viernes, 31 de octubre de 2014

La Doma Del Elefante (Tercera Parte)


Del mismo modo nosotros, para salir de la trampa personal, tenemos que entregarnos a una especie de agonía: «Vivo atado a relaciones inútiles que devoran mi tiempo y mi energía, y que me envilecen, disminuyen, destruyen. Trabajo en lo que no me gusta, he sepultado mis sueños. Debo cortar los nudos, enfrentar mi miedo a la soledad, perder todo lo que está sustituyendo a mi ser esencial, respirar libremente, sin obligarme a desear a quien no deseo. Aceptaré mi cuerpo como un aliado sabio, reaprenderé a sentir, comeré alimentos sanos, me despojaré de los pensamientos negativos, expulsaré de mi mente al Juez implacable, dejaré de ser mi peor enemigo, convertiré mi corazón en un canal que recibe y transmite el amor universal, lucharé contra mis deseos de posesión, siendo uno y todos a la vez, designaré como Maestro a mi Dios interior».
Cuando el elefante acepta a sus tres amos-sirvientes y colabora con la manada de paquidermos trabajadores, se le coloca en la pata trasera derecha una cadena en forma de pulsera. Para él, este anillo se convierte en un símbolo que significa que está prisionero. Mientras lo lleva, jamás intenta escapar. Pero si por cualquier circunstancia se lo quitan o lo pierde, de inmediato huirá hacia el bosque. Tolerando la pulsera, el elefante hace un juramento de fidelidad. Acepta la disciplina.
Así nosotros, comenzada la Gran Obra, aunque pasen los años continuaremos siendo fieles a nuestro trabajo. La primera fase de la disciplina consiste en el abandono de la agresión, rechazando las ideas influidas por el orgullo o el escepticismo, no hiriendo el cuerpo, los sentimientos, la creatividad ni el espíritu de los demás. Con benevolencia hacia los otros y hacia nosotros mismos, evitaremos las imposiciones crueles, reconciliando el rigor con la dulzura, consagrándonos a lo que es benéfico para el mundo. Con alegría, nos contentaremos con lo que realmente es nuestro y con lo que realmente somos. Más valiosa que mil grandes mentiras, se nos hará una ínfima verdad. Dejando de hablar de fracaso, diremos: «Este intento ha fallado, seguiremos intentándolo. No hay problemas, sólo dificultades. Nada me sucederá por debilidad, gobernaré mi vida».

Cuando el elefante acepta la pulsera en su pata, cambia sus berridos salvajes por un nuevo idioma que consiste en sólo dos palabras: ¡Mot! («¡Avanza!») y ¡Hara! («¡Detente!»). El elefante se convierte en un excelente trabajador. Cuando le ordenan avanzar o retroceder, así lo hace, transportando todo tipo de carga. Se ha transformado en un ser útil para la comunidad.
Nosotros podemos aprender a decir ¡Sí! y a decir ¡No! Somos capaces de vencer la inercia y damos la orden de avanzar hacia nuestra realización o bien de rechazar lo que nos sea nocivo. «Vivo tratando de seducir: ¡Hara...! Debo dejar de ser superficial: ¡Mot...! Experimento una gran tentación hacia algo que terminará dañándome: ¡Hara...! ¡Hara, esto no soy yo! ¡Mot, esto soy yo!»

