Querido Alejandro: Me llamo Paolo, tengo ventiséis años, y soy de Cattolica, una ciudad de la costa adriática. Te escribo porque me enfrento a diario con algunos problemas básicos, cuya solución no logro entrever. A pesar de que tengo un título universitario, no encuentro trabajo con facilidad, y paso de una entrevista a otra, para trabajos que me interesan poco y sólo por darles satisfacción a mis padres. En realidad, yo quisiera irme de Italia, pero temo la reacción de la familia, tengo miedo de afrontar un paso tan importante, tengo miedo de fracasar. En general, yo evito todo aquello en lo que podría fracasar, y lo afronto todo negativamente, para no tener la desilusión del fracaso. Recientemente conocí a una chica: fue amor a primera vista; con sólo rozarle la mano, vi en ella a la mujer de mi vida. Aunque tuve millones de oportunidades (trabajo cerca de ella) siempre me bloquearon la timidez y el miedo al rechazo: y cuando por fin le pedí que saliera conmigo, me contestó que los compromisos de trabajo la tienen demasiado ocupada, aunque a otros les dijo que tiene miedo de conocerme porque le gusto y en septiembre tiene que salir para Holanda (¡mi mano había visto en ella una cobarde como yo!). Así, sigo arrastrándome de una situación a otra, con mis sueños reales en otra parte (empiezo a pensar que ya son sólo mis novelas de ciencia-ficción), y un presente como un barco sacudido sin tripulación.
Alejandro Jodorowsky le responde:
Querido Paolo: Para pasar de la infancia a la madurez, se necesita en ciertos casos, como el tuyo, una buena dosis de voluntad y valentía. Un maestro de artes marciales vendó los ojos a su discípulo y lo acercó a una orilla rocosa. Le dijo: “Estás al borde de un abismo profundo. Demuéstrame que eres un guerrero. ¡Salta!” El discípulo transpiró, tembló, gimoteó. El maestro le dio un empujón. El discípulo agitó los brazos, creyendo que iba a reventar contra el fondo. Su caída no duró casi nada. Al quitarse la venda de los ojos vio que el tremendo abismo sólo era hondo de treinta centímetros... Eso es lo que pasa contigo: te aterras de la vida, tal como un niño que necesita ser protegido por sus padres para sobrevivir. Te aconsejo que te lances al “abismo profundo”. Tal como te vistes para ir a tus entrevistas, pero con los bolsillos vacíos, solo llevando una fotografía tuya de cuando eras niño, sal a la calle a mendigar. No regresarás a tu casa durante cuatro días. Comerás y dormirás gracias a las monedas que colectes. Sumérgete a fondo en tu miedo al fracaso. Al final de esta aventura, enterrarás tu foto de niño en una maceta, acompañada de semillas y la regarás cada día hasta hacer crecer una planta floral que regalarás a la primera mujer que te atraiga sexualmente. Si eres capaz de realizar lo que te aconsejo, conducirás al barco del presente como un verdadero capitán.
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Imagen: Shipwrecked by Elko
@alejodorowsky en Twitter
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