi propósito de dejar de fumar era real porque el hechizo era fuerte, y tenía que hacerme a la idea de que, cuando la magia empezara a obrar, yo no volvería a fumar ni una sola vez en toda mi vida.
Alrededor de la mesa se había hecho el silencio, la atención estaba concentrada en lo que yo acababa de promover. Alejandro me miraba con una hilaridad discreta y amistosa. Yo pensaba en el humo, amigo, compañero impalpable, siempre disponible, discreto, eficaz y tranquilizador, en el chasquido alegre del encendedor, en el rasgueo del fósforo... ¿Estaba dispuesto a abandonar estos placeres, aparentemente indispensables? Pero también pensaba en el gris de la ceniza que parece invadirlo todo, en la respiración fatigosa, en la tos ronca y dolorosa de la mañana... Decidí dar el paso. Además, sentía curiosidad. No sólo vería a Alejandro proponer un acto mágico, sino que yo sería el objeto... Otra cosa me incitaba a lanzarme: los compañeros presentes esperaban mi decisión.
¿Iba a defraudarlos privándolos de ver la magia en acción?
- De acuerdo, estoy listo.
- ¿Ahora?
- Ahora.
- Muy bien. Dame tu paquete de cigarrillos.
Saqué mi paquete de Gauloises, del que me había fumado la tercera parte. ¿Le echaría un sortilegio, lo transformaría en calabaza? Después de murmurar extraños encantamientos, Alejandro dijo, muy serio:
- Mi magia es poderosa pero muy simple. Para dejar de fumar, basta con tomar la decisión y tú ya lo has hecho. La clave está en acordarse de esa decisión y aquí se introduce la magia. ¿Quién tiene un lápiz?
Le tendí el que tenía y contemplé, fascinado, los ademanes seguros con que mi amigo retiraba la envoltura de celofán. Tomó el lápiz... ahora vería qué signo cabalístico, qué poderoso sortilegio, transformaría mi paquete de cigarrillos empezado.
- Muy sencillo: en una cara escribo esta palabrita: “No” y en la otra, esta frasecita: “Yo puedo”.
Alejandro volvió a poner el paquete en la bolsa de celofán y me lo devolvió como si fuera una bomba preparada para hacer explosión o nada menos que el Santo Grial envuelto en el Vellocino de Oro. Me dijo que guardara el paquete media docena de semanas, hasta que, liberado de todo deseo de fumar, se lo regalara a un necesitado (que debió de preguntarse qué significaba aquello de “No” y “Yo puedo”...).
Y desde entonces no he vuelto a sentir ni el menor deseo de encender un cigarrillo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario