“Quien anda con suavidad llega lejos”, dice el proverbio chino. Y la idea que nos sugiere es que para andar cómodos por el camino de la vida es conveniente que no dejemos entrar demasiadas piedras en nuestros zapatos, que no vivamos como difícil o imposible el hecho de detenernos y librarnos de ellas y que nuestro calzado sea fácil de quitar y poner.
Y es que a menudo en el camino de nuestra existencia se nos cuelan piedras en los zapatos cuya presencia es sumamente incómoda. Dañan el calzado y el calcetín, y pueden llegar a lesionar nuestra piel. Lo razonable, una vez se nos ha colado la piedrecilla, es detenerse y liberarnos de ella. Pero aunque resulte paradójico, a veces preferimos encajarla entre los dedos o hacerle un rincón en algún lugar del zapato antes que detenernos, sentarnos o apoyarnos en la pared para descalzarnos y volver a dejar a nuestra molesta inquilina en el camino del que procede.
Los motivos de preferir llevar la piedra con nosotros pueden tener que ver con la inercia, con la prisa, la vergüenza (¡qué dirá la gente si ahora me pongo aquí en medio a descalzarme!) o la pereza (total, dentro de un rato llego a casa y me la quito). Así, la pequeña tortura puede llegar convertirse en una ocupante que nos acompañe en un buen trecho hasta quién sabe donde.
Pero llegados a este punto y una vez hemos decidido que la piedra se quede con nosotros, la relación de amor-odio puede dar mucho de sí. Por ejemplo, podemos optar por responder a aquel que nos pregunte la causa de nuestras muecas o extraños andares, que tenemos una piedra incomodísima en el zapato desde hace un buen rato y que es francamente dolorosa pero que no hemos encontrado aún la manera, el momento ni el lugar de quitárnosla de encima. Quizás si nos interpelan y nos preguntan porqué no nos libramos de ella de una vez y en un simple gesto, argumentaremos que en el fondo no hay para tanto, que “¿a quién no se le cuela alguna vez una piedra en el zapato?”, o que al fin y al cabo no solo te acabas acostumbrado al dolor sino que, mira por dónde, este incluso te da un cierto placer y le acabas cogiendo cariño a la china. En cualquier caso, la cantidad de argumentos esgrimibles es ilimitada y depende de la imaginación del propietario del zapato ocupado.
Esta metáfora se nos antoja sumamente apropiada para reflexionar sobre aquello que a veces llevamos a cuestas y que nos complica un tránsito liviano, amable y en paz por la existencia. A saber:
● Piedras mentales:
Determinados prejuicios y creencias que tenemos sobre nosotros mismos, los demás o la vida pueden ser un verdadero lastre en el camino de vivir. Estas piedras se encargan de destruir encuentros interesantes, aprendizajes necesarios y experiencias reveladoras. Desnudarse de prejuicios es un ejercicio sumamente saludable que nos abre un universo de posibilidades de relación. También conviene revisar las creencias que tenemos sobre nosotros mismos, ya que pueden ser verdaderas mordazas para el cambio en nuestra vida. Por ese motivo conviene de vez en cuando sentarnos a reflexionar, tomar incluso un papel y un lápiz y hacer un inventario de esas piedras-opiniones que se nos cuelan en el zapato de nuestra mente y que tanto nos pueden llevar a perder.
● Piedras emocionales:
En este apartado, en el de los zapatos de nuestro corazón, irían a parar aquellas piedras que se cuelan en forma de relaciones no deseadas o tóxicas, simbiosis que en lugar de hacernos crecer nos hunden anímicamente. Compañías limitadoras, castradoras, psicológicamente víricas o negativas que nos hacen sentir mal, generan mal humor y pesimismo y nos abren las puertas al agotamiento psicológico e incluso a la depresión. Son además causantes de serios daños a nuestra autoestima así como frenos a nuestro potencial de desarrollo como personas. También vale la pena hacer balance de vez en cuando de esas “relaciones- piedra” que se nos han colado en nuestros zapatos emocionales y quitarlas antes de que acaben con nuestra paz interior, buen humor, alegría y placer de vivir.
