Por Marilyne Buda
A dos pasos de la Bastille en el distrito XII de París, Pascale Montandon-Jodorowsky, artista francesa y compañera de vida de Alejandro Jodorowsky, me recibe en un apartamento que parece sin fondo. La gata Flor de testigo, Pascale responde mis preguntas con una dulzura y una naturalidad fascinantes.
Ventana Latina: Pascale, acabas de publicar el libro La realidad de mi danza, editado en tres idiomas (español, francés e inglés), y en el que hablas de tu relación con el arte. ¿Qué no puedes contar de este libro?
Pascale Montandon-Jodorowsky: La idea de este libro nació durante el rodaje de la película de Alejandro, La danza de la realidad. Uno de los productores, que también es editor, me ofreció hacer un libro sobre el vestuario, que yo había hecho. Pero luego, me propuso que este libro tratara de mi camino artístico, de mi historia personal con el arte. Al principio me quedé sorprendida, y si bien dudé que pudiera interesarle a alguien, acepté la propuesta y me entregué totalmente a este trabajo, que resultó apasionante. En unos cinco meses, hice mi propia “danza de la realidad”, al volver a mi infancia. Intenté hacer algo autobiográfico y totalmente auténtico: estoy convencida que cuando lo que se da es verdadero, uno supera la dimensión personal para llegar a un nivel universal. En este libro, hablo de mí, de mis creencias, hablo conmigo misma pero también con el mundo.
VL: ¿Y cuál fue, entonces, el camino artístico que seguiste?
PMJ: No recuerdo haber tomado la decisión de ser artista, fue algo natural. Desde pequeña dibujé sin parar, y en cuanto tuve la edad de pensar en un futuro, un oficio, resultó evidente que tendría que ver con el arte. Construí mi vida a partir de esta idea, de forma calculada a veces, otras veces intuitiva. Estudié arte, conocí a varios artistas que admiraba… Mi madre siempre me decía que para llegar a la colina había que mirar a la montaña. Fue lo que hice.
VL: En tu pintura, ¿qué buscas expresar? ¿Con qué conceptos trabajas?
PMJ: Hay temas recurrentes: la fragilidad, la no permanencia, este balanceo entre lo que se queda y lo que desaparece, entre la huella y el movimiento. Yo nací en Francia pero soy eurasiática, como mis padres: tengo una abuela camboyana, otra vietnamita, y dos abuelos franceses. Cuando estudiaba e intentaba definir mi escritura plástica, mis profesores me hicieron notar que mi escritura era muy asiática: los colores fríos y tenues, las materias más bien fluidas. Mi arte se encontraba muy lejos de la tradición occidental. Entonces me dejé llevar por esa escritura, como en una búsqueda de mis orígenes, de mi identidad. Para mí, se trataba de ser fiel a mí misma pero sin copiarme, y siendo abierta a lo que la vida me iba dando.
VL: Precisamente, ¿a qué nivel te encuentras a ti misma en lo que pintas?
PMJ: Tengo la sensación de que se trata de una prolongación de mí misma. De mi cabeza, mi corazón, mi alma… Es el lugar en el que estoy lo más cercana a mí misma, es lo más representativo y lo más auténtico de mí. Busco ser honesta y nunca hacer nada para seducir u obtener el consentimiento de los demás.
VL: ¿Qué esperas del arte en calidad de espectadora?
PMJ: Ser conmocionada. Tengo como fantasía que el arte nos lleva a lo sagrado, no en un sentido religioso pero en un sentido espiritual y místico. Es decir que escapa a los sentidos y a lo racional, y explica nuestra relación con el mundo terrestre pero también con el cosmos, la metafísica. En el fondo, siempre que voy a ver una obra, que sea un cuadro, una obra de teatro, una ópera, espero estar conmocionada, sentir que la obra me permite abrir mi alma. Y tengo como ideal poder hacerlo con mi arte.
VL: Además de ser pintora, eres escenógrafa, vestuarista, fotógrafa…
PMJ: Creo que lo más importante es lo que uno quiere expresar. Siempre tenemos un soporte de predilección: me dediqué a la pintura porque sentí que era mi columna vertebral, pero llegó un momento en el que tuve las ganas y la necesidad de salir de los límites del marco. Entonces empecé a trabajar directamente sobre el espacio. Quise hacer escenografía pero no como escenógrafa sino con mi mirada virgen de pintora. Conocí a la coreógrafa Carolyn Carlson, quien me fascinaba y era para mí la persona adecuada porque, habiendo ya superado los mecanismos y las obligaciones del oficio, tenía una mirada suficientemente abierta para aceptar trabajar con una novata. Para su espectáculo ‘Wash the Flowers’ en 2005, ella me dio su confianza artística absoluta y, además de la escenografía, me pidió idear el vestuario. En 2010, volvimos a colaborar y Alejandro se sumó a nosotras… En cuanto a la fotografía, siempre viví con una cámara en la mano. Quizás tenga que ver con el tiempo que pasa, con una voluntad de no dejar escapar los instantes. En la pintura, creas un objeto que existe en lo absoluto, un tipo de eternidad. En la fotografía hay una captura de la realidad, de la instantaneidad, es mágico. En Chile, durante el rodaje de La danza de la realidad, saqué fotos para nuestros propios archivos: Alejandro quería que todo se hiciera con la mayor discreción, sin fotógrafos profesionales. Fue cuando volvimos a Francia y que los distribuidores nos pidieron material para la comunicación que mis fotos se volvieron las fotos oficiales de la película. Siento que en estos últimos años, he vuelto casi sin querer a expresiones artísticas que siempre me habían gustado. Para mí, el camino es el mismo, sólo cambia el soporte. Y lo que más me interesa es el diálogo que existe entre estas distintas expresiones, como en la ópera, que es el arte global por excelencia.