La comida que le ofrece el cocinero ha sido preparada con gran dedicación, pensando en las necesidades energéticas del elefante. Nosotros, aparte de habituarnos a comidas saludables, debemos alimentar nuestros sentidos, nuestra creatividad, nuestro mundo emocional. Así, dejamos de ser personas que se enganchan a la primera cosa -sea en la amistad, el amor o el trabajo- que las solicita. Debido al miedo a perder, sin confianza en ellas mismas, carentes de disciplina, estas personas no desarrollan la capacidad de elección y aceptan, por ejemplo, alimentos contaminados o nocivos. Son, en el fondo, niños ciegos, incapaces de verse y por lo tanto de ver a los otros. Si establecen una pareja, esa relación va de crisis en crisis, convirtiéndose al final en una guerra continua... Las elefantas, domadas, ayudan al nuevo macho a integrarse en la manada. Nosotros debemos relacionamos íntimamente sólo con personas que hayan alcanzado nuestro nivel de consciencia. A quienes aún no se hayan sometido a la autodisciplina, podemos ofrecerles ayuda, pero sin entablar contactos amistosos o sexuales. Los terapeutas que se hacen amigos de sus pacientes o se acuestan con ellos comenten un lamentable error. Las elefantas ayudan al nuevo compañero, pero no se aparean al principio con él. Se impide al paquidermo salvaje actuar como un macho antes de estar completamente domado. Sólo podrá materializar sus deseos cuando la doma haya concluido. Entonces se le concede una hembra. Satisfecho, con alegría infinita, el elefante, al alba, se dirige al trabajo. Avanza arrastrando una cadena de siete metros que ha sido añadida a su pulsera. Con el cornaca en su nuca, se ha convertido en constructor.
Y así sucede con nosotros ahora: nos levantamos alegres para continuar con el trabajo. Trabajar en lo que nos gusta nos parece una fiesta. Desarrollamos la creatividad positiva con profundo placer. Por el contrario, gastar nuestro tiempo en fiestas destructivas nos angustia. Trabajando con disciplina, salimos de la hediondez y entramos en la fragancia. Los tres amos-sirvientes del elefante nunca lo dejan solo. Se despiertan con él, trabajan con él, lo alimentan, lo bañan, duermen junto a él... Nuestro intelecto -vaciado de conceptos inútiles-, nuestra emoción -liberada de todos los rencores- y nuestra libido -purificada de deseos no auténticos- nos inundan el cuerpo de energía, con la fluidez de un río limpio y transparente.
El elefante soporta sus rudas tareas porque tiene un par de horas de reposo en que lo llevan al río, lo sumergen en el agua y le rascan el cuerpo, que contrariamente a lo que se pudiera pensar tiene una piel muy sensible. Su mayor placer, aparte de poseer a las hembras, es ser rascado por sus tres amos-sirvientes. Gozoso, se revuelca en el agua, ofreciendo todo su cuerpo. Luego, regresa al trabajo cargado de alegría.
Cuando entramos en la vía iniciática, debemos también darnos tiempo para satisfacer a nuestro Yo personal: comer lo que nos apetezca, ver películas estúpidas pero entretenidas, asistir a un partido de fútbol, un ring de boxeo, un concierto, una discoteca, leer revistas eróticas, cómics... en fin, jugar. Hay personas que ejercen tal severidad sobre ellas mismas que a la larga arruinan su trabajo espiritual. Su neurosis acaba sobrepasando la de aquellos que se revuelcan en mediocridad. Debemos tratar a nuestro Yo personal como si fuera un niño, o sea no se le puede tener estudiando todo el día, hay que concederle recreos. Un carnaval es necesario de cuando en cuando. Después de los momentos de libertad caótica que nos ha ofrecido, podemos entregamos a la más férrea de las disciplinas...
El elefante parece ya completamente domesticado. Trabaja como el que más pero, de pronto, por un pequeño agujero que tiene bajo cada sien, le comienza a correr una sustancia grasa, untuosa, de intenso aroma. Es el almizcle. Esto indica que el animal está en celo. Sus sirvientes entonces lo dejan tranquilo sin forzarlo a trabajar, porque si lo hicieran él no obedecerá, y si insistieran podría llegar a matarlos. El celo, deseo sagrado al servicio de la reproducción, no admite amos.
Hay momentos creativos o terapéuticos en que debemos dejar que la naturaleza se exprese a través de nosotros. Su acción es más rápida que lo mental o lo emocional, es como el estallido de un rayo. En trance, nos entregamos a aquello que nos reclama, sin dudar. El más leve titubeo rompería el encanto y la autenticidad. Hemos logrado alcanzar la certeza.

Continuará...

∼✻∼
Consejos de Alejandro Jodorowsky, en Cabaret Místico” 

No hay comentarios:

Publicar un comentario