Reflexión de Alejandro Jodorowsky:
Confieso que en mi juventud, me enamoré de una mujer magnifica que hacía striptease en una sola de fiestas de Méjico. Cuando por fin conseguí pasar la noche con ella, me llevé algunas sorpresas. Una vez que se hubo quitado los zapatos, perdió buen número de centímetros y su esbelta y graciosa figura desapareció. Cuando, acto seguido, se quitó la peluca, las pestañas postizas y se desmaquilló, mi gran amor se había esfumado. Gracias a ella, comprendí verdaderamente donde puede llegar a veces la seducción. Más tarde, me di cuenta de que en ciertas circunstancias, yo era comparable a aquella mujer. Para seducir a determinadas personas, me presentaba con peluca, tacones y pestañas postizas. Y cuando mi presentación no producía el efecto apetecido, montaba en cólera y me ponía agresivo. En aquella época, mi vida oscilaba entre la seducción y la agresividad. Dado que no había sido querido ni me habían prestado la atención necesaria en mi infancia, buscaba constantemente ese reconocimiento en los demás y me pasaba los días tratando de seducir o de herir. Por otra parte cuando me mostraba hiriente, no faltaban masoquistas que se unían a mi para sacar provecho de mi cólera y de mi odio.Por otra parte el odio nace de un amor traicionado. Si no amáis a alguien, no podéis odiarle. Meditad sobre el hecho de que todas las personas que os odian expresan hacia vosotros una demanda de amor no satisfecho. Vivimos ese mismo tipo de situación con nuestros padres: les amamos y les odiamos al mismo tiempo. Les odiamos porque han traicionado nuestra demanda de amor, pero, en realidad, en lo más profundo de nosotros mismos, les queremos con locura. Reconocer este amor enterrado es la mejor forma de liberarse de nuestros odios. Reconocer nuestro amor y reconocer también nuestra capacidad de amar.
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Montaje de Imagen: Manny Jaef
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