-Mi hijo es un médico magnífico -afirma la primera. ¡Es absolutamente necesario que vayas a verlo!
-Pero es que yo no tengo nada -responde la otra. ¿Por qué he de ir?
-Es un médico tan bueno que... -explica muy orgullosa la primera- aunque no tengas nada te encontrará algo.
A veces tratamos de ayudar, pero al hacerlo quizá hagamos daño obligando al otro a recibir algo que no nos pidió.
El trabajo de curación exige una delicadeza extrema. No es una ocupación que permita exaltar el Yo personal del que cura, ni pulir su celebridad y renombre. Cuando se quiere sanar a alguien, hay que hacerlo con todo el respeto, intervenir discretamente y jamás obligarlo a recibir nuestro servicio. En cuanto intentamos probar que somos una maravilla como curanderos, causamos un enorme perjuicio.
¡Desconfiemos de las personas que hacen profesión de curar con el objeto de autoafirmarse! Gurdjieff decía: «Son tan perezosos para ayudarse a sí mismos que quieren ayudar a los otros». Desean valer, ser poderosos, y practican con los demás.
Perdemos años de nuestra vida depositando la confianza en personalidades fuertes que se hacen pasar por infalibles. Piensan que lo que creen es la realidad. A veces, casi siempre demasiado tarde, se dan cuenta de que se equivocan:
Un médico es llamado junto al lecho de un enfermo. Después de haberlo examinado en privado pasa a la habitación de al lado y dice a su esposa:
-No se inquiete, señora, su marido no tiene nada. Simplemente cree que está enfermo.
Una semana más tarde, el doctor telefonea:
-¿Qué me dice, señora? ¿Cómo va su marido?
-Igual, imaginándose cosas. Ahora simplemente cree que está muerto.
La realidad puede ser una cosa distinta de lo que creemos. Muchas veces la persona que insiste en darnos un consejo no nos lo está dando a nosotros, sino a sí misma:
-¿Cómo fue? ¿Hizo efecto el medicamento que le receté? -pregunta un médico a su paciente.
-¡Claro que sí! ¡Me ha hecho muchísimo bien!
-¿De veras?
-¡Sí, de veras!
-Ya que usted lo dice, voy a probarlo yo: tengo el mismo problema, que tenía usted.
Este médico prescribe remedios que él mismo no ha probado. Da consejos para ayudar a las personas a solucionar un problema cuando, sin embargo, él experimenta en carne propia ese mismo problema. En una historia iniciática hindú, atribuida a Gandhi, la actitud del sabio es muy distinta:
Una madre visita a un gurú para pedirle que hable con su hijo y lo induzca a que deje de tomar azúcar. El gurú comprende su petición y le propone que regrese una semana más tarde. Así lo hacen. En esta ocasión, el gurú se dirige al niño:
-Muchacho, ¡deja de comer azúcar!
Sorprendida por la brevedad de su intervención, la madre pregunta al gurú:
-¿Para esto tuvimos que esperar una semana? ¡Usted podría haberle dicho lo mismo la primera vez que estuvimos aquí!
-Les hice esperar una semana porque, entonces, yo aún tomaba azúcar.
Cuando buscamos un consejo, la elección del consejero requiere una atención rigurosa. Una cosa es el conocimiento que adquirimos deduciéndolo de palabras; y otra, el conocimiento que resulta de la suma de acciones que hemos hecho para adquirirlo. Un curandero no debe recomendar una acción que él mismo no es capaz de cumplir.
Algunas personas, por miedo o pereza de trabajar en sí mismas para conocer su auténtica naturaleza, sintiéndose mutiladas de su tesoro interior se inventan creencias, sentimientos, deseos y aspiraciones, mintiéndose sin cesar. En todas sus relaciones aparentan ser lo que no son. A causa de esto, en cuanto se encuentran frente a una persona verdadera, se inquietan y tratan consciente o inconscientemente de dañarla. El mejor modo de hacerlo es dando «amistosos» consejos, que son empujones hacia una vida falsa y, por eso mismo, destructiva.
A pesar de todo, con lo que consideramos «nuestros defectos» podemos llegar a realizamos.
Un campesino se queja de su pobreza ante el rey por no tener medios con los que llevar a vender sus legumbres al mercado. El monarca le ofrece un regalo:
-¿Qué deseas?
-¡Majestad, un caballo me salvaría la vida!
El rey accede y se lo otorga. El campesino se queja:
-Majestad, no puedo aceptar este animal. No me sirve. No sabe avanzar, sólo retrocede.
El rey le dice:
-Te quedarás con él. Solucionar tu problema es simple. Ponle la montura al revés, siéntate mirando hacia su cola y haz que vaya a donde quieras a reculones.
Lo que llamamos «nuestros defectos» puede ser más tarde el motivo por el cual los otros nos admiren. El escritor y artista francés Jean Cocteau dijo una vez a su amigo el actor Jean Marais, que se quejaba de tener una voz desagradable, «Tus defectos serán más tarde para los otros tus cualidades, siempre que insistas».
∼✻∼
Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Imagen: Josef Mari Olaybal
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