“Nada muere, todo cambia”.
— Alejandro Jodorowsky
El ciclo inagotable de la vida, es una transformación constante. Esa misma transformación subyace en todos los aspectos que contiene. Desde el psicológico y emocional, al material y metafísico. La muerte es una constante de la vida. Nada permanece igual. Hoy no es igual que ayer, y mañana también será distinto.
Cada momento comporta una muerte implícita, y un renacer de algo nuevo. El ritmo acelerado de nuestra vida actual, comporta morir y renacer a cada instante. Es un trabajo constante de dejar ir y de recibir lo nuevo. Como no tenemos este hábito, ya que no solamente no nos educan en la materia sino que nos “des-educan”, a menudo nos resulta difícil y doloroso. Pero en los tiempos que corren, lo que ayer era válido, hoy deja de serlo. Nada se sostiene demasiado tiempo. Nada excepto nuestra verdadera esencia.
Por eso es tan importante mantener la conexión con nuestra espiritualidad. Precisamente para ser capaces de comprender e integrar ese constante morir y renacer. Porque en el plano del espíritu, esto se comprende muy bien. En otros planos más densos, el dejar ir viejos patrones, pensamientos, ideas, emociones, actitudes, esquemas educativos y culturales impregnados secularmente en nuestro ADN es un ejercicio constante de muerte y renacimiento. Mueren partes de nuestro ego, códigos obsoletos, para renacer nuevas semillas que nos van transformando.
No se trata de nadar con esfuerzo, sino de dejarse fluir en el río de la vida, pero manteniendo el timón que dirige nuestra esencia, que no es nuestro ego, hacia el objetivo marcado de crecimiento y evolución. Y esto es lo más difícil. Es un aprendizaje constante que requiere nuestra atención plena, nuestra observación y nuestra ecuanimidad. Sólo así avanzamos y fluimos sin estancarnos o quedamos atrapados en las corrientes de ese río que es la vida.
En ese fluir, un pensamiento-emoción que ayer existía, hoy puede morir pero porque se transforma en algo distinto. Quizás en un aprendizaje, en una aceptación, en una onda vibratoria que ya no necesitamos, en la sanación de algo doloroso... es una frecuencia que hoy ya suena distorsionada dentro de nuestro nuevo diapasón...
Nuestra alma, nuestra esencia, nos pide alinearnos con las nuevas vibraciones que están llegando a la Tierra, afinarnos con la nueva tonada que suena desde el Sol central, nos pide que dejemos “morir” aquella parte de nosotros que ya no vibra en consonancia. Como un ave fénix en constante muerte y renacimiento. Esas “muertes” son en realidad, transformaciones, como muere la oruga durante la metamorfosis para convertirse en mariposa.
El mismo ciclo cósmico es una constante transformación. Nuestra galaxia y nosotros con ella viajamos a través del espacio a velocidades inimaginables sin ni siquiera saberlo. Nada en el universo es estático e inmutable. Nada permanece inmóvil. Y todo lo que se mueve, cambia. Y todo lo que cambia, muere para transformarse, para renacer. Igual que cuando una estrella explota y se convierte en una fantástica Supernova, con más brillo y más luz del que tenía antes. Cuando hablamos de infinitud, hablamos precisamente de eso. De que no existe el final, solo la transformación y el cambio. Aceptar esas pequeñas muertes diarias es un ejercicio saludable para aceptar muertes mayores, cambios mayores. Porque la muerte no existe como la concebimos. Toda muerte en cualquier aspecto es una transformación, es un cambio de estado, un cambio de vibración.
Permitamos morir en nuestro interior aquello que debe ser transformado para renacer en algo mucho más bello, más evolutivo, más armónico, más resonante con la nueva música que el cosmos entero está entonando ahora. Permitamos que este ciclo maravilloso de la vida transforme cada día nuestro ser. Sabiendo como sabemos que todos somos Uno, y que nuestras conciencias están unidas a la conciencia de Gaia, permitamos que el cambio y la transformación se dé en nuestro interior para que pueda reflejarse también en ella.
Esther Beltrán
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