viernes, 25 de abril de 2014

El Precio Justo

Dos mujeres de costumbres ligeras se encuentran:
-¿Qué te pasa? Se te nota contrariada. 
-¡Vaya si lo estoy! Tenía dos amantes y los dos me han abandonado. Pedro porque yo le costaba mucho. Pepe porque yo no le daba mucho. 

Tenemos puntos de vista diferentes en relación con el dinero. Nadie lleva en los bolsillos los mismos billetes y monedas. A su valor económico se les agrega un valor emocional. El dinero recibido sin trabajar, de una herencia, no es el mismo que ganamos con el sudor de nuestra frente. Existe el dinero sucio, el dinero doloroso, el dinero fácil, el dinero merecido, el dinero del emigrante, del nuevo rico, del avaro, del aristócrata, el culpable dinero católico, el orgulloso dinero protestante, el dinero incestuoso. Respecto a este último podemos decir que es infantil, ya que el niño sólo conoce el dinero que sus familiares le dan, lo que crea en él el hábito de pedir. Más tarde, incapaz de alcanzar la madurez, continúa pidiendo a jefes, a instituciones gubernamentales, becas, jubilaciones, premios televisivos, etc. En realidad, hasta que una persona en esta sociedad no gana dinero empleando su talento creativo, no puede llamarse adulto. El mundo depende de la actitud que tengamos ante él: si queremos cambiarlo será necesario que antes cambiemos nosotros.

Moisés está en su negocio, contando satisfecho el dinero que ha ganado ese día, cuando su amigo Abraham entra y le dice:
-Necesito que me prestes ahora mismo cinco mil euros en billetes...
-¡Pero cómo! Cinco mil... eso es mucho. 
-No te preocupes, Moisés... Te los devolveré en diez minutos... 
-No me hagas reír: apenas los tengas te olvidarás de volver... 
-¡No saldré de aquí! Y además te daré una comisión del cinco por ciento... Ganarás sin arriesgar nada doscientos cincuenta euros en diez minutos! 
-Bueno... Si es así te los presto. 
Moisés le entrega a Abraham, en billetes, cinco mil euros. Su amigo se los mete en un bolsillo, luego le pide permiso para usar el teléfono. En un rincón apartado del negocio habla durante diez minutos y luego, con una gran sonrisa, le entrega los cinco mil euros a Moisés, más doscientos cincuenta.
-No comprendo nada, Abraham. Explícame, por favor, de qué se trata. 
-Muy fácil, Moisés: tenía que discutir un importante contrato y, para lograr mis exigencias, con los bolsillos vacíos me sentía débil. Cuando los llené tuve la autoridad que necesitaba para imponer mis condiciones. 

El modo de percibimos es esencial. Muy rara vez se nos juzga por lo que somos, más bien se hace por la manera en que nos vemos y sentimos.

-¡Buenos días, Abraham! 
-Buenos días, Moisés. ¿Cómo estás? 
-Muy bien -responde Moisés-. ¿Qué hay de nuevo? 
-Me he asociado con un goy [no judío] -le confía Abraham. -¿Ah, sí? ¿Y sobre qué bases? 
-Sobre un acuerdo de tres años. ¡Él aporta el dinero y yo la experiencia! 
-¡Ah! -se asombra Moisés, interesado-. ¿Y qué pasará al cabo de tres años? 
 -Pues que yo tendré el dinero y él la experiencia -concluye satisfecho Abraham. 

El conocimiento tiene un precio. Eso pensaba el médico y psicoanalista francés Jacques Lacan... En cierta ocasión, una persona quería psicoanalizarse a toda costa con él, y Lacan aceptó precisando:

-Le saldrá muy caro. Fije usted el precio. 
-No sabría hacerlo -se excusó el interesado. -Entonces, invíteme a cenar -propuso el maestro.
Fueron a un restaurante de lujo y, evidentemente, la cuenta resultó muy elevada. En el momento en que el futuro paciente estaba pagando, comprendió que acababa de fijar el precio de cada una de las sesiones. Invertiría en provecho de su espíritu lo que gastaba en alimentarse.

En el chiste inicial, el socio debe pagar por adquirir experiencia. Si no se toma a Abraham, por un estafador, sino por una persona con un verdadero conocimiento de los negocios, es normal que sea remunerado por la sabiduría que aporta, ya que al cabo de tres años su alumno tendrá la experiencia que le permitirá ganar mucho dinero.
Hay otra historia sobre una persona que quiso psicoanalizarse con Lacan:

Un hombre que ya sigue un tratamiento psicoanalítico acude a Lacan para hacer un control de su análisis (está convencido de que el terapeuta es un genio). Analizarse con Lacan le sale muy caro, diez veces más que con su psicoanalista. Sin embargo, al cabo de dos o tres sesiones decide continuar, pese al precio, y le escribe a su antiguo terapeuta para anunciarle que interrumpe su tratamiento, pues éste le sale demasiado caro.

Cuando pagamos poco a cambio de no avanzar, tal cosa nos resulta muy cara. Pero cuando pagamos mucho a cambio de progresar, tal cosa nos parece barata. Nos corresponde a nosotros decidir el precio de lo que aprendemos.

La historia de Abraham y de su socio es sabia: la experiencia tiene el valor que le damos. Un adulto invierte en su desarrollo espiritual.


∼✻∼
Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”


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