jueves, 10 de septiembre de 2015

Vomité Angustias Y Lloré Miedos


Pienso que todo está bien, insisto en ignorar lo que mi cuerpo intenta decir. Comienza el concierto e intento concentrarme en alguno de los músicos. El chico de la percusión se mueve extrañamente, a lo mejor su cuerpo también intenta decirle algo.

Empiezan a tocar una canción que me emociona muchísimo y vuelve la misma sensación. Esta vez, siento que la sangre se va de mis brazos y no puedo cerrar los puños, no tengo fuerza. Sin darme cuenta ya no estaba en el concierto, estaba en mis pensamientos repasando eso que me angustia desde hace ya mucho tiempo, sin querer, allí está de nuevo ese acompañante invisible: el miedo.

Lo sentía siempre antes de empezar actividades nuevas, ir al colegio, incluso antes de las fiestas de mis amigos. Ese miedo que bailaba en mi panza y no precisamente por maripositas de amor. El miedo me ha acompañado siempre, imagino que a todos.

No había descubierto la fuerza de mi cuerpo, de mi mente y de cuánto me afectan las cosas. Lo que no digo, me afecta. Cuando sucede algo en mi vida que intento ignorar mi estómago hace de las suyas y me juega sucio, o limpio, porque al menos mi estómago no se queda callado.

He vomitado angustias, preocupaciones, pensamientos. Vomito todo lo que no digo.

¿De qué sirve someter el cuerpo a tanto estrés? ¿Por qué tanto miedo a las palabras?

Todo lo que no dice la boca lo dice el cuerpo y lo he comprobado muchas veces. Desde la felicidad hasta la tristeza más profunda. Muchas veces me he sentido incómoda dentro de mi misma y es justo en esos momentos que mi cuerpo habla y me da una lección.

Cuando mis manos deciden enfriarse y quedarse sin fuerzas y mi estómago decide hablar por sí solo, me doy cuenta de cuánto me cuesta escucharme, porque siempre es más fácil ignorar lo que incomoda, hasta que el cuerpo dice: ¡Basta! Y empiezo a sentir que mis manos gotean el miedo, mi estómago se contrae y siento el vómito venir, los sapos y culebras, las palabras no dichas, la tristeza no identificable.

El cuerpo nos habla y nos dice lo que no queremos escuchar. Siento que debo obligarme a hablar conmigo misma, a darle un respiro al estrés y dejar ir al miedo, regalarle un viaje sin retorno, porque la vida con miedo es lo más cercano a una prisión.

Texto e Ilustración: Sara Fratini

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