● Piedras materiales:
Incluimos aquí una amplia gama de objetos de escasa o nula utilidad que vamos acumulando en estanterías, armarios, bolsos o dondequiera que tengamos un hueco, así como todas aquellas compras que nacen de una bulimia consumista y de la necesidad compulsiva de tener para sentirnos vivos. Y es que, en realidad, quien vive de las necesidades ajenas no se apura en resolverlas. Por ello es fácil que se nos llenen los zapatos de piedrecillas llamativas pero inútiles que se cuelan en nuestra vida como si nada. En este apartado, además de saturar nuestro espacio vital, queda afectada nuestra salud financiera. Luego, echar un vistazo a nuestros “cálculos” financieros, nunca mejor dicho, puede ser sumamente saludable.
● Piedras de malos hábitos:
Las piedras también se pueden colar en nuestra vida a modo de descuido de nuestra salud, de abulia o apatía a la hora de cuidarnos. La piedra de la resignación y de la pereza apenas se nota cuando entra, pero a la larga sus efectos pueden ser devastadores. ¿Qué tal sacudirse de vez en cuando este tipo de piedras pasivo-agresivas y darnos, ahora sí, un buen paseo bien calzados, buscando compañías agradables con quien intercambiar ideas interesantes?
En definitiva, soltar, vaciar, hacer limpieza, quitar aquello que nos sobra o nos incomoda no es solo necesario, sino que además puede suponer un extraordinario placer y una acción que genere un cambio significativo en nuestra vida. No está de más recordar que el placer es un mecanismo que se activa por el hecho de liberarnos de una necesidad. En consecuencia, puede ser un gran placer dejar de llevar una incómoda piedra en el zapato.
William James, filósofo estadounidense del siglo XIX, considerado uno de los precursores de la psicología y pragmático convencido, decía que “ser sabio es el arte de saber qué pasar por alto”. Parece lógico, ¿verdad? Pero para ello es necesario detenernos a observar aquello con lo que cargamos y que se nos ha colado, quizás de repente o quizás sin darnos cuenta, para poder andar ligeros de equipaje con los zapatos de nuestras ideas, afectos y acciones.
Y es que a menudo en el camino de nuestra existencia se nos cuelan piedras en los zapatos cuya presencia es sumamente incómoda. Dañan el calzado y el calcetín, y pueden llegar a lesionar nuestra piel. Lo razonable, una vez se nos ha colado la piedrecilla, es detenerse y liberarnos de ella. Pero aunque resulte paradójico, a veces preferimos encajarla entre los dedos o hacerle un rincón en algún lugar del zapato antes que detenernos, sentarnos o apoyarnos en la pared para descalzarnos y volver a dejar a nuestra molesta inquilina en el camino del que procede.
Los motivos de preferir llevar la piedra con nosotros pueden tener que ver con la inercia, con la prisa, la vergüenza (¡qué dirá la gente si ahora me pongo aquí en medio a descalzarme!) o la pereza (total, dentro de un rato llego a casa y me la quito). Así, la pequeña tortura puede llegar convertirse en una ocupante que nos acompañe en un buen trecho hasta quién sabe donde.
Pero llegados a este punto y una vez hemos decidido que la piedra se quede con nosotros, la relación de amor-odio puede dar mucho de sí. Por ejemplo, podemos optar por responder a aquel que nos pregunte la causa de nuestras muecas o extraños andares, que tenemos una piedra incomodísima en el zapato desde hace un buen rato y que es francamente dolorosa pero que no hemos encontrado aún la manera, el momento ni el lugar de quitárnosla de encima. Quizás si nos interpelan y nos preguntan porqué no nos libramos de ella de una vez y en un simple gesto, argumentaremos que en el fondo no hay para tanto, que “¿a quién no se le cuela alguna vez una piedra en el zapato?”, o que al fin y al cabo no solo te acabas acostumbrado al dolor sino que, mira por dónde, este incluso te da un cierto placer y le acabas cogiendo cariño a la china. En cualquier caso, la cantidad de argumentos esgrimibles es ilimitada y depende de la imaginación del propietario del zapato ocupado.
