-Te apuesto diez euros a que el vaquero que monta el caballo blanco se va a caer -dice el pícaro.
-De acuerdo -acepta el tonto.
Cinco minutos más tarde, el vaquero se cae.
-¡Muy bien! -concede el tonto-. ¡Ganaste diez euros!
-Ya había visto la película -le confiesa el pícaro.
-Yo también, pero nunca me habría imaginado que el vaquero fuese a caerse esta vez también.
Con frecuencia nos topamos con situaciones como ésta. Es típico el individuo que declara: «Me casé con una mujer que no me amaba, y me abandonó». Cinco años más tarde, el mismo hombre señala: «Me casé con una segunda mujer. No me amaba, me ha abandonado». Diez años después, ese mismo sujeto dice: «Nadie me ama, mi tercera esposa acaba de dejarme». Se diría que él cree que la película que está grabada en su cerebro va a cambiar; mientras tanto, no hace más que repetir una y otra vez el mismo acto.
Un excelente escritor, poco conocido, estaba enamorado de una mujer que no le correspondía. Continuó sufriendo así siete años, al cabo de los cuales ella se casó con un célebre escritor. Esto lo deprimió hasta tal punto que dejó de escribir y se puso a pintar. En seguida se enamoró de otra mujer. Se trataba de un amor imposible, como el anterior, porque ella nunca se le entregó y esta situación duró también siete años, a cuyo término la mujer se casó con un célebre pintor. Él se sintió acomplejado y dejó de pintar. Poco después comenzó a estudiar flauta. Encontró a una mujer. Estuvo enamorado de ella durante siete años, pero la mujer se fue con un célebre director de orquesta.
¡Veintiún años de amor imposible! ¿Debidos a qué? Cuando un hombre se embarca tanto tiempo en amores imposibles, ha de ser porque odia a las mujeres. Hablar de amor «imposible» es hablar de odio, puesto que el amor es posible o no es. Las razones por las que dos personas deciden formar una pareja, son un misterio. Si el hombre no obedece a efluvios reales sino a sueños irrealizables es porque, en verdad, no ama. Dice «Yo prefiero el amor idea!», y se queda con esta quimera. Es decir: permanece aferrado a su madre.
Después de asistir a una sesión de terapia donde debió expresar su rabia, el hermano de mi amigo, siete años menor que éste, fue directamente a casa de su madre, tomó una escopeta, se metió el cañón en la boca y se voló la cabeza en la cama de ella... Mi amigo por fin comprendió: «Mi madre prefería a mi hermano menor. Lo consideraba mejor que yo en todo... Los hombres célebres que se casaron con las mujeres que amé siempre eran siete años menores que yo. Creo que proyecte en ellos el problema que tenía con ese hermano que me robaba el amor materno».
No todas las madres aman a sus hijos. Hay algunas que, por complejos motivos, desde que los llevan en el vientre desean eliminarlos. Si llegan a parir, más tarde -para vencer una culpabilidad inconsciente- transforman su falta de amor en cuidados posesivos. Pero, si ese amor no es verdadero, el hijo lo percibe subliminalmente y, entonces, inicia un largo proceso de autodestrucción.
-¿Por qué se suicidó mi hijo? ¡Y en mi propia cama! Me ha hecho sufrir tanto...
-Precisamente, señora, por eso se mató: para hacerla sufrir. Se cansó de vivir pidiéndole lo que usted jamás le dio. Se destruyó en la cama donde usted lo parió con el fin de mostrarle cómo usted misma lo destruyó desde que él nació. Descubra el porqué de las pulsiones de muerte que, desde su embarazo, fue alimentando en contra de ese hijo. Comprenda que lo hizo su «preferido» para impedirle crecer, que se convirtiese en hombre. Sencillamente, usted odia el esperma masculino.
El niño al que se le prohíbe madurar siente la frustración, pero el terror al adulto le hace convertirse en cómplice hasta que él mismo, obedeciendo los deseos inconscientes y asesinos de su madre, se elimina.
Un pequeño, débil y flaco cowboy sale de un bar. Un minuto más tarde, rojo de ira, regresa gritando con su voz aguda:
-¿Quién ha pintado de verde a mi caballo?
Un inmenso cowboy, de impresionante musculatura, se levanta, pone las manos en las cachas de su pistola y dice:
-¡Fui yo! ¿Tienes algo que objetar?
-No... solamente quería preguntarle... cuándo piensa dar una segunda mano a la pintura... para poder ayudarle.
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Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Ilustración: IsisMasshiro
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