En esta segunda entrega, Jodorowsky incluye más política y espionaje en su telenovela espacial.
El héroe latinoamericano espacial
El segundo libro de La Casta de los Metabarones (Honorata la Tatarabuela, 1993) es la búsqueda de la familia y la reivindicación del camino del héroe para Othon, el gran metabarón. Jodorowsky mejora su escritura, ya que incluye más política y espionaje en su telenovela espacial y aparece la figura de Honorata, la monja puta, que traerá problemas, complejo de Edipo y caos a la familia Von Zalza.
La figura de la mujer cumple un rol fundamental en esta historieta, ya que Honorata no sólo traerá el nacimiento de un hijo y el amor sino también antiguos conceptos, que Jodorowsky había desechado para la película de Dune. Por ejemplo, la idea que una gota de sangre del macho sea introducida en el cuerpo de la mujer para dar nacimiento a un bebé, es un acierto del guionista y una revitalización de personaje, ya que Othon en el anterior libro sufrió una herida mortal en su pene y fue castrado. Jodorowsky usa a Honorata para revelar su visión transgresora, ya que la describe como una monja puta y una doble agente, que se infiltra en el círculo personal de Othon para obtener un embrión y así procrear al guerrero definitivo. Pero eso no tendrá futuro y todo desembocará en el amor y los sentimientos de la pareja. El guionista chileno mezcla ideas de espionaje con una crítica a la iglesia y el celibato. Sin embargo la bajada de línea no se sostiene a lo largo de todo el libro, ya que la multiplicidad de voces y subtramas opacan a la crítica, sobre todo a partir de la fuerte presencia de los robots que cuentan la historia y de Sin Nombre.
Al igual que El Incal y Antes del Incal, la saga de los metabarones tiene una bajada de línea muy importante y astuta sobre la dictadura de Chile, que encabezó el militar chileno Augusto Pinochet entre 1973 y 1990, período conocido en ese país como Régimen Militar. Jodorowsky utiliza el rol de la iglesia y los militares en su universo para crear a los Tecnopadres, un grupo elite que está por arriba del Estado y que manipula las reglas y las leyes en el espacio para sus propios beneficios. El personaje de Othon es lo más cercano a un héroe latinoamericano, que lucha contra el sistema y que tiene un panorama desolador y opresivo, como detective de novela negra. Sin embargo Jodorowsky también muestra a los protagonistas con actitudes conservadoras y con arreglos políticos para no quedarse con la visión de nadie, sino demostrar cómo toda una sociedad enferma es víctima del manejo de un aparato religioso y militar.
La fascinación de Jodorowsky por los personajes marginales logra un efecto positivo en esta historieta, ya que el hijo de Honorata y Othon tiene la deformidad de levitar y por eso le serán impuestos unos grilletes de gravedad para que no sea señalado como un enfermo en la sociedad. Por supuesto que las maldiciones y los ritos iniciáticos son temas principales en la serie pero porque afrontan los miedos de un paciente. Jodorowsky habla de las enfermedades y de cómo confrontarlas con lo que él llama psicomagia. Durante toda la serie veremos actos psicomágicos que curan el alma y la mente para lograr una mayor conciencia social en el mundo. El escritor cae en un desfile de conceptos new age, que indagan la profundidad de la mente y el impacto del amor pero que son opacados por el arte de Juan Giménez, ya que su paleta de colores genera un impacto visual que te distrae del tema.
El arte Giménez evoluciona en el segundo libro, ya que se nota una soltura en el lápiz, la narrativa y los diseños. El dibujante sufre en las páginas en que los robots cuentan la historia o interrumpen el relato para contar chistes, ya que los textos de Jodorowsky son extensos e insufribles. No existe un buen manejo de economía de palabras para los diálogos y eso contrasta con el arte del mendocino. Esto queda en evidencia en todas esas viñetas en las que, mientras dialogan los robots, se nos muestra el espacio exterior y las naves. Giménez busca que su narrativa no se entorpezca con la voz en off del escritor pero es un mal que lo acompañará durante toda la serie. La ventaja del artista es que en los combates se luce su verdadera gracia y su versatilidad para crear climas, que son el fuerte de cada libro y donde está la esencia de la historia.
Como ya dijimos, la mejor edición en castellano de La Casta de los Metabarones fue la de Norma Editorial, serializada en ocho tomos a partir de los ’90, una edición en formato álbum europeo con versiones en tapa blanda y dura. Lamentablemente los derechos de esta historieta ahora los tiene Random House Mondadori, que publicó toda la saga junta, en un integral que por estos lares siempre llegó a un precio excesivo y que, por una cuestión de tamaño, conspira contra el lucimiento de dibujo de Juan Giménez.
Fuente: Comiqueando
Ver también:
Reseñas Pánicas: La Casta De Los Metabarones Vol.1
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