jueves, 29 de enero de 2015

El Loco y El Ermitaño En La Poética De Alejandro Jodorowsky. El Fragmento Como Pensamiento Viajero (Cuarta Parte)


En la nota introductoria al libro de Poemas “Yo, el Tarot”, Alejandro Jodorowsky nos dice: “El Ermitaño, que podría ser L´ (H)ermite, lleva una h inicial (conservada de la ortografía medieval), es decir L´ Hermite. Los que se dicen iniciados lo justifican porque creen que el personaje encarna al Dios Hermes”. (Jodorowsky Yo, 11). En su destacada conferencia La diferencia, Jacques Derrida, a propósito de la deconstrucción del logocentrismo señala que el proceso de desmontaje de la escritura como estrategia de desestructuración metafísica reconoce que durante la tradición occidental, incluido el último Heidegger, la escritura ha sido vista como una instancia suplementaria al servicio de la palabra. El privilegio esencialista de esta tradición del logocentrismo se ha sustentado en ideas preconcebidas a partir del pensamiento determinista en el cual la palabra vendría a constituir una especie de soporte del pensamiento, entendiendo una realidad representativa exterior de las ideas. Se cree con anterioridad que el pensamiento radicaría en la mente y las palabras, entonces, harían presencia de estas ideas. Incluso, señala Derrida, la escritura vendría a ser considerada como un simple mecanismo en donde la expresión de la palabra oral se traduciría para su comprensión. Esta desconfianza socrática en la escritura se habría impuesto hasta ahora, considerando como supuestos incuestionables las nociones de palabra y presencialidad. Para Derrida, el fenómeno de significación del signo entendido de esta manera, siguiendo aún a Saussure, considera el significante y el significado como fuerzas independientes en cuanto unidad y presencialidad, al creerlas como entidades separadas pero que en el fenómeno de significación advendrían de la mano. La deconstrucción derridiana del signo como entidad binaria provendría entonces de concebir el significado y el significante como presencialidad, lo cual resultaría incompatible en cuanto a que la misma significación recurre a un mundo idealista en donde estarían los referentes. Así, Derrida termina por nunca asignar a la escritura la hegemonía que el fonocentrismo otorgaba al signo en su manifestación oral.

El privilegio del centro en la deconstrucción derrideana ubica a la escritura en un lugar por “sobre los lenguajes” en la medida en que éstos siempre resultarían como manifestación de un código particular de interpretación. De esta forma la acotación de la lectura de la “H” en la carta del tarot del (H) ermitaño constituye un particular ejemplo de la escritura como manifestación de la interpretación particularizada de un lenguaje. La carta del Tarot le sirve a Jodorowsky para reseñar cierta cita a la tradición medievalista del personaje que encarna la carta. La “H” se constituye en el residuo escritural de la tradición de los iniciados medievales y, por ello, en la escritura grafemática aún se manifiesta de manera presencial aunque no sea reconocida en su presencia oral. La escritura como restante, siguiendo a Derrida, es la diferencia necesaria para la lectura de la escritura en cuanto ausencia o presencia diferida. Para nosotros, que deseamos aportar una interpretación más es, también, el residuo de un agujero negro del tiempo. La “H” del (H)Ermitaño es el encuentro en el Aleph del tiempo de la escritura, en cuanto la escritura, siguiendo a Blanchot, sería el momento de la ausencia de tiempo. Nuevamente, la figura de un aleph borgeano, un tiempo-espacio de todos los tiempos-espacios.

La descripción del (H) Ermitaño evoca la luz que ilumina el instante y no la totalidad. Incluso, sin asistirse de la conciencia, evadiendo la sujeción racional para invitar a la precaria sujeción de lo intuitivo.

El juego de la inscripción de la (H) se despliega sobre lo indeterminado del fenómeno de la significación pues el encuentro con sus devenires alternantes invita a múltiples órdenes, a la manera de un collage de la ficción significativa. La inscripción de la (H) indica, al menos, la ausencia de la correspondencia entre universo superior fonético y abismo grafémico, es decir, la antigua comprensión de la escritura entendida como un lugar divino en donde existiría un ordenamiento y jerarquías claras, por lo menos, en el predominio de la foné por sobre la grammé. Al mostrar la (H), entonces, se enuncia una escritura que es paradójica y ambigua, en palabras de De Man, ya que, al menos, es siempre presencia y ausencia a la vez. Sin embargo, el juego de la escritura no acaba en un envés, pues el gesto literario de Jodorowsky sería el de traer al mundo la mitología simbólica de Hermes, el (H)ermitaño, que coincidentemente es el dios de la escritura. De esta manera, no resulta tan azarosa la elección literaria mística de escoger la interpretación poética del arcano Le H’ermite y, sobre todo, la aclaración de su dirección hacia Hermes. Afortunadamente, Maurice Blanchot nos habla de la muerte implícita que involucra a la palabra y el lenguaje evocando la paradoja inquietante que carga consigo y que Jodorowsky devela en este mínimo gesto escritural. Por un lado, la palabra evoca, es decir trae desde otro mundo la tranquilidad que la comunicación nos entrega. En este sentido palabra-lenguaje-comunicación “calman las aguas” al enunciar el Ser. Hay palabra, “se dona”, pero al mismo tiempo “se suprime”: “Para que pueda decir: esta mujer, es preciso que de uno u otro modo le retire su realidad de carne y hueso” (Blanchot De Kafka, 43). Esta explicación dada por Blanchot, nos recuerda la aparición de la muerte en la palabra, y la distancia a la que ella invita. El decir que la palabra está muerta nos revela que es posible de ser distanciada lo suficiente del sueño vital del Ser, que habita en esa posibilidad de separación. La palabra evoca al Ser pero dejándolo olvidado. Jodorowsky se acerca de esta manera a lo que modernamente hemos considerado como literario, pues el mismo Blanchot nos indica que mostrar la palabra en una primera zona, sería el equivalente del lenguaje cotidiano, aquel lenguaje común en el que las palabras y las cosas o el “nombre” y las cosas, se entienden porque se sabe que la palabra ignora la existencia de lo que presenta. Cuando nombro las cosas del mundo la no existencia de eso nombrado es trasladada a la palabra. Este traslado, entonces, restituye lo que contiene al Ser y que es abandonado en el paso al nombramiento, pero que es restituido a sí mismo en el mismo instante de la pérdida. De esta manera, hay pérdida pero adviene la posibilidad de la sustitución. El trueque del Ser en la palabra.

Continuará...

Autor: Cristian Cisternas Cruz
Imagen: Tarot of the Elves

No hay comentarios:

Publicar un comentario