“Ser lo que somos y convertirnos en lo que somos capaces de ser es la única finalidad de la vida. El hombre de éxito es el que vive bien, ríe a menudo, ha ganado el respeto de hombres inteligentes y el amor de los niños, cumple sus deberes, nunca deja de apreciar la belleza del mundo, busca lo mejor de los otros y da lo mejor posible”.
Es un buen intento, pero no lo suficientemente profundo. Creo que el libro sagrado hindú “El Bhagavad-gita” nos acerca más:
“Piensa en la obra y no en su fruto. Sacrifica el ego individual. Que tu vida sea una ofrenda a Mí”.
El éxito es el triunfo del ser y no el del parecer. Antes que la ganancia, debe existir el amor a la obra, no el amor a sí mismo. Si se consigue la admiración del mundo mediante negociados, adornos, modas, mafias, mentiras, astucias, concesiones al vulgo, complicidad con políticos, inautenticidad, por más que los aplausos, la fama y el dinero se multipliquen, el farsante nunca estará satisfecho, deseará más y más la fétida fama, y al final, con el alma vacía, terminará autodestruyéndose. El humano auténtico se entrega cuerpo y alma a la obra, sin esperar ganancias, sin estar al servicio de su ego individual, con una conciencia transpersonal. No planta bosques de árboles artificiales, con simpleza lanza semillas, a las que pleno de amor acepta que no fructifiquen o igualmente pleno de amor las ve crecer y alimentar a la humanidad. El éxito para los que sólo desean parecer no se convierte en problema, es desde el comienzo un problema. Para los seres auténticos el éxito no es un problema porque no lo persiguen. Alguien me dijo de un excelente médico: “Desconfío de él porque gana mucho dinero”. Le respondí: “Ese médico no cura para ganar dinero, gana mucho dinero porque cura”.
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Imagen: Manny Jaef
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