La historia es muy Jodorowsky si ello existe, pues antes de escribir cómics y mucho antes de convertirse en director de cine, en sus años de universitario, junto al poeta Enrique Lihn, creó Teatro Mímico; luego habría de viajar a París para estudiar pantomima con Étienne Decroux, el profesor de Marcel Marceau, con quién más tarde realizó giras mundiales y para quien escribió una de sus obras más importantes: El fabricante de máscaras.
Otros tópicos jodorowskyanos presentes en el cómic son el enano (narrador y amigo de Pietrolino), una virgen, una prostituta, el héroe mutilado (según lectores informados, la mutilación simboliza la castración) y la compleja relación padre-mentor/niño-acólito, representada en el circo.
Así, en Pietrolino abundan las cosas que Jodorowsky ama y le obsesionan. Pero el libro es radicalmente diferente a todos los otros cómics de su catalogo: casi no hay violencia, el sexo es apenas sugerido, las referencias a lo místico y religioso son mínimas y la trama es más sencilla. El tono, además, es melancólico, reflexivo, nostálgico, extremadamente dulce.
Pietrolino sufre, pero su sufrimiento se representa sin la tendencia de Jodorowsky a la revolución abrupta; no hay decapitaciones repentinas o bromas sarcásticas ni tampoco hay sexo explícito entre padres e hijos. Es el tipo de libro que se puede mostrar a un niño. Y, sin embargo, al igual que con casi toda la obra de Jodorowsky, Pietrolino es en esencia la historia de un individuo herido que busca la curación, por lo que encaja perfectamente en su catálogo.
Pietrolino fue escrito originalmente como una obra para Marcel Marceau, cuyo padre murió en un campo de concentración nazi. Tal vez esto explica el tono del libro. Es la obra escrita para un viejo amigo, y así lo describe la dedicatoria de su última página: “Marcel Marceau, cuyo amor por el arte de la mímica nos inspiró esta historia. Conocía nuestro proyecto y disfrutaba anticipadamente ante la idea de verse representado en un cómic. Por desgracia, murió demasiado pronto”.
Pero Jodorowsky no. Su obra mucho menos. Porque sin duda seguirán vivos. Su nombre seguirá evocando una sensibilidad propia, una estética personal y auténtica. Lo mismo en la profundidad del corazón de sus seguidores que allá arriba: en el espacio intergaláctico a millones de kilómetros de la Tierra, en el meteorito por estos días bautizado en su honor.
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