lunes, 3 de agosto de 2015

El Evangelio Según Alejandro Jodorowsky


Si pasamos el Evangelio por el tamiz de nuestro actual grado de comprensión, toda la pintura religiosa nos parecerá primitiva. Los artistas que se han inclinado hacia ese tema obedecieron a las directrices morales de un periodo ahora caduco. Tales directrices ya no nos corresponden; en la actualidad nos falta fijar sobre este texto una mirada que refleje nuestro grado de evolución y de conocimiento.
Hay dos modos de abordar el mito. Uno es el de quien busca establecerlo como una verdad y por tanto emprende investigaciones históricas, geográficas y sociales para probar su realidad (es lo que hacen los religiosos). El otro consiste en aceptar el mito como un símbolo y tratar de penetrar en su misterio. En este último caso, uno ya no busca averiguar si es real o no, y la nueva interpretación, hecha al margen de todos los fundamentos religiosos tradicionales, puede llevarnos muy lejos en la búsqueda de nuestra verdad interior y en el reconocimiento de nuestra alma.
Vivimos en un mundo materialista desprovisto de moral: es otra razón que me ha impulsado a explorar el Evangelio. Las leyes que nos rigen no son "morales". La bondad no aparece en sus líneas. Las leyes están hechas para proteger al más fuerte: firmar un contrato, por ejemplo, implica ávidas batallas para evitar ser estafados. Todos los contratos se establecen sobre el robo: se trata de ver quién tendrá ventaja sobre el otro. El que impone su fuerza es respetado y honrado; admiramos su inteligencia y su éxito. Por el contrario, la víctima es despreciada porque se dejó engañar.
Navegamos así en un mundo materialista edificado sobre el robo, la competición, la explotación, el egoísmo... Todo está diseñado para impedir que la conciencia del hombre se desarrolle, porque la conciencia molesta, trastorna. El sistema escolar mantiene a los niños en un nivel lejano a la toma de conciencia: un nivel que impide al mundo cambiar. De modo manifiesto existe una conspiración tendente a mantener al mundo tal cual es, sobre sus cimientos desprovistos de moral.
A los sesenta años, es decir en el ocaso de la vida, tiramos a los seres humanos al basurero social. Los hemos acostumbrado a esta idea. Al aceptarla, los individuos viven acompañados de la angustia de llegar a esta edad crítica.
Así, nos encontramos en una sociedad criminal que destruye al ser. Es la conspiración contra el despertar. ¿Qué hacer? Me pregunté si al ocuparnos de sanar el mito no llegaríamos a crear una nueva moral que nos permitiera alcanzar la conciencia colectiva. Esta moral no tendría como fundamentos las nociones de bien o mal, sino la de belleza.
Sin embargo, ¿qué moral podemos construir si vivimos entre personas que desprecian el espíritu tanto como a quienes lo desarrollan? Un individuo es considerado enemigo en el momento en que se atreve a cultivar una sensibilidad, una conciencia, una creatividad propias, en el momento en que osa convertirse en sí mismo.
¿Qué hacer ante estos seres que consideran que el mundo les pertenece porque son la mayoría? ¿Qué hacer ante todas esas personas para quienes la filosofía consiste en vender caro lo que obtuvieron barato, esas personas que están en competición y buscan rebajar a los otros por todos los medios posibles? ¿Qué hacer en un mundo que se burla de cada ser y de su genio, un mundo que no necesita ni de la conciencia ni del corazón de cada uno? Un mundo que quiere que seamos compradores frustrados.
Éste es el problema que me impuse, la razón que me llevó a estudiar el mito cristiano. Digo "mito" dirigiéndome a los no creyentes; los creyentes podrán comprender "religión".
El mito cristiano, del mismo modo que el Tarot, no puede ser reducido a una visión determinada, fija, preestablecida. Funciona como un símbolo y, por tanto, no puede ser captado intelectualmente. En el Tarot, el error consiste en petrificar cada arcano en una definición rígida y cerrada. Sin embargo, cada carta es un misterio insondable capaz de recibir mil interpretaciones distintas. Para captar el juego, hace falta impregnarse de él hasta que comience a entrar en relación con nuestra emocionalidad. A partir de ahí, las cartas ejercen una acción sobre nosotros. Sólo entonces uno puede hablar de cada arcano en el grado de nuestra inspiración y proyectando lo que somos. Lo importante es comprender que lo que vemos corresponde a una proyección de nosotros mismos. El juego funciona como un espejo. De la misma forma, el mito funciona como un espejo que describe acontecimientos inconscientes. Su lectura debe pasar por el lenguaje emocional, el lenguaje del corazón.
La memorización es un camino indicado para llegar a ese lenguaje. Memorizar el mito, como memorizar el Tarot, permite visualizarlo y después vivirlo.
La mala lectura del mito nos enseña a vivir en el mayor egoísmo: ensuciamos el planeta y no nos importa porque no padeceremos la catástrofe; ensuciamos nuestros cuerpos y nos autodestruimos para morir pronto y no ver los resultados de las devastaciones que estamos cometiendo. Sólo nos importa el tiempo que calculamos estar aquí, y el porvenir nos tiene sin cuidado, aunque sea el de nuestros hijos; vagamente nos tranquilizamos pensando que ellos se las arreglarán como nosotros. Pero la verdadera humildad consiste en trabajar y actuar en cada instante creyendo en la humanidad futura, en que ella llegará a abrirse al cosmos como una flor en un mañana que nosotros, tú, yo, no llegaremos a ver.
Tenemos que pensar en lo que vendrá, y amarlo. Debemos actuar creyendo en la humanidad futura. Trabajar para ella, incansablemente. Aprender a aceptar el sacrificio. Porque de otra forma, ese cambio no se producirá. Nosotros plantaremos la semilla, nosotros trabajaremos, nosotros haremos avanzar a la humanidad hacia su realización.

Fragmento tomado del libro “Evangelios para sanar”, de Alejandro Jodorowsky
Imagen: Dmytruk ART 

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