Por otro lado, los sinónimos directos de la calma son la paz y la tranquilidad. Gracias al sosiego conectamos con nosotros mismos, ya sea en una meditación introspectiva (mirando hacia adentro) ya sea en una meditación contemplativa (observando y apreciando serenamente lo que nos rodea). Sea como sea, la floración de contenidos de nuestra consciencia que genera el proceso meditativo nos ayuda con el tiempo a conocernos mejor, a aquietar miedos, dudas, culpas, angustias y cuitas, y produce una liberación progresiva y profundamente terapéutica de nuestros aceleradores inconscientes.
Sí, meditar en calma nos lleva a la serenidad, a la apreciación de la vida, a la ecuanimidad y sin duda a la alegría y a la lucidez en un proceso progresivo que limpia pensamientos y emociones nocivas, que son las que tienden a provocar comportamientos sembradores de conflictos. De nuevo, Pascal tenía razón.
Además, quien es capaz de tolerar la soledad y su propia compañía sin angustias ni huidas, sin necesidad de provocar ruidos dentro y fuera de uno mismo, sin escaparse de sí; quien es buen compañero de sí mismo y admite a su soledad como buena compañera tiene mucho ganado, porque no depende del reflejo del otro, porque no venderá barata su autoestima por un pellizco de reconocimiento. Sí, quien ama y aprecia la propia soledad, probablemente ha aprendido a respetarse a sí mismo.
Así que procuremos la calma interior, sea sentados en una habitación, sea contemplando el mar, o ante un bello paisaje, o frente a una obra de arte. Que cada cual encuentre el entorno para cultivar su serenidad, su quietud, sosiego o placidez.
Calma para nuestro ser, para nuestros pensamientos y emociones que revertirán, sin duda, en calma y sosiego para los que nos rodean.
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Texto: Álex Rovira
Montaje de Imagen: Manny Jaef
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