-Se siente contento, ¿verdad?
-Sólo a medias... Tengo muy mala suerte. ¡Había comprado dos números de lotería, pero al segundo no le ha tocado nada!
Detestar o amar la vida es un asunto de elección. Los acontecimientos en el presente son causas de efectos futuros que, según quien los experimente, serán considerados positivos o nefastos. El psicoanálisis habla de traumas como si, estas agresiones pasadas, fueran la causa de los problemas actuales del paciente. Sin embargo, a partir de un hecho traumático -por ejemplo, una mujer que es violada- la víctima puede sentir su vida arruinada para siempre o reestructurarse con más fuerza que nunca. Un sujeto padece una quiebra económica, nunca se repone y termina suicidándose. Otro, en iguales circunstancias, surge con renovados ánimos y, cambiando de camino, inicia un nuevo oficio que le permite vivir mejor que antes... ¿Por qué unos se sumergen en la negatividad y otros no?
Un hombre se lamenta de tener mala suerte y de verse obligado a trabajar incontables horas para obtener algo que comer. Los dioses, cansados de sus quejas, deciden ayudado. "Este infeliz, de camino a su trabajo, pasa cada mañana por el puente que hay sobre el río del Este. Le dejaremos ahí un cofre lleno de monedas de oro.» Al alba, el hombre se levanta de mal humor, como de costumbre. Al llegar al lugar previsto por los dioses, gruñe: ¡Me molesta cruzar este puente todos los días, es de una fealdad insoportable! Para no verlo avanzaré con los ojos cerrados». Y así lo hace.
El trauma no causa el problema: sólo actúa como detonador. Una serie de circunstancias genéricas, familiares, sociales, culturales crea en el individuo un terreno en cuyas profundidades pueden yacer bien cargas explosivas o bien semillas. Un espíritu sabio se adiestra para reaccionar ante cualquier golpe diciendo: «Todo es para bien». Un espíritu enfermo dirá: «Todo es para mal». El ciudadano que ganó el premio de la lotería pertenece a esta segunda categoría. En el siguiente cuento -que por su extrema vulgaridad aconsejo no leer a personas muy sensibles-, un personaje encuentra ese metafórico tesoro que los dioses nos colocan en el puente.
Para celebrar sus diez años de matrimonio, una pareja llega por la mañana a un hotel, junto a un lago, para pasar una semana de segunda luna de miel. De inmediato el marido, con su equipamiento de pescador, se va hacia el lago. Vuelve tarde, portando un cesto lleno de peces. Esto mismo se repite los seis siguientes días. Cuando el marido va a pagarla cuenta, el encargado del hotel le dice:
-Estoy muy sorprendido, señor. Generalmente las parejas en luna de miel casi no salen del cuarto, dedicadas a hacer el amor todo el día. No comprendo por qué usted ha estado pescando la mayor parte del tiempo.
-Antes que nada debo decide que no puedo hacer el amor con mi mujer: tiene un peligroso herpes vaginal.
-Pero, señor, existe la vía oral...
-Imposible, está llena de aftas.
-En fin, la vía anal...
-Tampoco puedo: tiene hemorroides...
-Ahora lo comprendo señor, su esposa es una catástrofe...
-No lo crea: a mí me tiene muy contento. Cuando defeca, su excremento sale lleno de magníficos gusanos que me sirven para la pesca.
Esta disposición a encontrar algo bello o útil en lo que resulta asqueroso, favoreciendo el pequeño detalle positivo en un gran todo negativo, también lo hallamos en un evangelio apócrifo:
Paseando los doce apóstoles con su Maestro, ven en el camino el cadáver podrido de un perro.
Los discípulos, tapándose la nariz, se alejan de él. Por el contrario, Jesucristo se arrodilla junto al despojo y dice sonriente:
-Tiene hermosos dientes.
Tal actitud no debe aplicarse exclusivamente a extraer perlas de los rincones sucios del mundo, sino también de nuestro Espíritu. Por una falta de ideales, resultado de la decepción que nos produce nuestra propia especie humana (en todo momento podemos asistir, en algún lugar del planeta, a la matanza de civiles por soldados asesinos o ver a millones de personas muriendo de hambre), educamos a nuestros hijos sin que tomen conciencia de su tesoro interior. En sus espíritus embutimos un juez lleno de desprecio: no son nada, no valen nada, no pueden nada... Nuestra Alma es la princesa que duerme encerrada en un impenetrable bosque. Y así como el príncipe se abre camino pacientemente entre las zarzas para llegar hasta la princesa y darle el beso que la despierte, nuestro Espíritu debe penetrar en los laberintos de la memoria para demoler al juez interior -suma de todos los prejuicios familiares y sociales- y, valientemente, reconociendo las pulsiones de muerte y las desviaciones de la personalidad, rechazarlas diciendo «Esto no soy yo», hasta llegar al luminoso centro del tenebroso inconsciente. Bañados por esa luz, nos damos cuenta de que el perro podrido es un aliado angélico. Vemos por fin el mundo como es: un edén que los hombres de escasa consciencia perturban con su violencia animal. Nos vemos a nosotros mismos convertidos en una unidad donde el Cuerpo, el Alma y el Espíritu se complementan en total felicidad.
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Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Ilustración: Spencer Douglass
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