Esta metáfora se nos antoja sumamente apropiada para reflexionar sobre aquello que a veces llevamos a cuestas y que nos complica un tránsito liviano, amable y en paz por la existencia. A saber:
● Piedras mentales:
Determinados prejuicios y creencias que tenemos sobre nosotros mismos, los demás o la vida pueden ser un verdadero lastre en el camino de vivir. Estas piedras se encargan de destruir encuentros interesantes, aprendizajes necesarios y experiencias reveladoras. Desnudarse de prejuicios es un ejercicio sumamente saludable que nos abre un universo de posibilidades de relación. También conviene revisar las creencias que tenemos sobre nosotros mismos, ya que pueden ser verdaderas mordazas para el cambio en nuestra vida. Por ese motivo conviene de vez en cuando sentarnos a reflexionar, tomar incluso un papel y un lápiz y hacer un inventario de esas piedras-opiniones que se nos cuelan en el zapato de nuestra mente y que tanto nos pueden llevar a perder.
● Piedras emocionales:
En este apartado, en el de los zapatos de nuestro corazón, irían a parar aquellas piedras que se cuelan en forma de relaciones no deseadas o tóxicas, simbiosis que en lugar de hacernos crecer nos hunden anímicamente. Compañías limitadoras, castradoras, psicológicamente víricas o negativas que nos hacen sentir mal, generan mal humor y pesimismo y nos abren las puertas al agotamiento psicológico e incluso a la depresión. Son además causantes de serios daños a nuestra autoestima así como frenos a nuestro potencial de desarrollo como personas. También vale la pena hacer balance de vez en cuando de esas “relaciones- piedra” que se nos han colado en nuestros zapatos emocionales y quitarlas antes de que acaben con nuestra paz interior, buen humor, alegría y placer de vivir.
● Piedras materiales:
Incluimos aquí una amplia gama de objetos de escasa o nula utilidad que vamos acumulando en estanterías, armarios, bolsos o dondequiera que tengamos un hueco, así como todas aquellas compras que nacen de una bulimia consumista y de la necesidad compulsiva de tener para sentirnos vivos. Y es que, en realidad, quien vive de las necesidades ajenas no se apura en resolverlas. Por ello es fácil que se nos llenen los zapatos de piedrecillas llamativas pero inútiles que se cuelan en nuestra vida como si nada. En este apartado, además de saturar nuestro espacio vital, queda afectada nuestra salud financiera. Luego, echar un vistazo a nuestros “cálculos” financieros, nunca mejor dicho, puede ser sumamente saludable.
● Piedras de malos hábitos:
Las piedras también se pueden colar en nuestra vida a modo de descuido de nuestra salud, de abulia o apatía a la hora de cuidarnos. La piedra de la resignación y de la pereza apenas se nota cuando entra, pero a la larga sus efectos pueden ser devastadores. ¿Qué tal sacudirse de vez en cuando este tipo de piedras pasivo-agresivas y darnos, ahora sí, un buen paseo bien calzados, buscando compañías agradables con quien intercambiar ideas interesantes?
En definitiva, soltar, vaciar, hacer limpieza, quitar aquello que nos sobra o nos incomoda no es solo necesario, sino que además puede suponer un extraordinario placer y una acción que genere un cambio significativo en nuestra vida. No está de más recordar que el placer es un mecanismo que se activa por el hecho de liberarnos de una necesidad. En consecuencia, puede ser un gran placer dejar de llevar una incómoda piedra en el zapato.
William James, filósofo estadounidense del siglo XIX, considerado uno de los precursores de la psicología y pragmático convencido, decía que “ser sabio es el arte de saber qué pasar por alto”. Parece lógico, ¿verdad? Pero para ello es necesario detenernos a observar aquello con lo que cargamos y que se nos ha colado, quizás de repente o quizás sin darnos cuenta, para poder andar ligeros de equipaje con los zapatos de nuestras ideas, afectos y acciones.
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Texto: Alex Rovira
Montaje de Imagen: Manny Jaef
@alejodorowsky en Twitter
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