Los ángeles estaban hechos de la substancia del pensamiento, de esa manera podían ayudar a los humanos sin que éstos percibieran su presencia.
No les era permitido acercarse a ellos, salvo si recibían una invitación expresa. Cuando así sucedía, podían acercarse y ayudarles en lo que pudieran necesitar, no sólo inspirándoles con ideas y buenos pensamientos, como habitualmente hacían, si no que en esas ocasiones podían permitir ser vistos por ellos. Sucedía pocas veces, porque los humanos hacía tiempo que habían dejado de creer en los ángeles, de modo que se aburrían muchísimo, pues todo su deseo era echar una mano a los humanos en camaradería.
Cada ángel en su cometido de ayudar a los humanos, tenía asignada una nube en particular que, a modo de corcel, les llevaba de un lado a otro, cómodamente, allí donde se necesitara su presencia.
Azul, como buen ángel, habitaba en una de esas nubes que aparecía y desaparecía periódicamente para vigilar disimuladamente a hombres, mujeres y niños.
La nube de Azul, era una nube muy confortable, se desplazaba ligera por la atmósfera terrestre deslizándose suavemente con cada ráfaga de aire, tenía buen carácter y a cada indicación de Azul, se movía con rapidez, no se hacía la remolona.
Otros ángeles, se quejaban de que sus nubes se entretenían con cualquier bandada de pájaros que atravesara el cielo o, se detenían a mirar las olas del mar cuando rompían en la orilla, esto hacía que los ángeles pasaran horas y horas entrenando a sus nubes, para que fueran rápidas y ágiles a sus órdenes. Azul, gozaba de buena reputación como instructor de nubes entre los ángeles; así que cuando se aburrían, porque los humanos no les prestaban atención, iban a su búsqueda para que dirigiera un entrenamiento conjunto en el que las nubes aprendieran a moverse con rapidez, tal y como lo hacía su nube-corcel.
Cuando así hacían, todas las nubes se ponían contentas, pues en pandilla con los ángeles hacían toda clase de cabriolas y volteretas. En esos entrenamientos todas obedecían rápidamente al ángel que vivía en ellas, sin entretenerse. Animadas por la reunión, se divertían mientras decidían cuál de ellas era más rápida en aprender.
Había veces que era tal el alboroto que organizaban, que chocaban entre sí, atolondradas, eso hacía que se organizara alguna que otra tormenta que desencadenaba lluvias en la zona de entrenamiento. Era entonces cuando los ángeles tenían mucho trabajo para reorientar y repartir las lluvias donde más necesarias fueran. Porque, además de estar al cuidado de los humanos, los ángeles guardianes cuando no tenían asignada ninguna familia o persona que custodiar se ocupaban del clima, en camaradería con los arcángeles.
Los arcángeles dirigían las estaciones del año. Se ocupaban de que cada una de ellas llegara en el momento adecuado, para que las cosechas fueran productivas y que de esa manera los hombres, pudieran disfrutar de los frutos que la naturaleza brindaba para su alimento.
Azul era un ángel guardián de humanos, su especialidad no era ninguna de éstas, pero cuando algún arcángel requería su participación, corría rápido en su nube-corcel a prestar la ayuda necesaria.
Una mañana estaba recostado plácidamente en su nube, ésta se había coloreado en un tono rosado algodonoso para disfrutar de un día de paseo. Acostumbrado como estaba a la indiferencia humana, se presentaba una jornada tranquila de paseo. Azul asomaba su rostro sobre los humanos, mirando aquí y allá esperando alguna llamada, o algún gesto de alguien que reparara en su presencia y reclamara su ayuda; pero parecía que la jornada iba a ser relajada. Recostado en su nube, pasaba el tiempo enviando pensamientos de bienestar y paz a los viandantes que se cruzaban en su paseo.
Al rato, Azul se fijó en un hombre que caminaba con paso cansado. Cargaba sobre su espalda un saco que parecía pesar mucho. Siguió con la mirada a aquel hombre que dirigió sus pasos hasta una pequeña casa de la que se veía salir una columna humeante por la chimenea que se alzaba sobre el tejado, como si vigilara el pequeño jardín que rodeaba la casa.
Aguzó su atención para escuchar los pensamientos de aquel hombre. Estaba preocupado, y algo triste. Se acercaba la Navidad y no había vendido ninguno de los juguetes que él mismo fabricaba. Aquel hombre fabricaba juguetes de madera, de hecho en el saco cargaba con ellos. ¡Ya nadie quería sus juguetes! ¡Cuánto habían cambiado los tiempos! —pensaba—. Los niños de ahora jugaban con maquinitas que él no entendía muy bien. Un montón de cosas que no conocía, así que, tendría que buscar otra manera de ganar su sustento, olvidarse de sus juguetes de madera, pero... ¿Qué podía hacer?
