-¿He llamado a la casa del cantante X? -Sí.
-Soy el empresario Z. El cantante A acaba de sufrir una crisis cardíaca y es probable que no pueda acudir mañana por la noche a cantar. Es absolutamente necesario que usted ocupe su lugar.
¿Tiene listo un repertorio?
-¡Sí, claro que sí! Tengo todo un programa -responde, estupefacto por esta buena fortuna, el viejo cantante.
-Escuche -añade el empresario-, todavía estamos a la espera de que nuestro divo se recupere.
De modo que, si antes del mediodía de mañana no recibe usted un telegrama de contraorden, puede considerar firmado su contrato.
-¿A mediodía?
-¡Sí, justo al mediodía! A partir de ese momento, todos sabremos a qué atenernos -concluye, antes de colgar, el empresario.
Excitado como nunca, el cantante repite incansablemente todo su repertorio. No cesa de mirarse al espejo del armario, confirmando una y otra vez que su traje está bien planchado. Pasa la noche en vela haciendo votos por la muerte de su rival. Al amanecer, el hombre se encuentra agotado. Bebe litros de agua, no come. Pasan diez horas, once horas... Un cuarto para el mediodía... Cinco minutos para el mediodía... Cuatro... Tres...y un minuto... Justo al mediodía alguien llama a su puerta. El viejo cantante va a abrir, con lágrimas en los ojos. Es un telegrama. Con las manos temblorosas, lo lee bajo la mirada ansiosa de su mujer... Al terminar de leerlo, exclama con aire triunfal
-No te preocupes, ¡gracias a Dios no es nada! ¡Simplemente que acaba de morir mi madre!
Para este viejo cantante, que no piensa más que en sí mismo y que padece un desfase entre el mundo de lo emocional y la realidad, la muerte de su madre supone una liberación. Es posible que ella le haya provocado una neurosis de fracaso…; Quizá, en su niñez, la oyó decir: «Cuando naciste me tuve sacrificar: para poder cuidarte abandoné mi carrera artística». O bien: «Quiero que un día realices lo que yo no pude hacer. Pero si triunfas, sufriré pensando en mi propio fracaso». O más bien: «No eres el hijo que yo esperaba, te pareces a tu padre y no a tu abuelo materno».
Dice una madre:
-Tuve una vez un bebé que nació tan tremendamente horroroso que en vez de darle el pecho le di la espalda.
No habiendo sido amado como él habría deseado -quizá; vio una madre que no lo amamantó, ausente, insatisfecha, sufriendo porque envejecía, odiando en lo más profundo al marido y a los hombres-, nuestro personaje se encierra en un feroz egoísmo, al mismo tiempo que se prohíbe el goce de triunfar: si no ha sido amado, piensa, es porque no lo merece, tampoco, entonces, se permite el éxito artístico.
Un niño pequeño tiene un perro llamado Babá, al cual adora. Un día, mientras está en el colegio, Babá se escapa, cruza la calle corriendo y un automóvil lo atropella.
Sabiendo el amor que su hijito tiene por el perro, la madre teme que sufra un shock terrible cuando se entere del accidente. Decide, entonces, ir a buscarlo al colegio para darle la mala noticia con delicadeza.
-Yo sé -le dice ella mientras regresan caminando- que eres un niño muy valiente. Y querría que hagas la prueba y que no llores ni grites porque... voy a decirte algo muy triste: Babá ha muerto.
-¿Ah, sí? -dice el pequeñuelo con toda frialdad ¿Cómo ha sido?
-Hace un rato, lo atropellaron en la calle...
-Esas cosas suceden, mamá. No te preocupes...
Y el niño no llora ni grita mientras continúa jugando con su yoyó.
La madre, que temía lo peor, está asombrada.
Apenas llegan a casa, el pequeño recorre todos las habitaciones gritando «¡Babá! ¡Babá!».
Luego, regresa junto a su madre y pregunta:
-¿Dónde está Babá?
-Pero, mi niño, te dije que estaba muerto.
Entonces el niño estalla en sollozos y lanza alaridos...
-¡Pero qué es esto! Cuando te lo dije hace un momento no te conmoviste, ni siquiera lloraste...
-Es que entendí mal -dice el niño entre lágrimas-, creí que me decías que papá había muerto.
Cuando un pequeñuelo no ama a su padre, y demuestra que éste le es indiferente, no es por culpa suya sino del adulto... El niño, con sus padres, es como un espejo. Si una madre mira siempre a su bebé con rostro inexpresivo, éste crecerá con profundos problemas mentales. La mujer que sostiene a un niño en brazos, cuando ella le sonríe, por instinto él la imita y sonríe. Asimismo, cuando ella le muestra un rostro amoroso, él también expresa ese mismo sentimiento. Es un intercambio... Si un padre, ausente o ensimismado, trata con indiferencia a su hijo, no juega con él, no ríe, no ensalza sus valores o no lo acaricia, éste acabará respondiendo con igual indiferencia. Los adultos que asisten al sepelio de sus padres sin derramar una sola lágrima y sin sentir nada, son productos de tal situación: como no fueron amados, son incapaces de sentir amor. Tienen el corazón blindado.
Sin embargo, no podemos decir que su corazón esté vacío. En la naturaleza de los mamíferos se da este tipo de amor. Probablemente por ser de sangre caliente, en los períodos de intenso frío las parejas y sus crías necesitaron protegerse juntando sus cuerpos para obtener calor. Si no se juntaban, sentían peligro de muerte. Quizá por eso al amor se le relacione con calor y a la indiferencia con el frío... Aunque podría ser también que el amor viniese determinado ya en los genes. No es que los padres y los hijos no se amen, tan sólo sucede que no saben expresar y vivir correctamente ese amor. Debido a problemas inherentes al árbol genealógico, por ejemplo haber sufrido abandono o no haber recibido el cariño necesario, algunas personas temen amar, y creyendo no merecer lo que ansían, entonces se enquistan o huyen o se camuflan o atacan. Y esta relación dolorosa se va repitiendo de generación en generación. El hombre que no ha recibido amor paterno no sabe ser padre; así como la mujer rechazada por su madre no sabe ser madre...
Un padre amonesta a su hijo:
-Fuiste un bebé feo, luego un mal hijo; serás un mal marido, padre de familia espantoso y terminarás en la silla eléctrica.
Entonces, con aires de protectora, interviene la madre: -Quizá le concedan la gracia.
¿Qué hacer en una situación como ésta? Cuando creemos no tener sentimientos paternales o maternales, debemos confiar en que nuestro centro intelectual sabe lo que es ser un buen padre o una buena madre. Entonces, guiados por él, debemos imitar el amor diciéndonos: «Mis hijos tienen tal problema o necesitan esto. Si los amara bien, ¿qué haría?». Y así de imitación en imitación, finalmente el corazón se libera sus blindajes y deja expandirse el amor que siempre estuvo en él, pero retenido. Pero si no hacemos estos esfuerzos y en lugar de ternura damos órdenes...
-Papá -dice un niño al autor de sus días-, quiero que por mi cumpleaños me regales una escopeta de verdad.
-Eso no es posible.
-¿Por qué?
-Porque a los niños no se les debe regalar esas cosas.
-¡Yo quiero una escopeta!
-¡No!
-¡Sí!
-¡Basta! -replica el padre- ¿Quién manda aquí?
-Tú, por supuesto -responde el niño-. Pero si yo tuviera una escopeta...
∼✻∼
Consejos de Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Imagen: To Save The Child by Ahermin
No hay comentarios:
Publicar un comentario