Veo en la Odisea una historia iniciática que nos describe el proceso de transformación que lleva de la prisión del ego individual a la libertad impersonal y a la inmortalidad del alma.
Vemos a Ulises partir para su viaje creyéndose un héroe para regresar a su hogar, al parecer viejo y cubierto de harapos, Estos harapos son los restos sus viejos “yo”, ilusiones de sí mismo que llevaba pegadas a su Ser esencial. Poco a poco, en su viaje iniciático se deshace de sus ideas locas, de sus sentimientos falsos, de sus deseos exacerbados, de sus necesidades inútiles. Es por esto que regresa como un viejo lleno de experiencia, poseedor del conocimiento de sí mismo, simbolizado por el Vellocino de oro, una piel de bestia que por el trabajo alquímico se ha convertido en recipiente de la sabiduría.
El alma de Ulises está encarnada por Penélope, su fiel esposa. Para conquistar a su alma, Ulises debe encontrar la sabiduría, que es ser lo que es y no lo que los otros quieren que sea. Desde que nacemos, todo nos es dado: recibimos pleno de sabiduría natural al cuerpo, con sus necesidades, deseos, emociones y pensamientos sublimes Al llegar al mundo, inmediatamente somos metidos en un molde familiar, social y cultural, que nos amordaza el alma. Ulises, parte de viaje, es decir, por medio de la meditación, penetra en las oscuridades de su inconsciente, para llegar al tesoro que le fuera arrebatado. Desea desprenderse de lo ajeno, de lo inauténtico, para encontrar lo que genuinamente es. Cuando estudiamos un arte marcial, no buscamos copiar a nuestro profesor sino lograr que nos enseñe nuestro propio talento.
Un joven le dice a un profesor de box: “Maestro, enséñeme a pelear”. Él le responde: “Para combatir bien hay cuatro golpes esenciales; uno, dos , tres y cuatro”... El discípulo trabaja con ardor hasta que aprende a la perfección esos cuatro golpes. Lleno de vanidad le dice al Maestro: “Ya domino los cuatro golpes y soy más joven que usted. Lo desafío. Le voy a ganar.” “Acepto” le responde el viejo. Comienza la pelea. El joven lanza el puñetazo uno, luego el dos, luego el tres y luego el cuatro. El Maestro, con increíble rapidez le lanza un golpe desconocido. “¡Cinco!”. El alumno cae al suelo. Se queja. “Usted me dijo que los golpes principales eran cuatro. El quinto no me lo enseñó. ¿Por qué?” Le responde: “Te enseñé los cuatro golpes que podía enseñarte, el quinto sólo lo puedes aprender de ti mismo”.
Es igual con el Vellocino de Oro: Ulises va en busca de su secreto final, lo que ningún otro puede darle sino es él mismo. Parte a buscar lo que le pertenece.
En su viaje lo acompaña un grupo de marinos. Ellos representan la multiplicidad de sus “yo”. No tenemos un solo “yo” sino muchos y desviados, creyéndose cada uno de ellos capitán del navío y no servidores de él. En los evangelios, el Cristo predica acompañado de 12 apóstoles que dudan, cometen errores, compiten, traicionan. Al comienzo estos marinos no saben obedecer a su jefe. (De la misma manera que los diferentes personajes que componen nuestro ego nos arrastran hacia ideas fanáticas o pasiones destructivas). Eolo, el dios del viento, ha metido en los toneles de los víveres, al mal viento. Los marinos los abren y dan comienzo a una catástrofe. El aire es símbolo del intelecto. Aparecen las ideas negativas, Ulises comienza la lucha contra esa especie de locura. Los marinos matan a los corderos sagrados y por aquello el Dios Sol los maldice, han despreciado a las leyes cósmicas, haciendo que Ulises se auto-destruya envenenando su sangre con drogas venenosas, que terminan haciéndole perder el sentido de lo sagrado. La barca naufraga. Ulises sintiéndose inferior, angustiado, castrado, abandonado, nada hasta llegar a una isla, su verdadero país interior. Ahí, en una obscura gruta, la crisis hace que se desprenda de sus yo inferiores, abra su conciencia y descubra que es un ser sagrado: mis pensamientos pertenecen a quien me los ha dado, son divinos; mis sentimientos no son míos, son el amor divino; mis deseos son la fuerza divina; mis necesidades no son mías, son el proyecto divino de crear en mi, antes que nada y por sobre todo, una conciencia cósmica. La caverna ya no es un espacio obscuro y solitario, es su propio corazón. El héroe conoce por fin el amor universal que encierra cada uno de sus latidos. Así, transformado, como un cáliz de oro con sed de una hostia, su alma, emprende el regreso al hogar.
Penélope lo espera tejiendo un manto en el día que en la noche deshace, como la Diosa Maya que teje el mundo como una ilusión y lo hace y deshace. Nuestra realidad es efímera, en constante cambio. Nuestra alma teje a la realidad. El mundo es lo que creemos que es... Tu alma te está tejiendo y esperando que llegues a ella con el corazón lleno de amor. Penélope es fiel, te esperará los años que emplees en regresar a ella, 20, 40, 80, 100, ella te espera: si te das el trabajo de eliminar lo superfluo la recobrarás... Alrededor de la esposa fiel hay muchos pretendientes, son las pasiones que nublan el camino hacia el alma. Ulises, el ego domado, con el hacha sagrada de su conciencia, las aleja. Para lo cual hace un concurso: pone 12 hachas las una contra las otras. Cada una tiene un agujero. Pide que los pretendientes, lancen una flecha que traviese los 12 hoyos. Nadie puede hacer esto. El sí puede. Lanzando su flecha crea la unidad, sobrepasa a sus pasiones, los hábitos que le inculcaran sus padres en la infancia, la moral discriminatoria pregonada por sacerdotes obtusos, los prejuicios, la hipocresía social, en fin, todo lo superfluo. Ulises se apodera con justicia de su mujer y la lleva a la cámara nupcial. El lecho está tallado en el tronco de un árbol viviente. Ese rincón maravilloso no está nutrido sólo de amor humano, sino de todas las fuerzas del universo. El Ser esencial y su alma hacen el amor en medio del Cosmos, es decir, en medio de la total realidad. La búsqueda del héroe ha terminado. Ahora alimentará con sus tesoros a toda la humanidad.
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@alejodorowsky en Twitter
Montaje de Imagen: Manny Jaef
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