Azul cuando vio la preocupación de aquel hombre, deseó ayudarle. Prestó atención a lo que se hablaba dentro de la casa.
—No te preocupes, papá. Si nadie compra tus juguetes, los llevaremos al mercadillo del pueblo en Navidad. Así te conocerán y es posible que al verlos, vengan y encarguen aquí sus regalos.
—Sí, esa es muy buena idea, pero antes de que lleguen las navidades debería vender algo.
—Tranquilo papá, ya verás como de una manera u otra lo conseguiremos.
—Vamos a recoger a tu madre al pueblo, estará a punto de salir del mercado.
Azul observó como el hombre salía de casa con la niña de la mano, camino del pueblo vecino. Dio orden a su nube-corcel de seguirles, quizás fuera la ocasión de entrar en acción. Necesitaba acción y parecía que se presentaba la oportunidad. Claro... eso..., sí alguien le llamaba; mientras tanto no podía hacer nada más que observar, esperar y emitir su buen deseo y pensamiento a los humanos.
Siguió al padre y a su hija, sobre su nube-corcel, hasta el pequeño pueblo, en donde a la puerta del mercado, en la plaza central, les esperaba una mujer. También su semblante era de cansancio; sin embargo cuando la niña echó sus bracitos al cuello de la mujer, su rostro resplandeció.
La niña besuqueó a la madre. Los tres, de la mano, la niña en el centro, se dirigieron hacia la casa donde les esperaba un apetitoso almuerzo. La niña daba saltos, y se columpiaba sujeta a las manos de sus mayores.
Todo parecía dentro de la normalidad; sin embargo aquel hombre que parecía tan cansado, podría precisar de su ayuda en algún momento, así que cumpliendo con su misión de ángel guardián, decidió que debía custodiar a la pequeña familia.
Azul, estuvo observando durante algunos días lo que sucedía en aquella casita, esperando a que alguien reclamara su ayuda. Cuando vio salir a la pequeña de madrugada, envuelta en un pequeño abrigo rojo y un gorro de lana blanco, con una enorme borla que bailaba a cada paso de la pequeña, se disparó la alarma.
Con una mano cargaba sobre la espalda el saco que su padre usaba para traer y llevar los juguetes que fabricaba y, en la otra un caballito de mar de madera, en color azul, con ojos brillantes saltones y con la cola enroscada como un caracolillo. Era su juguete favorito, de los que su padre fabricaba, le llamaba Azul.
Azul, el ángel guardián, alarmado, pensó en desencadenar un chaparrón repentino o alguna ventisca, con mucho ruido para despertar a los padres o, seguir a la pequeña.
No le habían reclamado, así que no podía hacer nada para despertar a los padres y ponerles sobre aviso. Optó por seguir a la niña y vigilar todos sus pasos, no fuera a ser que tuviera algún percance.
La niña partió sin decir nada. En ningún momento pensó que estaría sola, estando como estaba con su caballito de mar, se sentía protegida.
Había estado reflexionando, decían que eso era cosa de mayores, que los niños no reflexionan, pero ella no creía eso, sino que los mayores no se toman en serio a los niños, porque se habían olvidado de cuando ellos mismos lo eran.
Un niño tiene muchas cosas sobre las que reflexionar y muchas preocupaciones, sobre todo la que más, más..., eran los padres. Y ella estaba preocupada por los suyos. La Navidad estaba cerca, quería dar una sorpresa a sus padres. Había oído decir a su padre que antes de que llegara la Navidad debería haber vendido sus juguetes. Ella lo iba a hacer. Ese era su deseo y estaba dispuesta a cumplirlo, por Navidad.
Ese día se levantó antes de que despertaran sus padres, de madrugada, y decidida salió con el propósito de vender todos los juguetes que llevaba en el saco.
Había planeado en su cabecita, con mucho sentido común, que si llegaba al mercadillo del pueblo vecino temprano, pondría el saco en el suelo como una manta y encima todos los juguetes. Los vecinos verían los juguetes al pasar de camino a sus trabajos o a hacer las compras de Navidad; seguro que los vendería. Los juguetes que hacía su padre eran los más bonitos que ella conocía. El caballito de mar Azul, ese no lo vendería, era su compañero de aventuras.
Tomó camino hacia el pueblo, cargando el saco a duras penas a su espalda. Cuando llevaba más de medio camino, se detuvo a descansar. No sabía cuánto quedaba para llegar, pero con tanto peso en su pequeña espalda, el camino se le hacía más largo que nunca .
Azul observaba a la pequeña, esperando una oportunidad para entrar en acción, o que la niña entrase en razón y regresara a casa. La pequeña puso el saco en el suelo, apoyado contra un árbol, y se recostó sobre él a descansar del camino.
