El psicochamanismo es una de las artes sanadoras a las que he dedicado los últimos quince años de mi vida, tratando de enriquecerlo con una labor cotidiana sobre una cantidad considerable de personas. En él se utilizan el chamanismo tradicional, el curanderismo y la magia popular, rescatando su esencia universal, depurándolos de su folclor, tratando de comprender y readaptar la esencia de sus metáforas al lenguaje del psiquismo. Adentrándose con ellas como llaves de la dimensión no racional de la mente se logra desbloquear un gran número de dificultades psicológicas y, en algunos casos, también físicas.
En mis rutas por el mundo conocí a gentes que no tengo empacho en llamar auténticos santos (en el sentido en que estaban dedicados desinteresadamente a ayudar al prójimo y sanarlo), seres profundamente espirituales que me enseñaron lecciones de incalculable valor humano y ritual. Pero, por ahora, hablaré de otro capítulo: el de los curanderos charlatanes, los vendedores de crecepelos, los tahúres del espíritu, los timadores mágicos: en todo el mundo he conocido a gentes que supuestamente operan el cuerpo a vientre abierto, sanando enfermedades, retirando quistes, hernias, cánceres, cambiando huesos, miembros, abriendo la carne con la mano, con cuchillos, uñas, bisturís, piedras... Conocí sobre todo a charlatanes, es cierto. Pero, ¡atención!: cuando digo charlatanes, no lo expreso en un sentido peyorativo. Para mí, un curandero popular debe ser un verdadero prestidigitador que tiene la obligación de saber engañar, puesto que, procedente de una tradición ancestral que permanece respetuosa, voluntaria y profundamente anclada en él, necesita todo ese teatro sagrado para llevar a buen puerto su labor y la realiza respetando siempre los parámetros con los que su cerebro ha sido estructurado, como su religión, cultura, biblia, vírgenes, santos, cortes, dioses, sus múltiples objetos de poder, imágenes, perfumes, imanes, piedras, esculturas y un largo etcétera. De esta manera, su mente puede aceptar la sanación sin sentir que traiciona a su estirpe, y el milagro podrá así producirse. La prestidigitación, el folclor y la superstición forman parte de la sanación, puesto que corresponden a los códigos familiares, sociales e históricos de los curanderos y sus pacientes.
La palabra japonesa guen significa ilusión o aparición. En Japón, al que practica la magia lo llaman genjutsushi (maestro de la técnica de la ilusión). Y estas ilusiones están presentes en todas las culturas. De un país a otro sólo cambia la forma del rito, pero no la estructura. Ésta se repite en casi todo lo esencial, excepto en las variantes formales. Los seres humanos de todas las latitudes comparten muchas más cosas de las que muchos serían capaces de sospechar, como averiguó Mircea Eliade. Sólo cambian los disfraces con que se individualizan -y también, por supuesto, enriquecen- las culturas. En La Senda del Chamán, Michael Harner recopiló los elementos esenciales de los ritos chamánicos de las cuatro esquinas del mundo. Sus conclusiones confirman el trabajo de Eliade: existe una base común a este forma de religiosidad ancestral y esencial de la humanidad que tiene 50,000 años de historia.
En el psicochamanismo, un chamanismo contemporáneo y urbano, hecho a la luz del día y sin necesidad de engaño, se pone el acento en confundir y desarmar las enormes resistencias de una mente occidental. Un psicochamán debe ser un especialista en combinar los justos elementos de las metáforas adecuadas para poner en contacto al consultante con su otra realidad. Y por eso debe conocer los símbolos que se emplean en las diferentes culturas y tradiciones, haciendo de su tarea una especie de globalización psíquica y espiritual. Además, los chamanes trabajan con una condición que la ciencia no reconoce, y que marca toda la diferencia: la dimensión invisible, espiritual del ser, a la que poco a poco hoy están accediendo los teóricos a través de la llamada nueva ciencia. ¿Podríamos hablar de campos mórficos, subatómicos, de estructuras fundamentales o paradigmas holográficos para hablar de dios? Quizás, pero son explicaciones frías y científicas, a lo mejor fundamentales para que el mundo de hoy tome conciencia de su condición unificada con la totalidad. Pero tales explicaciones no alcanzan la dulzura y poesía con que un chamán toca a las personas con sus manos y palabras. Uno de los roles fundamentales del chamán es que une ciencia y sanación en un solo evento de arte sagrado. Max Planck escribió que "para las personas creyentes, Dios está al principio; para los científicos, está al final de todas sus reflexiones":
