Cualquier palabra, incluso la más corrompida, tiene raíces que se
alargan, atravesando laberintos nebulosos, hasta llegar al vacío.
¿Qué es lo que absorben? Yo no sé. El azul del cielo tendría que ser
verdadero y abrirse mostrando una grieta a la que veríamos como
desde el interior de una vulva, para comprender la liberación que
tanto ansiamos, aquella donde la materia adquiere su realidad de
espejismo.
Encontrar las palabras misteriosas que no poseemos y ponerlas
en lugar de aquellas que nos fueron legadas y que poco a poco se
han convertido en demonios; palabras misteriosas que no salen de la
boca pero que logran sacar a las piedras de su apatía para que, abiertas
como rosas, se embarquen en el tiempo y se comporten como lo
que son, ancestros sabios.
Quítenme la piel de la planta de los pies, para que pueda marchar
por los senderos de la Luz. Arránquenme la palma de las manos
para que pueda acariciar el corazón de lo Absoluto. Saquen de mi
cabeza esta corona, esta esperanza de inmortalidad, no quiero ropas
blancas, que la flor ritual de mil pétalos se marchite, que sus pétalos
se los lleve el viento junto no sólo con mi conciencia, sino también
con la conciencia de mi conciencia. Trepan en mi cuerpo en vida
para que el alma, esa palabra antigua, se evapore... En un vano
intento por diluirme en la Obra incendio el árbol que me une al cielo y
la tierra para que todo sea menos yo.
◇
Alejandro Jodorowsky [Metapoemas, en: Poesía sin fin, p. 50-51]
Imagen: Wesley Harmon
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