Se quedó dormida, con su caballito de mar de madera azul en la manita y la borla blanca del gorro cayéndole sobre la frente.
Era madrugada, hacía frío y parecía que iba a nevar. Azul recordó que los arcángeles habían previsto que las nieves llegaran en breve a la zona. Cuando llegaba la época de nieves, flotaba una alegría especial en la atmósfera. A pesar del frío y de la incomodidad para caminar, una nevada siempre alegraba a niños y mayores, daba un tono festivo a la Navidad que estaba próxima; sin embargo aquel era el momento más inoportuno para que empezara a nevar. La pequeña estaba a la intemperie, dormida y cansada del camino y la carga.
Azul no sabía muy bien qué hacer, cancelar una nevada no era cosa fácil. Estaba bien adiestrado en la facultad de introducirse en el sueño. En los últimos tiempos, que los hombres se habían olvidado de ellos, era la única manera que tenían de dar advertencias o consejos, y ayudar sin que para ello fuera preciso que los hombres hicieran su llamado; puesto que de ese modo atribuían lo aprendido a su propia sabiduría y no a su intervención. Así que, optó por entrar en el sueño de la pequeña a ver si de esa manera podría avisarle y despertar. Azul deseó ayudar a la pequeña, y su deseo adoptó en el sueño de la niña la forma del caballito de mar azul, de ojos saltones y cola enroscada como un caracolillo.
La pequeña soñó que montaba en su caballito de mar Azul. Ambos se deslizaban sobre una nube que se ofreció a llevarles, hasta el pueblo vecino, ligeros, sin que el peso de la saca que cargaba apenas se apreciara. Sorprendida de que el caballito de mar cobrara vida dijo:
—Hola, Azul, ya era hora de que me hablaras.
—Hola, por fin podemos hablar tranquilamente
—¡Ah, claro! Nunca me hablas, y yo a ti siempre, ahora ya podremos ser más amigos. ¿Tú me escuchas cuando te hablo?
—Siempre.
—Pues yo no te escucho contestarme nunca. Si hablásemos podríamos jugar a este juego de volar más veces, me gusta.
—Es que ahora estamos en un sueño los dos. Tu padre me fabricó especialmente para jugar contigo, hacerte compañía.
—Sí, lo sé, por eso te he traído conmigo, eres mi amigo. Contigo sé que siempre estoy bien, que me cuidas como yo cuido de ti.
—Llevo hablándote mucho rato, como no me escuchas he venido a tu sueño para que despiertes, te quedaste dormida en el camino y, empieza a nevar. Si no despiertas enfermarás por el frío. Además, cuando tus padres no te encuentren en casa, se asustarán
—Pero me gusta mi sueño, estoy volando y puedo hablar contigo.
Azul no sabía de qué manera hacer para que la niña despertara, se sentía tan feliz de volar en sueños, que no tenía ningún interés en abrir los ojos. Azul, que era un ángel muy despierto, enfundado en su traje de caballito de mar, transportó en el sueño a la pequeña hasta la casita, para que pudiera ver a sus padres.
La niña pudo ver como sus padres, al despertar, buscaban en su dormitorio. Al no encontrarla salieron fuera de la casa. Cuando se dieron cuenta de que la niña había salido de la casa, salieron a su búsqueda.
Empezaba a amanecer y una pequeña ventisca empezó a soplar, trayendo pequeños copos de nieve que empezaban a revolotear alrededor de la pequeña.
La niña, en el sueño, contemplaba la preocupación de sus padres, que avisaron a los vecinos para organizar una búsqueda. Empezó a llamarles en sueños para que repararan en su presencia, pero..., era un sueño. También vio como ella misma dormía profundamente y no podía escucharles. Intentó despertar en el sueño, pero... era un sueño.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó a su caballito de mar, que en su ensueño compartido evocaba buenos deseos para la pequeña.
Azul, no lo pensó dos veces, era el momento de actuar.
Estaba amaneciendo, la niña dormía apoyada en el árbol, sus padres y algunos vecinos ya estaban organizando una búsqueda <<¿Qué podía hacer?>>. Todo su sentido de ser residía en el poder de emisión de buenos deseos cuando nadie le reclamaba, pero ahora alguien sí le reclamaba, una niña mientras dormía.
Azul, concentró toda su fuerza de pensamiento en su buen deseo hacía la niña. Su deseo cobró vida a través del sentimiento y dio forma a una pequeña estrella titilante. Azul miró a la pequeña estrella recién nacida que resplandecía tímida y que se preguntaba qué hacía allí.
