lunes, 1 de septiembre de 2014

Cine Anarquista En El Mejor Sentido De La Palabra, O El Fin Del Entretenimiento Tal Y Como Lo Conocemos

“La mayoría de los cineastas hacen cine con los ojos. Yo hago mis películas con mis instintos”. Y: “Yo le pido al cine lo que la mayoría de los norteamericanos esperan de las drogas psicodélicas”. Estas palabras parecen prometer películas extravagantes y radicales. El tipo de películas que queremos ver (aunque no únicamente) en tiempos de éxitos de taquilla predecibles y lanzamientos de franquicias estereotipadas. Estas palabras, las cuales podrían considerarse un credo, salen de la boca de Alejandro Jodorowsky, un (casi) olvidado devoto del séptimo arte, pues aunque su extraño anti-wéstern El Topo de 1970 lo erigió como director de culto, celebrado como “el rey del cine de medianoche”, no es mencionado en Rororo Film Lexikon, ni en The Illustrated Guide to Film Directors de David Quinlan, ni en la obra canónica Film: Klein Enzyklopädie de la Alemania del Este. Esto tendría sentido, pues al fin y al cabo es un director a quien le importa un ca**** el mainstream, que no se adhiere a ninguna escuela o ideología. Tal vez el freak y crítico Amos Vogel y autor de Film as a Subversive Art era su fan. Pero no. Y ¡por fin, un logro! El libro VideoHound’s Cult Flicks & Trash Pics incluye en su lista por lo menos tres de las poco convencionales películas de Jodorowsky: El Topo, La Montaña Sagrada (1973) y Santa Sangre (1989), y las últimas son merecedoras de cuatro “huesos” de los cuatro posibles: la más alta calificación.

¿Y quién es este misterioso Jodorowsky? Solo hizo siete largometrajes después de su primera película de 40 minutos La cravate (1957), también conocida como Cabezas cortadas. Durante años se creyó que esta película se había perdido, hasta que una copia fue encontrada en un ático en Alemania en 2006. Alguna vez se describió a sí mismo como “creador de psicomagia, una técnica terapéutica que sana a través de actos metafóricos que aluden al inconsciente combinando literatura, psicoanálisis, filosofía oriental y magia”. Es un iconoclasta del arte cinematográfico, un lobo solitario que se rehúsa a hacer películas siguiendo las reglas y a quien no se le puede adscribir a ninguna tendencia o movimiento. Es alguien que no encaja. Ni como autor, ni como director de género, ni como cineasta experimental o documentalista, ni como policía de tránsito, pero sobre todo, no es un hombre que busque darle gusto al público cinéfilo. Es un anarquista.

Vemos aparecer en sus películas, por ejemplo, un piano en llamas (Fando y Lis), a un asesino en serie y mártir (Santa Sangre) o a un pistolero que cabalga en el desierto con un parasol y su hijo desnudo (El Topo) y que muere como Jesucristo. Renace santo mientras que escuchamos en voz en off: “El Topo se entierra buscando al sol. Algunas veces logra llegar a la superficie. Si ve al sol, se queda ciego”.

La obra de Jodorowsky está plagada de cosas que nunca antes hemos visto, de imágenes escandalosas: cabras crucificadas, carne desnuda en abundancia, ríos de sangre, violencia, sexo... Sus películas abordan las emociones y no las ideas, y casi siempre sus personajes se encuentran en una búsqueda. Si esperas de su cine guiones claros y rigurosos, no encontrarás ninguno. “Cuando hago una película, no tengo nada en mente. Soy un medio”, llegó a decir. Esto cuadra con su Montaña Sagrada, la cual marca el final del escapismo cinematográfico. Tal vez del entretenimiento en su totalidad. Como lo indican Thomas Gaschler y Eckhard Vollmer en su libro de entrevistas Dark Stars, “ser espectador se ha transformado en trabajo arduo”.

