En una vida anterior, Buda fue una liebre. En esos días, un cazador que estaba perdido en la sierra, y casi muerto de hambre por no haber logrado atrapar una pieza, hizo una hoguera y puso en su marmita agua a hervir, tratando de imaginar que era una suculenta sopa. La liebre sintió tal pena por el cazador que, para calmarle el hambre, de un salto se sumergió en el líquido hirviente.
Años más tarde, la liebre renació como cazador. Cuando preparaba sus trampas, vio una paloma que venía huyendo de un halcón.
-¡Sálvame! -imploró la paloma.
Lleno de compasión, la ocultó en su morral. El halcón, al ver esto, se le acercó quejándose:
-¡Eres un hombre injusto! Me has quitado el alimento. Moriré de hambre.
El cazador, compadecido también de la rapaz, se cortó de su muslo un trozo de carne, que equivalía al peso de la paloma, y se lo ofreció. La rapaz, insatisfecha, le dijo:
-No es un asunto de gramos de carne. Me impediste apoderarme de la vida de mi presa. Si quieres equilibrar este acto, dame tu propia vida.
El cazador aceptó sacrificarse. Renació como Buda.
Esta leyenda nos muestra a un ser que, partiendo de un nivel animal, a lo largo de sucesivas transformaciones llega a la consciencia suprema. En la vida real, esto no sucede a menudo. En general las personas no cambian, convencidas de que son como creen ser y de que todo es como piensan que es. Sin salirse de su limitado nivel de consciencia, permaneciendo iguales a sí mismas, a lo sumo cambian una cosa por otra. Los comunistas de ayer son hoy capitalistas o taoístas; los creyentes se hacen ateos; los ateos, creyentes; los que amaban, odian; los que odiaban, aman... Para llegar a la Consciencia suprema, o sea a la salud espiritual, se necesita pasar por cambios esenciales. La mística hindú Ma Ananda Moyi cuenta esta historia poniéndose en el lugar de un cántaro:
Cuando aún era tierra, la gente me pisoteaba, e incluso hubo uno que hizo sus necesidades sobre mí. Yo lo soportaba todo. Un día, vino un hombre a despedazarme con una pala. Soporté eso también. Enseguida tomó un palo y me golpeó sin piedad. Después de haberme empapado con agua fría, se fue. Creí estar en paz. Pero el hombre regresó, me amasó y luego, sobre una rueda, me hizo girar y girar hasta darme la forma de un cántaro. Enseguida me expuso a la intemperie. Padecí fríos y calores extremos. Luego me colocó dentro de un horno, donde un fuego intenso me quemó terriblemente. Después me vendió. Y ahora estoy aquí, lleno hasta el borde de la sagrada agua del río Ganges...
Si lo soportas todo, como hace la tierra, tú también serás venerado. La vida divina se despertará en ti.
Permítaseme usar como guía de esta travesía -descrita por la santa de una manera un tanto masoquista- no un cántaro, sino una araña y una mosca.
Continuará...
∼✻∼
Consejos de Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
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