Lo que parece inanimado en realidad vive en un tiempo más lento. Las montañas no están quietas. Se desplazan sobre la corteza terrestre como inmensas olas. El mago se preocupa por los objetos que le rodean, los trata con la misma delicadeza con que trata a un niño. Si somos bruscos o destructivos con las cosas, ellas terminan por dañamos. Si las manejamos con respeto, se convierten en nuestras aliadas. Desde tiempos inmemoriales los sacerdotes han comprendido que las ropas que usan deben corresponderse con el Yo esencial, no para aparentar sino para elevar el Alma y el Espíritu. Se dice que «el hábito no hace al monje» para aludir a individuos mentirosos que se visten para aparentar cualidades que no poseen. Por el contrario, si la persona es sincera y viste ropas que corresponden a su verdadero ideal, se puede decir que «el hábito hace al monje». Hay objetos que actúan en el inconsciente como vampiros por su carácter inútil, por ser elementos de ostentación vanidosa, por haber pertenecido a personas negativas o bien por haber formado parte de acontecimientos nefastos. Algunas personas pierden su energía por dormir en la cama donde murieron sus padres, o llevar en un dedo el anillo de una tía que se suicidó... Hay, al contrario, objetos cargados de energía positiva que, por su materia, forma o historia, despiertan en su dueño fuerzas útiles. Podríamos llamarlos «objetos de poder». Pero el mago nunca olvida que todo poder procede de nuestro interior. Así como debemos desprendemos de los objetos materiales inútiles para que no nos devoren el espacio, el tiempo o nuestro ser, también debemos desprendemos de las ideas locas («Una pareja es para toda la vida», «Hay que ser y actuar como los demás», «El mundo es una cárcel y la vida es un sufrimiento», «Todo es para nada», «Tú eres sólo mía/mío», «A falta de ser, es bueno aparentar», etc.). Muchas veces nuestro intelecto absorbe palabras que actúan como maldiciones. Cuando somos niños, los padres nos dicen: «Si no haces lo que te decimos te convertirás en un mendigo, en una puta, etc.». O bien: «No tienes oído musical>, «Nunca serás adulto», «Eres imbécil>, «Como hagas eso, enfermarás», etc. Nuestro inconsciente interpreta estas predicciones como órdenes y, de manera solapada, nos hace obedecerlas. Deberíamos rastrear las maldiciones que llevamos en la memoria sabiendo que tenemos el poder de anularlas con una bendición. Si nos han dicho «Nunca tendrás éxito en la vida», debemos responder: «Bendigo mi talento creativo, voy a desarrollar todas mis posibilidades y voy a triunfar», «Sé adónde quiero ir y en qué me convertiré», «Seré un hombre con consciencia, porque quiero desarrollarla más allá de la muerte». La vida responde cuando se la ama. La crítica es útil sólo cuando está acompañada del reconocimiento de los valores. En lugar de afirmar «Esto es bueno pero es ajeno», debemos decir «Esto es ajeno pero es bueno» o bien «Esto es ajeno, pero es bueno para el mundo en el que yo participo».
Aumentamos el poder de todo aquello a lo que atribuimos poder. Una antigua fábula hindú nos relata lo siguiente:
A un hombre le han contado que existe un árbol con la milagrosa facultad de hacer realidad todos los deseos del que se guarece bajo su sombra. Este hombre, después de años de encarnizada búsqueda, encuentra ese árbol. Se sienta bajo él y piensa en una suculenta cena. De inmediato aparecen múltiples y maravillosos manjares. Cuando se cansa de comer, imagina bellas mujeres. Aparecen entonces hermosas muchachas que le permiten satisfacer sus deseos. Ahíto de los placeres carnales, pide riquezas. Aparecen cofres llenos de joyas y monedas de oro. El hombre comienza a temblar, temiendo que vengan a robarle sus tesoros. Entonces, aparece una banda de sanguinarios ladrones que le cortan la cabeza y se llevan todo cuanto había acumulado.
Llevamos el infierno y el paraíso dentro de nosotros. El árbol (el mundo) nos dará aquello que proyectemos en él. Empleando positivamente nuestros poderes, no sólo en beneficio propio sino también en el de los otros, venciendo el miedo, aprenderemos a compadecer a las personalidades agresivas y limitadas.
¿Queréis acumular carbones ardientes sobre la cabeza de quien os ha dañado? ¡Perdonadle y hacedle el bien...! Se dirá quizá que semejante perdón es una hipocresía, una refinada venganza. Sin embargo un soberano nunca se venga, porque tiene el derecho y el deber de castigar. Si es sabio, castiga el mal con el bien y opone la dulzura a la violencia. Se apodera de la locura para sanar la locura, haciendo encontrar al enfermo satisfacciones imaginarias en un orden contrario a aquel en el cual se ha perdido. Así, por ejemplo, cura a un ambicioso haciéndole desear las glorias del cielo, remedio místico; cura con un verdadero amor a un libertino, remedio natural; procura éxitos honorables a un vanidoso; muestra su desinterés a los avaros procurándoles un provecho justo por una participación honesta en empresas generosas, etc.
Éliphas Lévi, Dogma y ritual de la alta magia
Continuará...
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Consejos de Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
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