El tacto espiritual también es la base del psicochamanismo. Cuando me formaba junto a mi padre, le pedí que partiéramos los dos durante veintiséis días al Iztaccíhuatl, montaña que llaman "la mujer acostada", en México, para que me traspasara el conocimiento que había recibido de Magdalena, la masajista santa, y el arte del masaje iniciático, inspirado en todos los curanderos que conocimos. Durante aquellas jornadas en la montaña hablamos y meditamos largas horas sobre el tacto sagrado, interpretando también el de Pachita, o imaginando el tacto milagroso y purificador de Cristo: "Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo. 'Lo quiero, que seas purificado'. Enseguida la lepra desapareció y quedó purificado" (Marcos, 1:41-42). La lepra, por supuesto, la interpreto como una metáfora del manto que vela al ser esencial. Después de esos intensos días, durante un largo periodo me dediqué únicamente a trabajar en la imposición de manos, dándome cuenta de cuán fundamental resulta el tacto para sanar. Para prepararse a tocar, uno debe dejar que se revele esa dimensión ilimitada de sí antes de hacer cualquier gesto. Es sólo a través de ella como se accede al tacto iniciático y sanador. El chamán toca desde lo esencial, es decir, desde la ausencia total del ego: ello ya sana. Uno debe entregarse como en una sacra incineración. El tacto es impulsado por el dios interior que desvela todo camino: la condición original. No sirve de nada imponer las manos sobre un ser si vives sólo en el intelecto y eres frío y medical, si quieres seducir o cargas con demasiada agresividad, si estás intoxicado por el entorno, si te quieres afirmar sobre el otro y demostrar tu poder para dominar, si tienes residuos religiosos en relación al cuerpo y lo embadurnas de pecado, si estás inhibido y te odias a ti mismo o creaste una realidad donde estás separado del otro. El tacto es comunión divina. Uno impulsa el rendimiento de toda frontera a través de ese contacto, hasta que el que toca y el que es tocado se fusionan y desaparecen en un invisible océano sin fondo o superficie. Y es precisamente esa fusión la que sana. La idea central del chamanismo consiste en que las cosas y los sucesos son y provienen de una común esencia, de la que todos venimos y a la que todos regresamos.
Un proverbio zen dice: "buscando la luna en el cielo muchos dejan caer la joya que tienen en la mano". El chamanismo entiende la energía libidinal sexual como la más natural, pura y vital que nos compone, como la base del cosmos completo. Todo chamán la utiliza al máximo, labora íntimamente con ella y con la totalidad de su cuerpo, que para él es espíritu universal y fuente de vida. Incesantemente se tocan y tocan a los demás para realizar sus acciones. Pero en nuestra sociedad la sanación se hace demasiado a menudo a través de la palabra o a través de un tacto frío y esterilizado. Los residuos morales de una educación religiosa siguen agazapados en nosotros, aunque no practiquemos activamente ninguna religión. Son los programas remanentes de tantas generaciones, que seguimos recorriendo con nuevos. Comprenden inhibiciones de todo tipo: sentimentales, pudores sexuales, corporales, ideas locas, relación con el dinero, el sacrificio... Una sanación, liberación o reorientación, según mi experiencia, no se puede lograr exclusivamente a través del intelecto. El chamanismo nace de las primeras culturas, donde todavía no existía una normativa moral, que sólo aparece sucesivamente con los sacerdotes que fueron introduciendo divisiones entre lo divino y lo humano. El chamán vive lo divino; el oficiante religioso creó, en cambio, a un dios que es un observador exterior. El chamán se integra, se fusiona con él, pero el sacerdote es un intermediario que hace una transacción entre dos figuras que, en el fondo, son una. Jung afirmaba que "una de las principales funciones de la religión es proteger a la gente de una experiencia directa con dios". Ahí reside su poder.
En mis exploraciones terapéuticas trato, por ello, de practicar una espiritualidad desjerarquizada, donde hombres y mujeres se vivan como complementarios y la relación con lo divino fluya de manera armónica. Uno de los ejercicios que acostumbro a practicar consiste en pedirle al hombre que se convierta en cuatro mujeres, y a la mujer en cuatro hombres: sexuales, emocionales, intelectuales y corporales. Durante el ejercicio, danzan juntos de maneras distintas, en correspondencia con las cuatro energías. Para relacionarse saludablemente entre hombre y mujer, entre tantas cosas hay que haberse mostrado delante del otro como un ser de su propio sexo sin pudor en los cuatro planos para explorar juntos ambas dimensiones, incluso en la cama u otro lugar de preferencia. Es un camino para una comunicación más libre, para liberarse también de la falsa imagen de roles del hombre y la mujer, de gestos aprendidos, de códigos de comportamiento impuestos por la sociedad que nos alejan de la auténtica y natural masculinidad y feminidad. De esta manera encontramos otro de los pilares del psicochamanismo: el ejercicio terapéutico y el encuentro de la belleza y la armonía que emanan del arte, base de toda sanación psicochamánica. En este proceso, el tacto se puede cargar con lo que los chamanes llaman objetos de poder.