Para entender mejor a Alejandro Jodorowsky, habría que considerar su vida. Es un náufrago, obsesionado y poseído, un vagabundo que ahora vive en París. Aunque precisó: “No vivo en Francia, vivo en mí mismo”. Hijo de migrantes judíos ucranianos, nació en Tocopilla, al norte de Chile, el 17 de febrero de 1929. Su padre, Jaime Jodorowsky, trabajó durante muchos años para un circo; su madre, Sara Felicidad, fue ama de casa. Después de haber estudiado psicología y filosofía en Santiago, llegó a París en 1953. Antes, trabajó en teatro: fue titiritero, hizo pantomima y ejerció de payaso y actor (más tarde asumiría los papeles principales en sus películas). En la capital francesa fue aprendiz y socio de Marcel Marceau, y organizó el tour mundial del regreso de Maurice Chevalier.

En 1960, pasó junto con Fernando Arrabal y Roland Torpor muchas horas en un café parisino hablando sobre arte, Dios y todo lo demás: Nietzsche, Jung, Sartre, la Biblia, el budismo y el surrealismo –estas conversaciones tienen un eco en la obras del Jodorowsky no surrealista–. El Movimiento Pánico, en honor al mítico dios griego de lo salvaje y de los pastores, Pan, fue fundado en 1965 con un happening de cuatro horas que creó furor, un “melodrama sacramental”. Jodorowsky apareció vestido de cuero, rodeado de coches chocados y una mujer desnuda; durante el performance degolló gansos, se flageló y, precediendo a renombrados artistas de performance como Otto Muehl, aventó tripas de animales al público. Una estrella había nacido.

En 1967, en México, Jodorowsky rodó su primer largometraje, Fando y Lis, basado en una obra de teatro de Arrabal. Es una historia de caníbales, de un joven y su novia paralítica que atraviesan parajes apocalípticos buscando la ciudad fantasma de Tar. La película causó revuelo cuando se estrenó en Acapulco, y Jodorowsky y los actores tuvieron que ser protegidos por la policía. La película fue prohibida en México; el cineasta no pudo haber deseado mejor forma de lograr publicidad. Pero el escándalo no fue garantía para continuar trabajando en el negocio del cine. El proyecto de ensueño de Jodorowsky fue llevar al cine el clásico de ciencia ficción de Frank Herbert Dune; lo intentó entre 1975 y 1977 pero fracasó. Los costos de preproducción se tragaron dos millones de dólares. Jean Giraud, “Moebius”, escribió el guion, H. R. Giger (Alien) diseñó el monstruo, Dan O’Bannon (Dark Star) preparó los efectos especiales y Pink Floyd y el grupo musical francés Magma fueron contratados para componer el sonido (psicodélico). El elenco incluiría a Orson Welles, David Carradine, Mick Jagger y Salvador Dalí (quien cobraba cien mil dólares por minuto de performance). En una escena, dos mil personas vaciarían simultáneamente sus intestinos. Solo por esta razón Charlotte Rampling se negó a participar en el proyecto. También por eso los patrocinadores se echaron para atrás. David Lynch hizo la película. Fue un gran fracaso, lo cual alivió a Jodorowsky: “Con Dune quise ser un profeta, un dios que redefiniría el cine”. Una reacción humana y comprensible. La película puede verse en la novela gráfica El Incal. Él, Moebius y Zoran Janjetov han colaborado hasta ahora para realizar 13 volúmenes. Jodorowsky se dio a conocer como escritor de novelas gráficas con Juan Solo o El terrible Papa.

Hay una película –la historia de una niña y de un elefante, que Jodorowsky consideró un fracaso–, Tusk (1980), de la cual no habla, al menos no con gusto. Hizo una película de gran presupuesto, la encantadora sátira The Rainbow Thief (El ladrón de arcoíris, 1990). Filmada en Polonia e Inglaterra, Peter O’Toole y Omar Sharif actuaron en ella, y Ronnie Taylor (Gandhi) fue el director de fotografía. “No quedó mal, pero para mí no es una verdadera película Jodorowsky. No me dejaron incluir violencia, y a mí me gusta la violencia. Es una película demasiado poética. La hice porque me pagaron bien”. Mayor razón para ver, después de veintitrés años, una película “verdaderamente” jodorowskiana: La danza de la realidad, una especie de autobiografía de la niñez del autor. Luego de su estreno en Cannes, se mostró en gran pantalla en el Filmfest München.

Fuente: moreliafilmfest.com
Imagen: Black Rainbow by Jacob Ditchmen



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