Cuarenta días y cuarenta noches trepando de rama en rama como en el Diluvio. Cuarenta días y cuarenta noches de misterio entre rocas y picachos.
Yo podría caerme de destino en destino, pero siempre guardaré el recuerdo del cielo.
¿Conoces las visiones de la altura? ¿Has visto el corazón de la luz? Yo me convierto a veces en una selva inmensa y recorro los mundos como un ejército.
Mira la entrada de los ríos. El mar puede apenas ser mi teatro en ciertas tardes. La calle de los sueños no tiene árboles, ni una mujer crucificada en una flor, ni un barco pasando las páginas del mar.
La calle de los sueños tiene un ombligo inmenso de donde asoma una botella. Adentro de la botella hay un obispo muerto que cambia de colores cada vez que se mueve la botella.
Hay cuatro velas que se encienden y se apagan siguiendo un turno sucesivo. A veces un relámpago nos hace ver en el cielo una mujer despedazada que viene cayendo desde hace ciento cuarenta años.
Fragmento de Temblor de cielo, Vicente Huidobro
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Incendio el árbol
Cualquier palabra, incluso la más corrompida, tiene raíces que se
alargan, atravesando laberintos nebulosos, hasta llegar al vacío.
¿Qué es lo que absorben? Yo no sé. El azul del cielo tendría que ser
verdadero y abrirse mostrando una grieta a la que veríamos como
desde el interior de una vulva, para comprender la liberación que
tanto ansiamos, aquella donde la materia adquiere su realidad de
espejismo.
Encontrar las palabras misteriosas que no poseemos y ponerlas
en lugar de aquellas que nos fueron legadas y que poco a poco se
han convertido en demonios; palabras misteriosas que no salen de la
boca pero que logran sacar a las piedras de su apatía para que, abiertas
como rosas, se embarquen en el tiempo y se comporten como lo
que son, ancestros sabios.
Quítenme la piel de la planta de los pies, para que pueda marchar
por los senderos de la Luz. Arránquenme la palma de las manos
para que pueda acariciar el corazón de lo Absoluto. Saquen de mi
cabeza esta corona, esta esperanza de inmortalidad, no quiero ropas
blancas, que la flor ritual de mil pétalos se marchite, que sus pétalos
se los lleve el viento junto no sólo con mi conciencia, sino también
con la conciencia de mi conciencia. Trepan en mi cuerpo en vida
para que el alma, esa palabra antigua, se evapore... En un vano
intento por diluirme en la Obra incendio el árbol que me une al cielo y
la tierra para que todo sea menos yo.
Alejandro Jodorowsky [Metapoemas, en: Poesía sin fin]
Imagen: Hasegawa Tohaku (1539-1610)
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