Ambas personas están en peligro, pero una de ellas es capaz de conservar la calma, de no pensar en la muerte, sino en el modo de salir de la situación lo menos desplumado posible.
El padre guía al hijo, a fin de que éste sólo cause un mínimo de estragos. Ello significa que, en un período de crisis, debemos mantener la consciencia completamente despierta, con el objeto de disminuir los daños... Al considerar que todo se desploma, algunas personas comienzan a destruir todo cuanto pueden. Sin embargo, hasta el último momento, existe siempre la posibilidad de hacer algo que salve la situación. Un campeón de karate nos dirá: «Al caer, todavía no has perdido. Mientras vas cayendo aún puedes propinar una patada que tal vez te lleve a obtener la victoria».
Comprendemos con esta última frase que nos debemos entregar a la crisis, porque en lo más profundo de ella se encuentra la solución. Es necesario entrar ahí esforzándonos por tener la mayor calma posible, pensando que nuestro inconsciente no está contra nosotros sino a nuestro favor. Poseemos un aliado interno, al que debemos dejar que se manifieste... Un violinista, teniendo un violín a su disposición, puede tocar una música sublime; pero sin instrumento, no hay música. Del mismo modo, aunque posea un Stradivarius, si no sabe tocarlo, tampoco habrá música. El encuentro de un espíritu con un instrumento produce la melodía. Cierto es que esa música puede ser altamente espiritual o bajamente comercial.
En plena plegaria del Sábado, se escuchan las vociferaciones de una discusión que viene del fondo de la sinagoga. El rabino se dirige hacia los perturbadores y se encuentra con David y Abraham.
-¿Qué significa este escándalo?
-Rabino, ¡Abraham insiste en que el negro no es un color! –dice David.
-¡Claro que no es un color! -exclama Abraham.
-Rabino -insiste David-, usted que es un sabio, díganos: ¿el negro es o no es un color?
-Por supuesto que es un color. Y, ahora, calmaos...
El rabino regresa al sitio de sus plegarias, pero unos instantes más tarde la disputa vuelve a comenzar. El rabino se acerca otra vez a los dos hombres.
-¡Os pedí que os calmarais! ¿Lo comprendisteis?
-Pero, rabino, ¡es que ahora Abraham insiste en que el blanco no es un color!
-¡Insisto: no es un color! -grita Abraham.
-Díganos, rabino, ¿el blanco es o no es un color?
-Yo diría que, efectivamente, el blanco es un color...
-¡Ah! ¿Lo has oído, Abraham? ¡El rabino ha dicho que el negro es un color y que el blanco también es un color! ¡Reconoce, por tanto, que te he vendido un televisor en color!
Lo que llamamos Dios interior, poderosa energía que anida en las profundidades de nuestro ser, es el lazo que nos une al Misterio Supremo. Cuando empleamos esa energía para el bien propio, de los otros y del planeta, la podemos llamar Dios. Si la empleamos para autodestruirnos, dañar a los demás y al planeta, podemos llamarla Demonio. Dios interior, Demonio interior, la energía primordial es la misma, su santidad o maldad dependen del uso que hacemos de ella.
Pero hay algo peor que emplear bien o mal al Dios interior: negarse a emplearlo. En ese caso, vivimos huyendo de una entidad que consideramos extranjera, sumergidos en nuestro limitado Yo personal, creyendo que sólo somos lo que nos han enseñado a ser, es decir, nada. Cuando se nos habla de nuestra joya interna, de una dimensión que existe más allá de nuestra razón, pensamos que es una ilusión, sin sospechar que el Yo personal -al que equivocadamente llamamos Consciencia- es una ilusión y que nuestra parte impensable es la realidad.
Un proverbio zen dice: «Para que nazca un pollo, la gallina debe picotear el huevo desde fuera, mientras que el pollo, al mismo tiempo, debe picotear la cáscara desde dentro». El Dios interior nos habla todo el tiempo. Tenemos que aprender a oírlo. Los magos dicen: «Querer, osar, poder, callar». Por callar debemos comprender: «Cesar la ilusión de creernos separados, crear el silencio», es decir, obedecer.
Somos el violín. El Dios interior es el músico. Sin violinista no hay melodía. El violín no puede tocarse a sí mismo.
Subido a una escalera, un obrero repara el canalón del tejado de una granja. De pronto pierde el equilibrio y cae en la fosa séptica. Se pone a gritar:
-¡Fuego! ¡Fuego!
El granjero y sus hijos acuden corriendo y lo sacan del hediondo sitio. Después, el granjero, enojado, le pregunta:
-Pero, insensato, ¿por qué gritaste «¡Fuego! ¡Fuego!?
-Si hubiera gritado «¡Mierda! ¡Mierda!", ¿habrían venido ustedes?
El mejor método para alcanzar la sabiduría es imitarla. Ante conflictos, elecciones difíciles o dudas, podemos preguntarnos: «¿Cómo se comportaría un sabio en este caso?». Y actuar conforme a lo que imaginemos que éste haría.
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Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Ilustración: Alfredo Caceres
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