Como el padre de su madre había fallecido quemado cuando ella tenía quince años, mi abuela se casó con un bombero. En cuarenta y cinco años de matrimonio, la casa ardió tres veces: primero durante la noche de bodas, luego un nueve de noviembre, durante el festejo de las bodas de cristal. En ambas ocasiones el marido logró apagar los incendios. Pero el fantasma se llevó la última palabra: la tercera vez que ardió la casa, fue el día del entierro de mi abuelo.
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Imagen: Cathrine Langwagen
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