Cuando niños, nos apegamos a la única “pareja” disponible, la madre o el padre. Si por un problema quedamos estancados en la etapa edípica, aquella en la que aprendimos a amar, a desear y a satisfacer nuestros instintos, entonces nos quedamos fijados psicológicamente a mamá o a papá. Aunque la tengamos a nuestro lado, no veremos a nuestra pareja si proyectamos sobre ella la figura de alguno de nuestros progenitores. Para dejar de repetir los fracasos de pareja hay que ir al origen, a solucionar un problema enquistado con nuestra madre o nuestro padre.
Extracto del libro Parejas Sin Fin. La pareja como terapia. Editorial Colofón
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