Nos iluminamos varias veces al día. Cada vez que pasamos por momentos de atención intensa. Miles de milagros nos llegan cada día, aunque no los vemos. La magia aparece cuando centramos nuestra atención. Cuando reconocemos con humildad nuestro desconocimiento del universo y de nosotros mismos, admiramos el milagro de la existencia.
Para un ser iluminado todo es milagro. Sabe que tiene una mirada que depende de su Yo personal y otra que depende de su Yo esencial. Sabe que ve más de lo que ve, que oye más de lo que oye, dispone de unos sentidos.
Un cuento sobre la iluminación:
La monja Chiyono estudió durante años pero era incapaz de encontrar la iluminación. Una noche estaba transportando un viejo cubo lleno de agua. Mientras caminaba, observaba la luna reflejada en el agua del cubo. De repente, las tiras de bambú que sujetaban las piezas del cubo se rompieron y el cubo se deshizo. El agua se derramó y el reflejo de la luna desapareció; y Chiyono se iluminó. Escribió el siguiente verso: De un modo y otro traté de mantener el cubo íntegro, esperando que el débil bambú nunca se rompiera. De repente, el fondo se cayó. No más agua; no más reflejo de la luna en el agua, vacuidad en mi mano.
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Una reflexión final:
Una persona puede tener momentos de iluminación del espíritu, esa fusión del mundo interior con el mundo exterior, la unión con Dios, etc., pero nuestra dimensión psíquica también accede a diferentes niveles de iluminación. En el ego intelectual se enciende de repente una luz, cuando llegamos a la comprensión de una serie de conceptos, leyes y conocimientos... en los momentos “¡Eureka!”; el ego emocional se ilumina cuando das y recibes de forma pura, sin mediar el intelecto ni el deseo; al ego sexual-creativo llega la luz en un orgasmo y en momentos en los que estalla la creatividad sin límites; en el ego material se logra la iluminación cuando la ausencia de necesidad se equilibra con la plenitud total.
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