Apuntaron cada uno en una libretica su tarea psicomágica, lo que deberían hacer para que el deseo volviera a ser un habitante de su casa: conseguir sendos amantes. Sin embargo, la tarea tenía un truco: esos amantes debían ser ellos mismos.
Respaldado en numerosos estudios, el sexólogo Roberto Rosenzvaig confirma lo que muchos suponemos sobre las relaciones sexuales: durante el matrimonio se da una curva descendente que se inicia con una alta frecuencia de relaciones sexuales al principio, comienza a disminuir entre los cinco y siete años, para estabilizarse alrededor de los diez, y termina con una curva franca de descenso de allí en adelante. Rosenzvaig apunta que al principio del matrimonio las relaciones son diarias, más tarde se reducen a unas tres veces por semana –hasta promediarse en dos veces por semana– y finalmente experimentan su máxima caída a cada quince días o una vez al mes en etapas posteriores.
Y eso si la pareja tiene suerte, pues si a la edad de los esposos y a la edad del matrimonio se suman variables adicionales, el sexo desaparece completamente del mapa. En lugar de dormir como marido y mujer, terminan durmiendo como hermanitos. Hablamos de variables como la depresión, una mala situación económica, el concepto de lo erótico, la crianza, la religión, los abusos e incluso eventos como la menopausia, cada uno de los cuales, por sí solo, puede ser verdugo de la vida sexual. El peligro es acostumbrarse a una nueva manera de relación en la que la sexualidad no tiene cabida.
¿No quieres con nadie o no quieres conmigo?
En la ausencia de deseo –algo que se conoce entre los expertos con el nombre de deseo sexual inhibido– se presentan dos tipos de anomalías que es prudente diferenciar. La primera tiene que ver con la falta de deseo en general, es decir, la imposibilidad de no sentir deseo sexual por nadie, al punto de llegar a considerar el sexo como algo desagradable. Este caso extremo recibe el nombre de anorexia sexual y tiene un tratamiento sicológico específico. La segunda, que es la que nos interesa, está referida particularmente a un bajo interés sexual por la pareja; hablamos de hombres o mujeres que no sienten ganas de nada con su “media naranja”, a pesar de una aparente armonía en la convivencia.
Frente a este problema, muchas personas prefieren solidarizarse con su pareja inhibiendo también su sexualidad. Otras viven su propia inhibición en secreto como algo inconscientemente aprobado por la pareja. Pero la gran mayoría siente que un eros enfriado es sinónimo de un matrimonio muerto.
A veces es sólo cuestión de dormirse para que cada uno sueñe con otro distinto a su pareja. Sucede porque la persona que duerme al lado ya no es un estimulante sexual, inspira respeto, aprecio, cariño, hasta compasión, pero no erotismo. Dormir con la pareja es como echarse una siesta con el mejor amigo. Pero entonces sucede que eros sale de casa por la ventana. La responsabilidad es compartida. Nos ponemos gordos, fofos, asexuados y desinteresados en casa, pero en la calle –por contraste– la parte salvaje exhibe nuestro erotismo frustrado, condenándonos a la culpa, la sombra y los famosos accidentes sexuales. “No lo vi venir y pasó…”, dicen como disculpa.
Donde hubo fuego...
El deseo fuera del matrimonio se vive de la misma forma como se vivió la etapa de la masturbación juvenil: es un erotismo cargado de culpa, goce y vergüenza.
Muchas de estas parejas revisan su pasado con nostalgia y se visualizan en largas jornadas de faenas interminables y satisfactorias, todo en medio de un flashback que puede llevarlas a la excitación. Es justamente ese recuerdo el que puede ayudar a redescubrir a la pareja como un ser sexual.
Esa pareja que apuntó en su libretica las recetas de Jodorowsky se atrevió a esa tarea. “Señora –les dice Jodorowsky–: usted llama a la oficina y finge que es una vieja amiga, haga que en la empresa de su esposo le pasen la llamada así. Hable con él fingiendo ser otra, cítelo a tomar algo a un bar, y haga que interrumpa su aburrida jornada laboral. Su esposo saldrá a escondidas confesando a los compañeros de trabajo que una vieja amiga apareció y lo citó, ellos le harán el cuarto. Ya en el bar, llegue maquillada diferente, con ropas ajenas, nuevas e insinuantes. Sedúzcalo, cuéntele lo aburrida que vive sin sexo y deje que se la lleve a un motel; tome, grite, mejor dicho haga lo que en casa no hace ni imagina hacer, haga lo que hacía con este hombre que tiene enfrente, con el mismo que antaño jugó a la mujer sexual que tanto extraña.
“Salga para la casa en taxi y esconda esa ropa. Cuando su marido llegue en la noche del trabajo y le pregunte dónde estaba, mienta, señora, sin piedad, diga lo de siempre: que estaba donde la vecina.
“Al otro día el señor contará a los compañeros que lo hizo con la amiga y presumirá. Pasado un mes, se hará al contrario, él llamará a la señora fingiendo ser un amigo, un conocido; la invitará a una cena o a unas copas, y este nuevo hombre, animado y conversador, la llevará a un motel. Hará lo que nunca hace y luego de escapar del motel, en la noche la señora preguntará muy seria dónde estaba, y él contestaría con una mentira franca: “trabajando como siempre”.
No hablarían nunca de esto, sin embargo, poco a poco la ropa sexy, las ayudas sexuales que se usaron en esas tardes de motel, se irán implementando en el día a día hasta traer de vuelta el erotismo y sacar por la ventana la monotonía y el cansancio.
Al menos, vale la pena intentarlo. ¿No les parece?
Fuente: Cromos
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Imagen: Marriage Proposal by Nacho Diaz
Montaje de Imagen: Manny Jaef
@alejodorowsky en Twitter
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