“Una paradoja es una verdad que parece una mentira”.
Jorge Luis Borges
El término paradoja proviene de la palabra latina “paradoxus”, que a su vez proviene de la palabra “padasofos”, y significa “directamente contrario a la opinión que sobre un tema se tiene” o “conocimiento que se opone al sentido común”. (Castellá 2001:9). Y, efectivamente, al encontrarnos frente a una paradoja, ésta nos confunde de inicio, ya que viene a romper con la idea generalizada que tenemos acerca de ese tema; de entrada nos choca y desafía nuestra razón, y quizás la primera sensación que experimentamos sea de rechazo e incredulidad. Sin embargo, a la vez nos seduce, nos llena de asombro, nos deja perplejos, nos deslumbra y se mantiene presente revoloteando en nuestra cabeza, hasta el momento en que finalmente admitimos la gran verdad que la paradoja encierra.
Es por esta fuerza reveladora de la verdad que los grandes maestros espirituales (como los budistas por medio de los koans), los chamanes y los grandes sabios han utilizado las paradojas a través de los siglos para transmitir mensajes, enseñanzas y para que sirvan de guía a las personas hacia la solución de algún conflicto o dilema. Una de las grandes paradojas de todos los tiempos se le debe a Sócrates al reconocer el conocimiento de la carencia de todo conocimiento: “Yo sólo sé que no sé nada”.
Paradojas en la vida diaria
Pero las paradojas también aparecen en referencia a nuestra vida cotidiana, y están allí para recordarnos grandes verdades. Una paradoja que alude al placer como medio y no como fin es la siguiente: “Cuando se vive para sentir placer no se siente el placer de vivir; mientras que, cuando el placer resulta de la vida, vivir resulta un placer”. Otra paradoja, que afirma que el amor a lo material también tiene algo de espiritual, versa: “Para crecer espiritualmente, también es necesario amar lo material”. Una paradoja de la vida actual es de acuerdo con Lowen (1994: 16-17) que realizamos actividades serias como el beber alcohol, el tener sexo o el consumo de drogas, actuando como si lo hiciéramos por diversión, y que a la vez intentamos transformar los asuntos serios de la vida, como el trabajo y mantener una familia, en diversiones. Watzlawick (1984), en El Arte de Amargarse la Vida, nos previene acerca del efecto paradójico que tiene el forzar algo: “Intentar provocar una erección o un orgasmo mediante el empeño de la voluntad hace precisamente que sea imposible lo que se intenta”.
Muchos de nosotros hemos estado en contacto con paradojas, las hemos escuchado, las hemos utilizado. Tomemos por ejemplo el cliché tan difundido de que “la belleza es algo interno y no tiene nada que ver con la apariencia”. Al escuchar esto, reflexiono acerca de lo paradójico que esto suena, sobre todo cuando quienes afirman esto son precisamente los que no tienen esa belleza interna y sí consideran tener la externa. Otra paradoja a la que nos enfrentamos en nuestras relaciones personales y sobre todo las de pareja es la siguiente: “Cuanto más arduamente trato de retener a alguien, menos lo voy a lograr y, al contrario, más fácilmente querrá alejarse de mí”. De la misma manera, puedo constatar que “entre más esfuerzo hago por encontrar la seguridad total, más inseguro me siento”, o bien, que “entre más me esfuerzo por encontrar la felicidad, más infeliz seré”.
Continuará...
Fuente: Espacio Gestalt (Espacio personal de Víctor Jiménez: Psicoterapeuta Gestalt)
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