VL: ¿Cómo definirías tu colaboración artística con Alejandro?
PMJ: Empezó casi fortuitamente. En los primeros tiempos de nuestra historia, teníamos la sensación de que a pesar del gran amor que nos unía, veníamos de universos muy diferentes y teníamos prácticas también muy diferentes. El venía de un universo visualmente muy fuerte, muy marcado por América Latina; y yo hacía algo más austero, silencioso, marcado por mis orígenes asiáticos. Pero al vivir juntos, nos dimos cuenta de que no eran diferencias reales, y que en nuestra manera de pensar una obra, éramos totalmente similares. Todo es complementariedad. Para la exposición “Yin & Yang/Yin”, empezó como un juego: Alejandro dibujó y me propuso añadir los colores. Luego unos amigos vieron nuestro trabajo y nos dijeron que teníamos que exponerlo, y al final llegamos al Museo de Arte Moderno de París. Consideramos este trabajo como nuestro hijo simbólico. En nuestra relación hay sólo puentes, ninguna pared. Sabemos todo del otro, nos admiramos, nos respetamos, y asimismo respetamos lo que el otro hace individualmente. Y de vez en cuando, tenemos la necesidad de crear algo juntos, pero nada está calculado.
VL: ¿Y con la película La danza de la realidad, fue lo que pasó?
PMJ: Hice el vestuario, luego las fotos… La vida y el arte se confunden permanentemente, pero de forma natural, no hay ninguna rivalidad, ninguna tensión entre nosotros. Es cierto que para llegar a este nivel de colaboración, es necesaria una muy buena relación, en la que sólo una mirada, sólo una palabra son suficientes para expresar las cosas. Pero ésta fue una aventura tan extraordinaria, con tantas cosas de por medio… Alejandro quería hacer una película desde mucho tiempo, pero con sus métodos, sus actores, sus hijos, sin tener que obedecer a las leyes del mundo del cine. Logró hacerla con una total libertad artística, primero con la ayuda de los internautas, luego con productores, hasta poder devolver su dinero a los internautas. Yo sabía que tenía que acompañarlo en esta experiencia que iba a ser muy fuerte emocionalmente, porque muy personal, muy autobiográfica. Pensaba que nos iba a transformar a todos, y esto fue lo que pasó.
VL: ¿Cómo fue recibida la película?
PMJ: Estamos muy contentos, Alejandro no se esperaba tan buena recepción. Cuando llegamos al Festival de Cannes, él pensaba que la gente no iba a entenderlo, que no le iba a gustar, y esto lo ponía muy mal. Sin embargo fue un momento increíble, nunca había visto a la gente aplaudir de pie tanto tiempo y con tanta emoción. Después de tantos años sin filmar, Alejandro sintió como un impulso de amor y de agradecimiento, y pasa lo mismo a cada presentación de la película. Me hace pensar en lo que pasó en Tocopilla, la ciudad chilena donde Alejandro pasó su infancia y donde rodó. Hubo una ceremonia en la que lo nombraron “Hijo Ilustre de la Ciudad”, y él pronunció un discurso diciendo que a pesar de lo sufrido, a pesar de los maltratos, las humillaciones, este pueblo, el de su infancia, seguía metido dentro suyo, en su corazón. De repente, en ese momento, se estaba realizando el acto de curación que él había buscado a través de su película.
VL: Pascale, hablas de corazón… ¿Qué esperas del amor?
PMJ: No puedo decir que espero algo del amor porque vivo el amor como algo que es, no como algo que se aprenda ni se espere. Desde niña, siempre he tenido un ideal muy fuerte: un ideal de vida, un ideal artístico, y un ideal sentimental. Para mí, no había diferencia entre el mundo sublimado, soñado, de literatura, y lo que uno puede realizar. Siempre viví con la certeza de que iba a conocer una historia de amor como la que vivo con Alejandro. En el fondo, es como si hubiera vivido todo este tiempo con una silla vacía a mi lado, sabiendo que algún día, reconocería el objeto de ese amor.
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ResponderEliminarAfortunada y Natural con el embrujo latino de su lado.
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