En mis viajes por Perú recibí una de las limpias espirituales más extraordinarias que he vivido, hecha por un chamán que se colgaba un cóndor disecado en la espalda que simbolizaba el gran espíritu invisible que le traspasaba. Con una enorme pluma del ave, escupiendo perfume por la boca, imitaba su vuelo raspando mi cuerpo con una fuerza de titán, como si ella fuera un enorme cuchillo. También me hizo sostener una bolsa sagrada de algodón, con todos sus objetos de poder transmitidos desde hacía generaciones por sus ancestros y maestros curanderos, para cargarme de la energía de ellos, que participaron en la sanación con él. Nuestras sociedades han perdido generalmente el sentido de los aliados familiares a causa de todo el odio generacional que existe en Occidente. Sin embargo, laborando sobre uno mismo, es posible pulirse de tal manera que nuestros antepasados se conviertan en aportes energéticos y estén presentes como tesoros en nosotros. Los objetos de poder pueden, además, encontrarse en las cosas y los lugares más insospechados.
Una tarde invernal, perdidos en los suburbios de París en busca de un teatro donde íbamos a la audición de actores para un mimodrama, Alejandro y yo entramos en un café frente a la autopista para telefonear. Pertenecía al hermano de un ex campeón europeo de boxeo. El bar estaba tapizado con sus fotos y una cortina de nicotina. Colgado sobre la barra relucía el cinturón trofeo del gran campeonato, de un intenso color dorado. En nuestras visitas a chamanes y curanderos, Alejandro me decía siempre: "Deja que te toquen y absórbelos por el vientre". Así que, sabiendo del potente efecto de los objetos sobre la mente, se nos hizo la boca agua al ver aquél. Le pedimos al hermano del campeón, un enorme mastodonte con un parche en el ojo, cubierto de tatuajes, si por favor nos permitiría tocarlo. Y él, orgulloso y amable, bajó el pesado trofeo y nos otorgó el privilegio de palparlo. "Aprovecha -susurró Alejandro, absorbe la fuerza de campeón que está encerrada en él".
Los objetos representan memoria, son llaves asociativas que pueden abrir dimensiones de la mente y desbloquear energías. Por eso los fans intentan obsesivamente tocar a sus ídolos y arrancarles calzoncillos o mechones de cabello. Saben que tocándolos pasan a ser inmediatamente una parte de ellos, y de alguna manera incorporan su esencia, y absorben su energía y experiencia. Ésta es, también, la base del canibalismo, y son muchos los pueblos ancestrales que devoraban el cráneo o el corazón de sus enemigos para apropiarse de su valor. Un comportamiento que, metafóricamente, utilizo también en la elaboración de actos y piscorrituales. En el Evangelio de san Marcos, una mujer enferma se acerca entre la gente y toca el manto de Jesús. "Si logro tocar aunque sea sólo sus vestidos, me salvaré", afirma. Inmediatamente, se seca la fuente de su sangre y siente que su cuerpo queda libre del mal.
La dificultad para sanarnos reside en que cargamos con estructuras atrincheradas en nuestra psique que muy a menudo impiden la incorporación de lo que nos rodea y la información se almacena en un rincón inaccesible. La llave queda en el fondo de un océano al que generalmente tememos. Sucede algo parecido con los progenitores: hemos estado tanto tiempo en contacto con ellos que los llevamos encima como invisibles cuerpos de poder. Pero a menudo se tornan en cuerpo vampíricos, entidades que nos anulan la individualidad e invierten nuestro proceso de expansión, conteniéndonos en sus límites. Eso sucede también con el yo social, que ha absorbido una sociedad tan desnaturalizada que le ha vampirizado su natural esencia. Sin olvidar que los cuerpos genealógicos e históricos también pueden ser en nosotros cuerpos vampíricos de los que habría que saberse despojar. Por estos motivos, la relación con aliados arquetípicos y objetos de poder psíquicos me ha resultado siempre fundamental, tanto para mí mismo como para cualquier labor psicochamánica que haya osado emprender.
Cristóbal Jodorowsky, apéndice 8 del Collar del Tigre
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