Si me respeto a mí mismo y a los demás, renuncio a hacerme una imagen de cómo yo o los otros deberían ser. Sin esta imagen, no puede existir el juicio crítico discriminador de lo que podría ser mejor. Ninguna imagen artificial se interpone entre la realidad que se muestra y yo mismo.
De esta manera, es posible un segundo elemento (que también pertenece al respeto): amo la realidad, así como se evidencia, amo así cómo soy, amo al otro así como es, y amo nuestra diferencia.
Como consecuencia, luego es posible un tercero elemento –quizás más hermoso que también pertenece al respeto: me contento de la realidad, así como se muestra. Me alegro de mí, tal como soy... me alegro del otro, tal como es... y me alegro de las diferencias que se evidencian y que me hacen darme cuenta de que yo soy diferente al otro y el otro es diferente a mí.
Este respeto mantiene la distancia. No se insinúa en el otro, y tampoco permite que el otro se me insinúe, de la atribución que no me corresponde o de disponer de mí según su imagen. Por lo tanto, podemos respetarnos sin que uno quiera anular al otro.
Si necesitamos uno del otro y queremos algo uno del otro, tenemos que poner atención a un cuarto elemento: ¿nos favorecemos recíprocamente o nos inhibimos a nosotros mismos y al otro del propio desarrollo? Si tenemos que reconocer que, así como somos, impedimos el desarrollo en nosotros y en los demás, entonces el respeto no se acerca sino que se aleja.
Entonces, respetamos lo que cada quién puede y tiene que andar por su propio camino.
El amor y la alegría o contento mío y del otro en este, entonces, se profundiza y amplía.
¿Por qué? Porque finalmente, el amor y la alegría, así como el respeto... se relajan.
Bert Hellinger
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Montaje de Imagen: Manny Jaef
@alejodorowsky en Twitter
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