-No comprendo cómo se puede escuchar a enfermos medios locos todo el día sin verse afectado por ello.
-¿Y quién los escucha? -replica el psiquiatra viejo mientras hace girar en su mano un par de bolas chinas relajantes.
El viejo nos da una lección. Con su tranquila actitud parece decir al joven: «Por regla general la gente no pide otra cosa que una presencia. En el fondo, la persona que te habla se habla a sí misma. No exige que la escuches, siempre y cuando estés ahí presente, acompañándola. Mientras el otro te describe sus problemas y se queja de la vida, ¡tú elévate hacia lo intemporal! En ese estado, ¿qué te pueden importar las cosas que te están contando? Ante la eternidad, el éxito o el fracaso no importan. La vida ofrece muchos cambios sorprendentes. Imagínate por ejemplo que de pronto, con fecha 1 de octubre, tu mujer te anuncia que te abandonará en enero. Haz girar tus esferas de ch'i (energía o aliento vital, en chino), deja de lado el estrés, la preocupación y acéptalo. Te queda el resto de octubre más noviembre y diciembre. ¡Dispones de tres meses, qué maravilla, durante los cuales todo puede pasar: el ser que amas está a tu lado!».
Un señor que vive en el último piso de un rascacielos, cansado de las tonterías que repite su loro, lo arroja por la ventana. Muy tranquilo, el loro se entrega a la caída. Cuando va pasando como un bólido cerca del séptimo piso, dice:
-Hasta ahora voy bien.
Este chiste nos recuerda un koan zen:
Te viene persiguiendo un león. Por escapar de él, caes por un barranco. Pero logras agarrarte a un manzano que crece en su abrupta pared. No puedes trepar porque al borde del abismo te espera el feroz animal. Tampoco puedes descender porque en el fondo te espera otro hambriento león. ¿Qué haces?
La respuesta que dan los maestros es: «Tomas una manzana y la comes con placer». Yo padecía una angustia insoportable en relación con la muerte. Hasta la edad de cuarenta años no había podido aceptar la idea de que mi vida pudiera detenerse. Un buen día, cansado, harto, me dije: «Esta historia ya no es para mí. ¿Qué es lo que más quiero en el mundo? La vida , y sufro porque voy a perder lo que tengo. Si estoy dispuesto a darlo todo para vivir, eso significa que tengo lo que más Amo. Voy, pues, a vivir, voy a estar contento cada segundo. A partir de ahora, cada instante será un regalo, una joya, y lo viviré como tal. Haré caso omiso de estas angustias. ¿De qué me sirven? Aunque haya en mí un lado oscuro, no le concederé la palabra. Viviré lo que tenga que vivir y se acabó. Triunfe o no: esferas de ch'i; si ocurre esto o aquello: esferas de ch'i... Vivo los segundos que están a mi disposición con delicia.
¿Cuántas veces hemos estropeado períodos enteros de nuestra vida creándonos un problema inútil? Conocí a mujer que tenía diez años más que su compañero y que, por ello, sufría enormemente. No paraba de decirse: «Como le llevo diez años, me acabará abandonando». Sin embargo, el muchacho estaba muy enamorado de ella. Un hombre puede estar enamorado de una mujer que es diez años mayor que éI, al igual que una mujer puede enamorarse de un hombre diez, veinte o treinta años mayor que ella. Yo decía a esta amiga: «Estás arruinando tu vida y la de tu joven pareja por creer que, tal vez, un día te va a abandonar. ¡Vive tu momento! ¿Quién sabe si el día de mañana moriréis los dos al mismo tiempo? ¿Y si él fallece antes que tú por un accidente? No hay más que un sólo tiempo: el actual. No sabemos qué nos va a deparar el futuro».
Se supone que biológicamente, y por lógica, el ser con más edad ha de morir primero... pero el destino no es lógico. Nadie sabe lo que va a durar su vida. En ese aspecto, todos tenemos la misma edad.
Un rey caprichoso tiene como animal favorito un burro. Ofrece una fortuna a quien sea capaz de enseñarle a hablar. Nadie, entre los sabios del reino, se compromete a hacerlo, considerando imposible tal cosa. Cuando el monarca, lleno de tristeza, comienza a perder la esperanza, un viejo profesor se compromete, si el rey le adelanta una enorme suma de dinero, a hacer hablar al burro en un plazo de cinco años. El rey le dice:
-De acuerdo, te daré lo que me pides. Pero, si fracasas, haré que te corten la cabeza.
El viejo se va con su fortuna y el burro. Sus amigos, preocupados, opinan:
-Te has metido en un problema terrible. Jamás podrá un burro aprender a hablar.
-No os preocupéis -les contesta el profesor- En cinco años el burro puede morir, yo puedo morir, el rey puede morir o quizá el animal, por milagro, aprenda a hablar.
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Consejos de Alejandro Jodorowsky, en “Cabaret Místico”
Imagen: Two chinese balls by Yazmin de Perez
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