El tambor posee un especial atractivo. La razón tiene unas muy profundas raíces. Cuando el niño es concebido en el útero, crece, pero no puede respirar; ha de respirar a través de la madre. De hecho, la madre respira por él. Y continuamente, durante nueve meses, escucha el latido del corazón de su madre; continuamente. Es su primer encuentro con la música y el ritmo.
Durante nueve meses el niño sigue oyendo el latido del corazón de su madre. Ese es el primer tambor que conoce; arraiga profundamente en el ser del niño. Todos sus poros rebosan con él, cada fibra de su cuerpo vibra con él; el niño sólo vive a través del corazón de su madre. Y durante nueve meses continúa el constante latir.
Y entonces nace el niño. Todo su sistema corporal, todo su sistema mental, siente el deseo de oír el latido, el ritmo del corazón de su madre. Y las madres saben -consciente o inconscientemente- que cuando el niño está inquieto, cuando solloza y llora, cuando está incontrolable, simplemente le hace reclinar su cabeza sobre tu pecho e inmediatamente el niño se queda dormido. Cuando vuelve a oír el latido, se duerme de inmediato. El latido induce al sueño.
Y no sólo el niño pequeño incluso un joven, cuando descansa sobre el pecho de una mujer, se duerme de inmediato, porque la mujer se convierte en la madre y la amante; el marido se convierte en niño de nuevo. El corazón sigue atrayéndole.
Si no tienes ganas de dormir, simplemente cierra tus ojos, apaga la luz, y escucha el tic-tac del reloj: tic-tac, tic-tac. Eso te servirá; no necesitarás ningún tranquilizante porque te proporcionará casi la misma sensación que el corazón de tu madre. Una habitación cerrada, un útero cerrado, y luego el tic-tac de un reloj.
De ahí, sobre la base de esta profunda experiencia biológica del niño, surge la atracción del tambor. El tambor es el instrumento musical más antiguo; todos los demás han aparecido después. Por esto, cuando alguien golpea un tambor es una tremenda tentación: empiezas a mover las piernas, empiezas a mover tu cuerpo. Si el que toca el tambor es bueno y sabe realmente como crear la atmósfera a través del sonido de su tambor, nadie puede evitar resultar afectado. Incluso Buda tendría ganas de bailar. Es natural. Por eso, a todo el mundo le gusta el sonido del tambor. Y es muy primitivo; no es sofisticado. Si vas a las selvas africanas, o si te internas en los bosques de India donde sólo viven los indígenas, descubrirás en todas partes el tambor.
El tambor es el instrumento más primitivo. Cuando sientes el golpeteo del tambor, tu cuerpo responde, empieza a moverse, comienzas a seguir el ritmo moviéndote con él, y de repente te ves convertido en un ser primitivo, en un ser natural; todo rastro de civilización desaparece. Ya no estás aquí en este siglo veintiuno, entre toda esta barahúnda sin sentido; has retrocedido casi diez mil años.
El idioma del tambor es universal. Es poco sofisticado; es simple, nada especial. Cualquiera puede aprenderlo. De hecho, todo el mundo toca el tambor. A veces a sabiendas o sin darte cuenta, sentado a una mesa empiezas a tamborilear; te sientes bien y empiezas a tamborilear en la mesa. Es muy primitivo. Tu ser natural es invocado de nuevo y responde. Todos los siglos de civilización desaparecen en un segundo. De repente estás otra vez bajo las estrellas; has retrocedido miles de años atrás. Todo es natural, oscuro, misterioso. Ese es su atractivo.
Y el hombre que no responde al tambor y a su ritmo no tiene corazón. Le falta algo. Se ha vuelto completamente de plástico; un verdadero tipo del siglo veintiuno. Ha perdido todo contacto con la historia, con el pasado, con los milenios que han transcurrido. En su corazón ha dejado de vivir lo natural; está muerto.
Osho, del libro TAO, Los tres tesoros, Vol. II
Durante nueve meses el niño sigue oyendo el latido del corazón de su madre. Ese es el primer tambor que conoce; arraiga profundamente en el ser del niño. Todos sus poros rebosan con él, cada fibra de su cuerpo vibra con él; el niño sólo vive a través del corazón de su madre. Y durante nueve meses continúa el constante latir.
Y entonces nace el niño. Todo su sistema corporal, todo su sistema mental, siente el deseo de oír el latido, el ritmo del corazón de su madre. Y las madres saben -consciente o inconscientemente- que cuando el niño está inquieto, cuando solloza y llora, cuando está incontrolable, simplemente le hace reclinar su cabeza sobre tu pecho e inmediatamente el niño se queda dormido. Cuando vuelve a oír el latido, se duerme de inmediato. El latido induce al sueño.
Y no sólo el niño pequeño incluso un joven, cuando descansa sobre el pecho de una mujer, se duerme de inmediato, porque la mujer se convierte en la madre y la amante; el marido se convierte en niño de nuevo. El corazón sigue atrayéndole.
Si no tienes ganas de dormir, simplemente cierra tus ojos, apaga la luz, y escucha el tic-tac del reloj: tic-tac, tic-tac. Eso te servirá; no necesitarás ningún tranquilizante porque te proporcionará casi la misma sensación que el corazón de tu madre. Una habitación cerrada, un útero cerrado, y luego el tic-tac de un reloj.
De ahí, sobre la base de esta profunda experiencia biológica del niño, surge la atracción del tambor. El tambor es el instrumento musical más antiguo; todos los demás han aparecido después. Por esto, cuando alguien golpea un tambor es una tremenda tentación: empiezas a mover las piernas, empiezas a mover tu cuerpo. Si el que toca el tambor es bueno y sabe realmente como crear la atmósfera a través del sonido de su tambor, nadie puede evitar resultar afectado. Incluso Buda tendría ganas de bailar. Es natural. Por eso, a todo el mundo le gusta el sonido del tambor. Y es muy primitivo; no es sofisticado. Si vas a las selvas africanas, o si te internas en los bosques de India donde sólo viven los indígenas, descubrirás en todas partes el tambor.
El tambor es el instrumento más primitivo. Cuando sientes el golpeteo del tambor, tu cuerpo responde, empieza a moverse, comienzas a seguir el ritmo moviéndote con él, y de repente te ves convertido en un ser primitivo, en un ser natural; todo rastro de civilización desaparece. Ya no estás aquí en este siglo veintiuno, entre toda esta barahúnda sin sentido; has retrocedido casi diez mil años.
El idioma del tambor es universal. Es poco sofisticado; es simple, nada especial. Cualquiera puede aprenderlo. De hecho, todo el mundo toca el tambor. A veces a sabiendas o sin darte cuenta, sentado a una mesa empiezas a tamborilear; te sientes bien y empiezas a tamborilear en la mesa. Es muy primitivo. Tu ser natural es invocado de nuevo y responde. Todos los siglos de civilización desaparecen en un segundo. De repente estás otra vez bajo las estrellas; has retrocedido miles de años atrás. Todo es natural, oscuro, misterioso. Ese es su atractivo.
Y el hombre que no responde al tambor y a su ritmo no tiene corazón. Le falta algo. Se ha vuelto completamente de plástico; un verdadero tipo del siglo veintiuno. Ha perdido todo contacto con la historia, con el pasado, con los milenios que han transcurrido. En su corazón ha dejado de vivir lo natural; está muerto.
Osho, del libro TAO, Los tres tesoros, Vol. II
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