El intelectual limitado desarrolla cuatro grandes temores:
Antes que nada, al espacio. El infinito se le hace intolerable. Por miedo a lo informe, diseña arquitecturas rectilíneas y se sumerge en cuartos que son cubos.
También teme al tiempo. Llena su vida de distracciones para olvidar la brevedad de su paso por el mundo. Si el aquí es un cubo, el ahora es un producto de relojes: le parece que ha dominado la eternidad por llevarla en la muñeca, encerrada en una máquina.
Teme a la consciencia. Se contenta con hacer uso de diez células cerebrales, sin querer investigar en las incontables otras que no cesan de efectuar conexiones misteriosas en su cerebro. Con orgullo, permanece en su jaula de palabras; se entrega al absurdo consumista, transformando su angustia en infantilidad.
Teme a la vida. Detesta el cambio y se aferra a sus valores anquilosados, exhibe sus sufrimientos con orgullo vanidoso, trata de «extravagantes», «locos peligrosos» o «engendros diabólicos» a quienes, desdeñando lo político, abogan por lo poético; critica con furor a «esos idealistas» que rechazando las revoluciones abogan por una mutación mental.
Encerrarse en el área intelectual, como un ermitaño en una fortaleza, es una forma de ebriedad. El individuo, sumergido en su río de palabras, en su monólogo interior, pierde el contacto real con el mundo. Negando la multiplicidad del cosmos, tiende a simplificarlo en fórmulas. Mas toda simplificación acarrea sufrimiento. Vivir en un engaño mental conduce a la angustia.
- Sin embargo, el Ego intelectual se puede convertir en una fuente de felicidad si se le hace mutar, inyectándole en sus sistemas lógicos siete leyes mágicas:
1. El mundo no es eso que pensamos que es.
2. Todos los sistemas son arbitrarios.
3. Todo está conectado con todo.
4. Todo es posible.
5. «Ahora» es el momento de poder.
6. Todo está vivo y puede responder.
7. Siempre hay otra forma de hacer algo.
Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Foto: anelowy
Antes que nada, al espacio. El infinito se le hace intolerable. Por miedo a lo informe, diseña arquitecturas rectilíneas y se sumerge en cuartos que son cubos.
También teme al tiempo. Llena su vida de distracciones para olvidar la brevedad de su paso por el mundo. Si el aquí es un cubo, el ahora es un producto de relojes: le parece que ha dominado la eternidad por llevarla en la muñeca, encerrada en una máquina.
Teme a la consciencia. Se contenta con hacer uso de diez células cerebrales, sin querer investigar en las incontables otras que no cesan de efectuar conexiones misteriosas en su cerebro. Con orgullo, permanece en su jaula de palabras; se entrega al absurdo consumista, transformando su angustia en infantilidad.
Teme a la vida. Detesta el cambio y se aferra a sus valores anquilosados, exhibe sus sufrimientos con orgullo vanidoso, trata de «extravagantes», «locos peligrosos» o «engendros diabólicos» a quienes, desdeñando lo político, abogan por lo poético; critica con furor a «esos idealistas» que rechazando las revoluciones abogan por una mutación mental.
Encerrarse en el área intelectual, como un ermitaño en una fortaleza, es una forma de ebriedad. El individuo, sumergido en su río de palabras, en su monólogo interior, pierde el contacto real con el mundo. Negando la multiplicidad del cosmos, tiende a simplificarlo en fórmulas. Mas toda simplificación acarrea sufrimiento. Vivir en un engaño mental conduce a la angustia.
- Sin embargo, el Ego intelectual se puede convertir en una fuente de felicidad si se le hace mutar, inyectándole en sus sistemas lógicos siete leyes mágicas:
1. El mundo no es eso que pensamos que es.
2. Todos los sistemas son arbitrarios.
3. Todo está conectado con todo.
4. Todo es posible.
5. «Ahora» es el momento de poder.
6. Todo está vivo y puede responder.
7. Siempre hay otra forma de hacer algo.
Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Foto: anelowy
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