Nuestro organismo es animado por cuatro energías: la corporal, con sus necesidades; la libidinal, con sus deseos; la emocional, con sus sentimientos; la intelectual con sus ideas. Cada una de estas energías crea un Yo fragmentario con su propio lenguaje. Cuando desarrollamos uno de estos lenguajes en detrimento de los otros, sufrimos una desviación (siempre angustiosa) de la personalidad. Por defectos de la educación que recibimos de niños, no hemos aprendido a tener una finalidad unitaria: necesitamos algo, deseamos otra cosa, amamos otra y pensamos en realizar otra. Somos como un carro sin conductor tratando de hacer avanzar cuatro caballos que toman un rumbo distinto cada uno. Nos estancamos, o nos creamos una realidad donde nos sentimos infelices. Es así como nos convertimos en «intelectuales»,
viviendo sólo en la mente y haciendo entrar la inabarcable realidad en el rígido molde racional; o en «emocionales», dejando que las tormentas del corazón nos inunden; o en «sexuales», haciendo de la gratificación de los genitales un verdadero culto; o en «corporales», creyendo que el deporte, el dinero y los problemas de peso y salud son las únicas preocupaciones aceptables. El Yo personal se compone de estos cuatro egos. Cuando no están bien equilibrados, y uno de ellos prima sobre los otros, los centros reprimidos no dejan de importunar las acciones del que domina. Si regresamos al ejemplo del coche sin conductor, uno de los cuatro caballos, el que es más fuerte que los demás, tira del vehículo por su camino a costa del gran esfuerzo de tener que arrastrar a los otros tres. En Alquimia encontramos el lema Solve et coagula.
Disuelve y coagula. En esta unión desequilibrada, cada uno de los cuatro egos debe aprender a conocerse, delimitando su acción con respecto a los otros. Es el período de la disolución y el aprendizaje.
El Ego corporal, aspirando a la inmortalidad, desea no envejecer, no enfermar, no morir, no empobrecer, ser invulnerable. Antes que nada debe aprender a aceptar la muerte, haciendo de ella el momento más precioso de su existencia, siempre que este fin llegue cuando su potencial de vida se haya agotado de forma natural. Luego, debe aprender a concebir la vejez como un aporte de sabiduría (la belleza de una flor que se desarrolla equivale a la belleza de una flor que se marchita), convirtiendo cada una de sus enfermedades en Maestro.
El Ego libidinal, aparte de buscar la satisfacción poseyéndolo todo, desea crear. Debe aprender a disminuir sus ambiciones, sabiendo que en esta permanente impermanencia no somos dueños de nada, que todo nos es prestado. Dominando su posesividad, precisa desarrollar su capacidad de recibir. Ningún artista verdadero crea sus obras, las recibe. La palabra «cábala» significa en hebreo «lo recibido». Es por esto que toda obra sagrada es anónima, como el Tarot, el calendario solar azteca, el templo de Borobudur en la isla de Java, las pirámides de Egipto, los Upanishad, etc.
El Ego emocional quiere amar, pero lo confunde con querer ser el único amado. Debe aprender a cesar de pedir, a agradecer, a compartir, a transmitir aquello que recibe convirtiéndose en canal. Un proverbio árabe dice: «Si tomas arena y empuñas la mano, todo lo que obtienes es un puñado de arena. Pero si abres la mano, toda la arena del desierto puede pasar por ella».
El Ego intelectual quiere ser el amo, designar, explicar. Debe aprender a callar, a ser capaz de despegarse del río incesante de palabras para encontrar en el silencio su verdadera esencia: la vacuidad.
Un discípulo le dice a un Maestro de conversación:
-Venerado instructor, ¿puede usted enseñarme a hablar bien? -Sí, te voy a enseñar. Siéntate y escucha...
El discípulo se sienta frente al Maestro. Pasa el tiempo. El anciano no habla. El discípulo, que esperaba oír sabias palabras, se impacienta.
-Maestro, lo estoy esperando. Quiero aprender a conversar y usted no me dice nada.
-Precisamente te estoy enseñando a escuchar en silencio, que es la esencia de conversar.
Cuando las palabras ya no son nuestras, sino que hablan a través de nosotros, cuando nuestra alegría es un eco de la fuerza original, cuando el amor que damos pertenece al océano del amor cósmico, cuando nuestros pensamientos no nos pertenecen sino que son creados por la totalidad, cuando estamos en un estado de recepción constante, nuestros cuatro egos se han coagulado, logrando la unidad. Los cuatro caballos marchan en una misma dirección tirando de un carro en el que ha aparecido el conductor. El cerrado, confuso y egoísta Yo personal es ahora una puerta que se abre hacia una Consciencia mayor.
Alejandro Jodorowsky
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