disminuyendo progresivamente de peso, hasta poner casi en riesgo su vida. Y la familia de la enferma debe ponerla bajo tratamiento médico.
Sin embargo, para sanar hay que querer sanarse, y la anoréxica de ninguna manera quiere comer con normalidad, su delirio le hace rechazar toda ayuda. En este caso la psicomagia no es utilizada para sanar la enfermedad, actividad que corresponde a la medicina, sino para dar a la
persona enferma ganas de curarse.
Queriendo estudiar la medicina mapuche, viajé a la ciudad de Temuco, en el sur de Chile, para asistir a un machitún (ritual de sanación, con una gran congregación de tribus alrededor de una pista donde se entregan a un juego semejante al hockey, que llaman «chueca»). La pista fue inaugurada por cinco machis (curanderas-jefas de la tribu). Tuve la
oportunidad de conversar con la más respetada de ellas. «¿Qué quieres saber?», me preguntó. Le respondí: «Quiero saber cómo cura usted». «Pues lo primero es averiguar quién es el dueño del enfermo.» «¿El dueño?» «Los enfermos tienen dueño. Si no lo tienen, mueren abandonados. Yo necesito discutir con sus dueños el precio de la ceremonia de curación.»
En el caso de la anorexia, la enferma, no deseando comenzar su sanación, debe ser preparada para esto por sus «dueños» (que aquí serían sus familiares, de preferencia su madre y su padre). Antes que nada, ellos deben darse cuenta de que en gran parte son responsables de la enfermedad de su hija, bien porque la hayan alejado del hogar o inculcado una moral que exige una delirante pureza (es decir, el rechazo del placer sexual), o porque hayan abusado de ella cuando era niña, o porque la madre ha sufrido de obesidad, o se han divorciado o uno de ellos ha muerto prematuramente. Se puede agregar a esto que quizás, agobiándola con críticas o destruyendo su autoestima, la han encerrado en el clan, malogrando así sus habilidades sociales y comunicativas con el entorno.
Este odio a la carne tiene sus raíces en las concepciones religiosas de los antepasados, donde la sexualidad femenina era considerada una manifestación del demonio. Uno de los primeros casos reconocidos de anorexia es el de la mística y religiosa dominica italiana Catalina de Siena (1347-1380), que a los 7 años, tras la muerte de su hermana en un
parto, hizo la promesa de dedicar su castidad y su vida a Dios. De joven ingresó en la orden dominica ya con la mitad de su peso, se encerró en su habitación y se maltrató no comiendo. Murió poco más tarde. Su prestigio se extendió rápidamente entre las religiosas: el ayuno era un medio para que el espíritu triunfara sobre la carne. Estar sin comer (sin
relaciones sexuales) fue considerado un signo de santidad.
Estas absurdas ideas religiosas se transmiten, la mayoría de las veces de forma solapada, de generación en generación. Originan delirantes deseos de perfección, desprecio al placer sexual, exaltación de la pureza espiritual y odio a la carne. La anorexia no aparece en familias con pocos recursos económicos. No comer cuando no se tiene no es lo mismo que no comer cuando se tiene. La enferma está rodeada de cuidados, en un ambiente donde no aparecen graves problemas económicos. Los psicólogos recomiendan situar a la enferma en un clima de comprensión, amabilidad y buenos tratos para que recupere gradualmente la autoestima y el amor por la vida.
En un caso de anorexia, y con buenos resultados, me atreví a aconsejar un acto de psicomagia totalmente opuesto a los métodos oficiales:
Sin que la enferma se enterara, me reuní con sus padres y los convencí de organizar un acontecimiento teatral contratando los servicios de tres actores masculinos, de aspecto lo más agresivo posible, para realizar un falso secuestro. La madre llevó a su hija de compras. En plena calle, dos de los actores bajaron de un coche, mientras el tercero hacía de
chofer, y amenazaron a las dos mujeres con sus pistolas, obligaron a la hija a entrar en el automóvil, la amordazaron, le cubrieron la cabeza con un saco y, después de dar vueltas por las calles de la ciudad durante una hora, la hicieron bajar para encerrarla en un cuarto oscuro, con sólo un viejo y sucio colchón y un balde para orinar y defecar. Antes de dejarla ahí tirada, la desnudaron. Durante tres días, en un bol para perros, sin dirigirle la palabra le ofrecieron la comida de bajas calorías a la que ella era adicta en su lucha por reducir peso.
En el alimento, cada vez venía una cucaracha muerta. Al cuarto día entraron en la celda con una cámara de vídeo y la amenazaron con violarla si no se dejaba filmar rogando a sus padres que pagaran el alto rescate que sus raptores exigían. A los dos días los actores, comunicándole que el rescate había sido pagado, la amordazaron, le cubrieron la cabeza con el saco y la llevaron de regreso, paseándola otra vez durante una hora, para al fin depositarla, así desnuda, en la puerta de su casa.
El choque que produjo este falso rapto en la enferma hizo que se asqueara de su régimen alimenticio y de su cuerpo esquelético y que agradeciera a su familia el haber reunido tanto dinero para su rescate, olvidando así sus rencores al sentirse querida. Finalmente, accedió de buena gana, y con deseos de curarse, a someterse a un régimen con control médico.
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Alejandro Jodorowsky en “Manual de Psicomagia”.
Imagen: Requiem for Anorexia by Aleksandra-Olivia
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