“Refugiado en lo inseguro acepta lo inevitable. Tarde o temprano todo se esfuma. Hasta las montañas son nubes”.
— Alejandro Jodorowsky
En Jodorowsky se conjuga el asceta, el gurú, el payaso, el promotor de todo lo nuevo -el happening, el arte como detonante humorístico-, y de todo lo ancestral -el culto a los poderes ocultos, el curanderismo-, que vierte sobre su persona los excesos que conducen, según William Blake, al palacio de la sabiduría.
Carlos Monsiváis, otro testigo privilegiado de esa década, ha dicho que Jodorowsky crea el movimiento pánico, siguiendo la sensa del arte absurdo, del teatro de la crueldad, del asalto violento, profanatorio, contra la moral y las buenas costumbres de una sociedad atada a sus tabúes:
A la distancia, creo que Jodorowsky, más que a los prejuicios normales, desafió y profundamente, a la capacidad de entendimiento literario y escénico, de funcionarios y buenas conciencias. Y lo que en él más irritó fue su idioma inasible. Una mentada de madre se entiende, un vértigo escénico, poblado de símbolos y actos gratuitos, no. Alejandro Jodorowsky, por razones entendibles, libró una batalla solitaria contra la censura. Sin publicaciones que le diesen continuidad a la protesta, ni grupos de intelectuales que sistematizasen la campaña en pro de las libertades de expresión, Jodorowsky se defendió, aceptó lo inevitable, y persistió.
Extracto de Biografías del futuro. Por Gabriel Trujillo Muñoz
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Imagen: Above the Clouds by 7th-Heaven-Creative
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