Abordar el estudio de la dimensión artística de alguien como Alejandro Jodorowsky resulta una tarea fascinante. A través de la anécdota podemos comprender la trascendencia de su figura en la Historia, estableciendo un verdadero paradigma: si introducimos su nombre en el buscador de cualquier biblioteca, el apabullante resultado en número de obras no será tan sorprendente como el hecho de encontrar referencias suyas en todas y cada una de las secciones. Novelas, cómics, obras de teatro, poemarios, ensayos —a su vez, en distintas subsecciones—, películas y bandas sonoras, además de libros de otros autores, que abordan el estudio tanto de su vida como de su obra.
Esta capacidad multifacética da pie a pensar en este hombre como en un Leonardo de nuestros días. «No afirma ser mejor que ellos [Dalí, Buñuel, Bretón], no osa establecer criterios cualitativos, pero es bien cierto que la naturaleza le ha dotado de una facultad única o sumamente rara, insólita: la de poseer una imaginación al cubo, superior a lo normal, una imaginación que va de dentro hacia afuera, nunca a la inversa, y que está irremediablemente condenada a materializarse en las diversas formas de expresión artística, algunas inéditas hasta la aparición de su persona». Una personalidad fascinante y fascinadora, capaz de generar un aura mística, lo que ha llevado en innumerables ocasiones a tacharle de gurú, chamán, charlatán o, simplemente, embaucador. Términos todos ellos derivados del desprecio que provoca el desconocimiento hacia su obra.
Por eso, emprender el estudio de la faceta cinematográfica de Jodorowsky es algo que va más allá de su relación con este medio artístico e industrial. Como recogía el propio Diego Moldes en su “Prólogo inédito a un libro sí editado” —aparecido en esta misma publicación y que reproduce varias entrevistas con el cineasta, incluidas en su monografía editada por Cátedra a modo de apéndices—, para Jodorowsky todo en la vida es un ente unitario, tomando consciencia a través de la inconsciencia —la memoria intuitiva y sensible— y de la trascendencia —la memoria genealógica y espiritual—. Por ello, Diego Moldes se encarga de rastrear en los aspectos vitales de Jodorowsky, recorriendo una longeva y fascinante existencia a través de múltiples escenarios —de su Chile natal a su Francia de adopción, pasando por México, Estados Unidos o la India, lo que da idea de la transnacionalidad, cosmopolitismo y universalismo de este artista— y en compañía de las personalidades artísticas e intelectuales más destacables del siglo XX —sólo hace falta leer el capítulo titulado “Cronología” para darse cuenta de la magnitud de este personaje, de la gran cantidad de gente importante con la que trató (y que trataron con él, en una reciprocidad de respeto y admiración difícil de encontrar): Eric Fromm, Marcel Marceau, Fernando Arrabal, Roland Topor, André Breton, Pablo Neruda, Salvador Dalí, Federico Fellini, etc.—. Todo ello traza un viaje revelador sobre la impronta con la que ha marcado —con tinta indeleble— el desarrollo artístico y espiritual en el mundo desde mediados del siglo pasado, estableciendo un legado imposible de obviar, convirtiendo a todo aquel que se acerque a su obra en una suerte de discípulo.
Por Israel de Francisco
Imagen: El Topo's by Chris
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