—Eres mi buen deseo y tienes una misión que cumplir —. Dijo antes de que la estrella, hecha de substancia del buen deseo, se desorientara y dedicara a desear, desear y desear caprichos, bobadas, por no saber cuál era su razón de ser y se convirtiera en una estrella errante, sin saber muy bien qué hacer para cumplir su auténtico deseo.
Azul sabía muy bien que había que cuidar que las estrellas no se despistaran, pues cuando alguien formula un deseo, éste se comporta como estrella guía que lleva a quien convoca su existencia, por el sendero de realización. Cuando quien formula un deseo por cansancio, pereza, falta de confianza, o porque piensa que no merece conseguirlo, abandona su deseo, éste se convierte en una estrella errante que vaga por el espacio en busca de realización, deseando, deseando y deseando, sin saber muy bien qué. De modo que Azul le dio instrucciones precisas para que no despistara su atención.
—Tu misión es llegar hasta los padres de la pequeña y guiarles hasta aquí. Te daré fuerza y brillarás con intensidad para que te vean y sigan tu estela hasta este árbol en el que te posarás en su copa señalando el lugar donde descansa la niña, para que sus padres la encuentren y la niña despierte sin daño alguno. Así mi deseo y el tuyo, que es uno solo, será cumplido.
La estrella escuchaba atenta a Azul, irradiaba felicidad al conocer que su destino era cumplir su propio deseo. Ella no era una estrella errante, era una estrella obediente a su razón de ser.
Así hizo, viajó hacia la casa de la pequeña. Según iba acercándose al lugar iba creciendo en tamaño y brillo. Cuando llegó donde se organizaba la búsqueda, brillaba con una intensidad que iluminó el cielo a pesar de que los primeros rayos de sol ya aparecían. Todos miraron al cielo, sorprendidos de que aquella estrella se detuviera sobre sus cabezas.
La estrella feliz de estar cumpliendo parte de su cometido, sonreía en su corazón, por la expectativa de finalizar con éxito su misión. Su sonrisa de estrella, se veía en el cielo como pequeñas chispas que chisporroteaban a su alrededor, para caer después como un pequeño rocío sobre el lugar donde estaban los padres de la niña.
Todos observaban a la estrella que crecía en intensidad de brillo. De repente dio un giro sobre sí misma, y envió una chispa al corazón de los padres de la pequeña. Y emprendió marcha hacia el árbol donde Azul custodiaba a la pequeña, el que era su destino.
La madre, en ese momento, vio en su corazón el rostro de la niña durmiendo bajo el árbol. El padre vio, en su corazón, el caballito de mar azul en la mano de la niña. Comprendieron que era la señal inequívoca de que la estrella les llevaría al lado de su pequeña y la siguieron en su trayectoria.
La estrella guió a los padres y vecinos que organizaron la búsqueda hasta el árbol. Allí se posó en lo alto de la copa, señalando el lugar donde la niña descansaba. La niña abrió los ojos, abrazó a sus padres quienes, felices, daban gracias a la estrella que seguía chisporroteando en lo alto de la copa del árbol. No se dieron cuenta que aquel árbol era un abeto, como el que presidia las celebraciones de la Navidad todos los años en su aldea y en las aldeas vecinas.
La niña aferrada a su caballito de mar de madera azul, contaba a sus padres lo que había soñado bajo el árbol.
—Papá, he descubierto que tus juguetes son ángeles que protegen a los niños que juegan con ellos. Azul, mi caballito de mar os ha avisado y traído hasta aquí. Todos los juguetes del saco también son ángeles que protegerán a los niños que los tengan.
La niña hablaba deprisa, sus palabras salían a borbotones.
—¿Sabes mamá? Los ángeles son como los buenos deseos y pensamientos que guían a las personas para que estén protegidos y sean felices.
Los padres estaban tan contentos que les parecía bien todo lo que la pequeña decía. Los vecinos, aún perplejos con todo lo que habían visto, miraban con sorpresa el caballito de mar azul de la niña y movidos por la curiosidad quisieron ver los juguetes de que hablaba la niña. Unos, por si acaso era verdad lo que contaba la niña, y otros, por comprobar si allí había gato encerrado, el caso es que compraron todos los juguetes que allí había e hicieron más encargos para sus amigos y familia.
Cuando todos decidieron regresar a sus casas, se volvieron a mirar el árbol. Vieron la estrella chispeante posada en su copa y se dieron cuenta de que la Navidad había llegado cumpliendo su promesa de paz y felicidad para las familias. El día amaneció trayendo una gran nevada.
Azul en su nube-corcel, saludó a los arcángeles que habían llegado trayendo nieve y continuó en su paseo observando aquí y allá, para ver si fuera necesaria su ayuda para cumplir el buen deseo de algún niño, como el de aquella pequeña.
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