En el Génesis, 28,12, está escrito: “... he aquí una escalera apoyada en la tierra, y su extremo tocaba el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella”... Este subir de la tierra y bajar del cielo se me presentó como una vía doble y simultánea: al mismo tiempo que una forma de pensar; clara y distinta, poco a poco se iba haciendo poesía, otra forma de pensar, emocional, compleja, incierta, se volvía filosofía. Ambas, aunque diferentes, se respondían, se entremezclaban, unidas, como hermanos siameses, por un corazón único, que latía en una zona donde el dolor era impensable.
La escalera de los ángeles no fue un consuelo para mí, fue una tabla de salvación. No hay en este libro ni una sola palabra que no me haya sido dictada por ese centro luminoso que es la raíz o el fruto de nuestra sombra.
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