Seguí devorando sus libros y una noche vino a sentarse a mi mesa. A una de las mesas del restaurante donde yo trabajaba. Era temprano, Jodorowsky y Marianne Costa fueron los primeros en llegar a aquella terraza. ¿En qué estaría yo pensando para no reconocerle?
Ella no recuerdo qué cenó, él cenó lentejas. Para acabar, ella me pidió el único chupito de Campari que he servido nunca. Él me dijo “yo no bebo alcohol”.
Cuando se levantaron, y yo llevé el dinero de la cuenta a mi jefe, éste me dijo: “ése es un escritor argentino famoso”. Y entonces fue cuando lo vi claro. A pesar de que Alejandro es chileno, en ese instante entendí lo que acababa de vivir. Y salí corriendo al parking sin pensar qué iba a decirle. Pero él ya no estaba allí.
Los cinco años anteriores a aquella noche busqué y leí casi todo lo que Jodorowsky había publicado. Feliz, agradecida, adicta a sus locas memorias, a la vida llena de sentido que me revelaba. ¿Fue su gorrito de ganchillo el que me despistó? No lo sé. No lo sé. A pesar de atenderles con delicadeza, no lo vi. Y sin quererlo, fui demasiado discreta.
Pero las oportunidades a veces son generosas. La frustración me duró poco: me lo encontré al día siguiente. Y se acordaba de mí. Yo le conté que me gustaban mucho sus palabras, y le sugerí que quizás algún día podría leerme el tarot. Sacó entonces un mazo de su bolsillo y dicho y hecho. En un rincón de aquel caluroso locutorio, los arcanos del Tarot de Marsella vinieron de sus manos a decirme “quédate”. Y me ayudaron a ser consciente de los motivos.
Jodorowsky es un hombre alegre, amable, generoso. Volvimos a encontrarnos un par de veces más. Me invitó a desayunar la mitad de su sándwich. Volvió varias noches a cenar al restaurante. Con Marianne. Con sus hijos. La última vez, además de la cuenta, le regalé un dibujito.
Alejandro: hace tiempo que no te leo, salvo en tuits, pero te recuerdo con gratitud. Llegaste cuando tocaba, y me cambiaste el nombre. Ya olvidé cómo me llamabas. Encontré a un sabio que hace lo que le sale del corazón. Lo que imagina. Lo que tiene que hacer. Que practica y regala arte. Humilde a pesar de todo. Un hombre que escucha porque quiere. Y porque sabe. Un artista de la salud con los pies en la Tierra, y el alma en todas partes.
Fuente: elblogdesnudo
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Montaje de Imagen: Manny Jaef
@alejodorowsky en Twitter
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